Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Блейк Пирс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Un Misterio Keri Locke
Жанр произведения: Современные детективы
Год издания: 0
isbn: 9781640297746
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es demasiado complicado cambiar el nombre de nuevo, así que me he quedado con él por ahora.

      —Así que usted es la madre de Lanie Joseph —dijo Ray, tratando de encarrilarla de nuevo—, pero, ¿su nombre es…?

      —Joanie Hart. Soy la madre de cinco vándalos, incluyendo ésa por la que están aquí. ¿Y qué fue exactamente lo que hizo esta vez?

      —No estamos seguros de que haya hecho nada, Sra. Hart —afirmó Keri, que no quería crear un conflicto innecesario con una mujer que claramente vivía cómoda con él—, pero los padres de su amiga Sarah Caldwell no han podido contactarla y están preocupados. ¿Ha sabido de Lanie desde el mediodía de hoy?

      Joanie Hart la miró como si fuera de otro planeta.

      —No estoy pendiente de eso —dijo—. Estuve trabajando todo el día; 7-Eleven no cierra solo porque ayer fue Acción de Gracias, ¿saben? Regresé hace apenas media hora. Así que no sé dónde está. Pero eso no es especial. Ella está fuera la mitad del tiempo y nunca me dice adónde va. A ésa le encanta guardar secretos. Creo que tiene un chico, pero no quiere que yo lo sepa.

      —¿Alguna vez mencionó el nombre de este chico?

      —Como dije, ni siquiera sé si existe. Solo estoy diciendo que no me sorprendería. A ella le gusta hacer cosas para cabrearme. Pero estoy demasiado cansada u ocupada para enfadarme para que sea ella la que se cabree. Ya sabe cómo es —dijo, mirando a Keri, que no tenía idea de cómo era.

      Keri sintió crecer su molestia con respecto a esta mujer, que no parecía saber ni importarle dónde estaba su hija. Joanie no había preguntado sobre su bienestar ni había expresado preocupación alguna. Ray pareció captar lo que estaba sintiendo y habló antes que ella.

      —¿Nos puede dar el número de teléfono de Lanie y una foto reciente de ella, por favor? —preguntó.

      Joanie lució sorprendida pero no lo expresó.

      —Deme un segundo —dijo, y regresó por el corredor.

      Keri miró a Ray, que sacudió su cabeza para compartir su disgusto.

      —¿Te importa si espero en el auto? —dijo Keri— Me preocupa que vaya a decir algo… improductivo para Joanie.

      —Ve. Yo me encargo de esto. Quizás puedas llamar a Edgerton y ver que él pueda saltarse las reglas para accesar las cuentas de sus redes sociales.

      —Raymond Sands, por todos los dioses —dijo ella, recuperando un poco su sentido del humor—. Parece que estás adoptando algunos de mis más cuestionables métodos policiales. Creo que eso me gusta.

      Se dio la vuelta y se alejó antes de que él pudiera responder. Por el rabillo del ojo, vio que los hombres dos puertas más abajo la estaban observando. Se subió el cierre de su chaqueta, consciente de pronto del frío. El final de noviembre en Los Ángeles era bastante suave, pero cuando el sol ya no estaba, la temperatura se mantenía un poco por encima de los diez grados. Y todos esos ojos sobre ella añadían un escalofrío extra.

      Cuando llegó al auto, se giró y colocó de tal manera que tuviera una buena visión tanto de la casa de Lanie como de sus vecinos mientras marcaba el número de Edgerton.

      —Aquí, Edgerton —contestó la entusiasta voz de Kevin Edgerton, el detective más joven de la unidad. Podía tener solo veintiocho, pero ese chico alto y desgarbado era un genio de la tecnología, y el responsable de haber ayudado a resolver muchos casos.

      De hecho, había sido fundamental en ayudar a Keri a entrar en contacto con el Coleccionista mientras ocultaba su verdadera identidad. Keri imaginaba que ahora mismo, estaba apartando de los ojos los largos flequillos de color castaño. Por qué no se cortaba ese cabello descuidado y milenial era algo que estaba más allá su comprensión, al igual que sus habilidades técnicas.

      —Hey, Kevin, es Keri. Necesito un favor. Quiero que veas si puedes hacerme el favor de acceder a un par de cuentas de redes sociales. Una es de Sarah Caldwell de Westchester, edad dieciséis. La otra es Lanie Joseph, Culver City, también de dieciséis. Y por favor, no me sermonees sobre órdenes de registro y causas probables. Estamos tratando aquí con circunstancias urgentes y…

      —Lo tengo —la interrumpió Edgerton.

      —¿Qué? ¿Ya? —preguntó Keri sorprendida.

      —Bueno, no Caldwell. Todas sus cuentas están protegidas por una contraseña y requieren de su aprobación para ser vistas. Puedo descifrarlas si lo necesitas. Pero espero que podamos evitar todas las incómodas situaciones legales solo haciendo uso del material de Joseph. Ella es un libro abierto. Cualquiera puede ver sus páginas. Yo lo estoy haciendo ahora.

      —¿Dicen algo sobre dónde estuvo hoy después del mediodía? —preguntó Keri, mientras observaba que tres de los hombres del Corvette caminaban hacia ella.

      Los otros dos se quedaron atrás, con su atención puesta en Ray, que permanecía junto a la puerta principal de Hart, esperando que Joanie encontrara una foto reciente de su hija. Keri se acomodó ligeramente de tal manera que su peso quedase mejor repartido en caso de que tuviera que hacer un movimiento súbito.

      —Ella no ha publicado nada en Facebook desde anoche, pero hay un montón de posts en Instagram de ella con otra chica, que presumo es Caldwell. Son del Fox Hills Mall. Una es en una tienda de ropa. Otra es en un mostrador de maquillaje. La última es una de ella en lo que parece una mesa en una plaza de comidas, comiendo un pretzel. La leyenda dice ‘delicioso’. Es de las dos y seis p.m.

      Los tres hombres caminaban ahora por el césped de los Harts y estaban a menos de siete metros de Keri.

      —Gracias, Kevin. Una última cosa. Voy a enviarte los números de celular de ambas chicas. Apuesto a que el GPS fue apagado en ambos, pero necesito que rastrees su última localización conocida antes de que eso sucediera —dijo, al tiempo que los hombres se detenían enfrente de ella—. Tengo que irme. Volveré a llamarte si necesito más.

      Keri colgó antes de que él pudiera responder y deslizó el teléfono en su bolsillo. De paso, desabrochó de manera discreta la funda de su arma.

      Contemplando a los hombres, pero sin decir palabra, siguió recostada del vehículo, pero levantó la pierna derecha de tal manera que la planta de su pie descansara en la portezuela. De esa forma, tendría un extra de potencia si necesitaba impulsarse hacia adelante.

      —Buenas tardes, caballeros —dijo finalmente con un tono firme, amigable—. Afuera está un poco fresco esta noche, ¿no creen?

      Uno de ellos, claramente el alfa, soltó una risita y se volteó a sus amigos. —¿Dijo esta perra que está un poco fresco para sus pezones? —era hispano, de corta estatura, y un poco panzón visto de cerca, pero la amplia camisa de franela ocultaba su corpulencia, dificultando a Keri el determinar con quién se las tenía que ver. Los otros hombres eran altos y flacos, con las camisas colgando de sus esqueletos. Uno era blanco y el otro era hispano. Keri se tomó un momento para apreciar la diversidad racial de esta peculiar pandilla callejera antes de decidirse a aprovecharse de eso.

      —¿Permiten ustedes por estos días que entren chicos blancos? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia el que desentonaba— ¿Qué? ¿Acaso es difícil conseguir suficientes miembros de piel morena dispuestos a seguir tus órdenes?

      A Keri no le gustaba jugar esta carta, pero necesitaba crear una división entre ellos y sabía que muchas de estas pandillas eran muy exigentes con respecto a los requerimientos de ingreso.

      —Esa boca te va a meter en problemas, mujer —siseó el Alfa.

      —Sí, problemas —repitió el blanco. El hispano alto permaneció en silencio .

      —¿Siempre andas por allí repitiendo los que tu jefe dice? —le preguntó Keri al blanco— ¿Levantas la basura que él deja caer en el suelo, también?

      Los dos hombres se miraron entre sí. Keri podía afirmar que había puesto el dedo en la llaga. Detrás de ellos, vio que Ray había