Mirando a su alrededor y viendo que no había nadie en el corredor, sacó un pañuelo desechable de su bolso y lo metió en el hueco del pestillo de tal manera que no se cerrara automáticamente. Luego fue un instante al baño en aras de la apariencia.
Cuando regresó al recibidor, una atractiva mujer en impecable traje de negocios la aguardaba para conducirla al despacho de Jackson Cave. Mientras seguía a la mujer, luchaba por impedir que el corazón se le saliera del pecho. Estaba a punto de encontrarse con el hombre que podía tener la llave para obtener información crucial sobre el paradero de Evie y ella no tenía una estrategia.
La única vez antes de esa que se había reunido con Jackson Cave había sido en una estación policial de un pequeño pueblo de montaña. Él había venido para intentar sacar bajo fianza a su cliente, Payton Penn, el hermano del Senador de California, Stafford Penn. Al final, ella descubrió que Penn había contratado a Alan Pachanga para que secuestrara a su sobrina, Ashley. Las cosas se habían desenvuelto a su favor allá, en ese pueblo de montaña, pero ahora estaba en territorio enemigo y podía sentirlo.
Jackson Cave era ampliamente conocido en gran parte de la ciudad por su reputación como representante de varios e importantes clientes corporativos. Pero para la policía, su trabajo gratuito defendiendo a violadores, pedófilos y raptores de niños era su declaración de infamia.
Keri sospechó inmediatamente de tal hombre. Una cosa era defender a un sospechoso de homicidio en un caso que entrañase pena de muerte, o a algún sujeto desesperado que hubiese robado un banco para sostener a su familia. Pero representar exclusivamente y de manera entusiasta a los peores perpetradores de violencia sexual que la ciudad podía exhibir, sin costo alguno, le chocaba por ser una extraña elección.
De cualquier forma, Keri aspiraba a sacar ventaja del trabajo hecho por él. Sabía que en algún lugar y en posesión de Cave, debía estar la clave para descifrar el código de la computadora de Alan Pachanga. Si ella pudiera encontrarla, eso la conduciría a información sobre toda la red de secuestradores por encargo. Podría incluir algo sobre el hombre que se había llevado a Evie, un hombre que, ella así lo creía, respondía al nombre de —El Coleccionista.
Todo en el lugar estaba diseñado para intimidar. La firma ocupaba todo el piso diecisiete de los setenta y tres de la US Bank Tower. Había ventanas panorámicas por todas partes, que se asomaban a la vastedad de Los Ángeles. Carísimas obras de arte cubrían las paredes. Todo el mobiliario era de cuero y caoba.
Llegaron finalmente a una oficina sin letreros al final del corredor; la mujer la hizo entrar. Estaba vacía. Keri fue llevada hasta una lujosa silla frente al escritorio de Cave, inmaculado.
Ahora sola, miró a su alrededor, tratando de deducir algo relativo al hombre a partir de su entorno. No había fotos personales en su escritorio ni en su estantería. Sobre la pared había algunas fotos de Cave con personas influyentes y líderes de opinión como el alcalde, varios concejales de la ciudad, y unas pocas celebridades. Sus diplomas de la Universidad (USC) y la escuela de leyes (Harvard) se exhibían también. Pero nada que arrojara luz sobre el hombre o sus pasiones.
Antes de que Keri pudiera seguir estudiando la habitación, Jackson Cave entró. Ella se puso de pie rápidamente. Él estaba justo como lo recordaba desde la última reunión. Su cabello negro como el carbón estaba peinado hacia atrás con brillantina, al igual que Gordon Gekko en Wall Street. Sus dientes, de un blanco enceguecedor, llenaban una boca que se torcía para mostrar una sonrisa falsa, plástica. Su piel bronceada relucía bajo el traje azul marino de Michael Kors. Y sus penetrantes ojos azules chispeaban con una fiereza que recordaba a un águila cazando a su presa.
Y entonces, en un instante, supo ella cuál debía ser su curso de acción. Jackson Cave, con sus fotos personales junto a personajes de poder, y su apariencia cuidada e inmaculada, era un hombre que se preocupaba por cómo era percibido. Se ganaba la vida convenciendo a la gente: políticos, jurados, medios. Y Keri sabía que quería seducirla a ella también. Era su naturaleza.
Tengo que debilitar ese objetivo.Tengo que ir hasta él rápido y directo, derribar sus expectativas, sacarlo de su centro. La única manera de perforar su armadura y hacer que cometa un error es golpearlo lo suficiente. Quizás entonces dirá algo sin querer que pudiera conducirme a descifrar la clave.
Si podía descomponerlo, o al menos molestarlo, puede que cometiese una equivocación y sin querer revelase algo importante. Considerando que ya despreciaba al hombre, no era demasiado difícil. Solo tenía que emplearse a fondo y buscar grietas en su perfecta fachada. Ella no estaba segura de cuáles podrían ser esas grietas, pero si se mantenía alerta, estaba segura de que encontraría algo.
—Detective Keri Locke —dijo mientras pasaba junto a ella camino de su lado del escritorio—, qué sorpresa tan inesperada. Hace solo unas semanas que estuvimos charlando en medio del aire fresco de la montaña. Y ahora se ha dignado visitarme en la jungla de concreto. ¿A qué debo el honor?
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