Un Rastro de Esperanza . Блейк Пирс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Блейк Пирс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Un Misterio Keri Locke
Жанр произведения: Современные детективы
Год издания: 0
isbn: 9781640298484
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y dejando ir a la detective?

      Anderson se inclinó de tal manera que solo Keri pudiera escucharlo.

      —Buena suerte —susurró de forma casi inaudible, antes de dejar caer el cepillo de dientes y levantar sus brazos en alto para que ella pudiera deslizarse por debajo de sus esposas. Ella se arrastró para alejarse de él y lentamente se puso de pie con la ayuda de la mesa volcada. Cal alargó su mano para ofrecerle ayuda pero ella no la tomó.

      Una vez quedó de pie y recuperó el equilibrio se volvió para encararse con Thomas "El Fantasma” Anderson por lo que estaba segura sería la última vez.

      —Gracias por no matarme —musitó, tratando de sonar sarcástica.

      —Seguro —dijo, sonriendo dulcemente.

      Mientras caminaba hacia la puerta de la sala de interrogatorios, esta se abrió por completo y cinco hombres con todo el equipamiento SWAT irrumpieron y pasaron pitando por su lado. Ella no miró hacia atrás para ver lo que hacían mientras se abalanzaba fuera de la habitación y salía al pasillo.

      Al parecer Cal Brubaker había cumplido al menos parte de su palabra. El francotirador, recostado de la pared opuesta, con el arma a su lado, estaba en posición de descanso. Pero el Oficial Kiley no estaba a la vista por ningún lado.

      Mientras caminaba por el pasillo, escoltada por una oficial que dijo que la estaba llevando a la enfermería, Keri estuvo segura de haber escuchado el sonido de unos proyectiles al chocar con huesos humanos. Y aunque no escuchó ningún grito en consecuencia, oyó un gruñido, seguido por un gemido profundo e incesante.

      CAPÍTULO OCHO

      Keri se apresuró a regresar a su auto, esperando abandonar la estructura del estacionamiento antes de que alguien notara que se había ido. Su corazón latía al ritmo de sus zapatos, que resonaban con fuerza y rapidez en el concreto.

      Su ida a la enfermería había sido un regalo de Anderson. Él sabía que después de una situación de rehenes, de seguro ella tendría que encarar horas de interrogatorio, horas que ella no tenía para malgastar. Al pedir que a ella se le permitiera ir a la enfermería, le estaba asegurando una ventana de tiempo en la que habría poca supervisión y así, posiblemente sería capaz de irse sin ser acorralada por un hatajo de detectives de la División Centro.

      Eso es exactamente lo que ella había hecho. Luego que una enfermera hubo limpiado un pequeño pinchazo en su cuello y puesto una gasa, Keri había simulado un breve ataque de pánico atribuido a una crisis post-rehén y había solicitado usar el baño. Ya que ella no era una reclusa, fue fácil escabullirse después de eso.

      Caminó hacia el ascensor junto con el personal de mantenimiento que salía a las 9 p.m. El Oficial de Seguridad Beamon debe de haber estado disfrutando de un receso porque había otro hombre ocupando la recepción y este no la miró más de una vez.

      Una vez fuera del edificio, comenzó a cruzar la calle en dirección al estacionamiento, esperando todavía que algún detective saliera corriendo detrás de ella exigiendo saber por qué había estado interrogando a un prisionero estando suspendida. Pero no escuchó nada.

      De hecho, estaba en la sola compañía de sus latidos y sus pisadas, luego que los empleados de mantenimiento se dirigieron, bajando la calle, a la parada de autobús y la estación del metro. Aparentemente ninguno vino conduciendo al trabajo.

      Solo fue cuando llegó al segundo piso de la escalera que escuchó el sonido de unos zapatos más abajo. Eran sonoros y pesados y parecían venir de la nada. Los habría notado si hubieran estado caminando desde antes. No podían haber cruzado la calle. Casi era como si alguien hubiera estado esperando su llegada para comenzar a moverse.

      Se dirigió a su auto, como a medio camino de la hilera de la izquierda. Las pisadas la siguieron y ahora se hizo obvio que no era un par de zapatos sino dos, y que ambos claramente pertenecían a unos hombres. Sus pasos eran lentos y pesados y podía escuchar a uno de ellos resollar ligeramente.

      Era posible que estos hombres fuesen detectives, pero lo dudaba. Lo más probable es que ya se hubiesen identificado si quisieran hacerle alguna pregunta. Y si fueran policías con malas intenciones, no estarían aproximándose a ella en el estacionamiento de Twin Towers. Había cámaras por todas partes. Si estuvieran en la nómina de Cave y se propusieran hacerle daño, habrían aguardado hasta que ella hubiese salido del edificio público.

      Keri deslizó su mano automáticamente hasta la funda de su pistola antes de recordar que había dejado su arma personal en la cajuela. Había querido evadir preguntas sobre seguridad, y por ello había decidido que llevar su arma personal a la cárcel de la ciudad no la ayudaría a alcanzar ese objetivo. Por la misma razón, su pistola de tobillo se encontraba en el mismo lugar. Estaba desarmada.

      Sintiendo que su pulso se aceleraba, Keri se ordenó a si misma guardar la calma, y no acelerar el paso para dejarle saber a estos sujetos que ya estaba al tanto de ellos. Ellos tenían que saber. Pero mantener el disimulo podría darle tiempo. Igual pasaba con voltear a mirar sobre su hombro; se rehusó a hacerlo. Eso era ponerlos a correr tras ella.

      En su lugar, miraba con naturalidad las ventanillas de algunos de los utilitarios más brillantes, con la esperanza de tener una idea de con quiénes se las veía. Al cabo de unos cuantos autos, fue capaz de detallarlos. Dos sujetos, ambos de traje: una grande, el otro enorme con una panza que sobresalía por encima de su cinturón. Era difícil calcular la edad, pero el más grande se veía más viejo también. Él era el que resollaba. Ninguno llevaba armas, pero el gordo tenía lo que parecía un Taser, y el más joven apretaba en su mano una especie de porra. Aparentemente alguien la quería viva.

      Tratando de parecer desenfadada, sacó las llaves de su cartera, deslizando hacia afuera los extremos agudos por entre los nudillos mientras pulsaba el botón para abrir su auto, ahora a solo siete metros de distancia. Los dos hombres todavía estaban a tres metros de ella, pero no había forma de que llegara al auto, abriera la puerta, se subiera, cerrara la puerta, y la asegurara antes de que la atraparan, incluso para su tamaño. Se maldijo en silencio por no haber estacionado en reversa.

      El bip que hizo su auto pareció sorprender al gordo y lo hizo tambalearse un poco. Luego de eso, Keri supo que pretender que no los notaba a estas alturas parecería más sospechoso que voltear, así que se detuvo abruptamente y se giró rápidamente, tomándolos por sorpresa.

      —¿Cómo les va, amigos? —preguntó dulcemente, como si toparse con dos tipos descomunales justo detrás de ella fuera lo más natural del mundo. Ambos dieron un par de pasos antes de extrañamente detenerse a metro y medio de ella.

      El más joven pareció estar confundido. El más viejo comenzó a abrir la boca para hablar. Los sentidos de Keri hormigueaban. Por alguna razón, notó que el hombre había dejado una porción de pelo en el lado izquierdo de su cuello la última vez que se había afeitado. Casi sin pensarlo, pulsó el botón de alarma de su auto. Ambos hombres miraron sin querer en esa dirección. Ahí fue cuando ella se movió.

      Se abalanzó con rapidez, abanicando su puño derecho, el que tenía las llaves sobresalientes, hacia el lado izquierdo de la cara de él. Todo comenzó a moverse en cámara lenta. Él la vio demasiado tarde y para cuando comenzó a levantar su brazo izquierdo para tratar de bloquear el puñetazo, ella ya había hecho contacto.

      Keri supo que había sido un golpe directo porque al menos una de las llaves se hundió bastante antes de encontrar resistencia. El grito salió casi de inmediato mientras la sangre salía a borbotones de su ojo. Ella no se paró a admirar su obra. En lugar de ello, usó el impulso hacia adelante para abalanzarse, pegando su hombro derecho con la rodilla izquierda de él, aunque ya estaba desplomándose en el suelo.

      Escuchó un desagradable pop y supo que los ligamentos de la rodilla se habían desgarrado violentamente al caer al suelo. Sacó ese sonido de su cerebro mientras intentaba rodar con suavidad hacia atrás para poderse poner de pie.

      Desafortunadamente, lanzarse contra una persona así de corpulenta había estremecido su cuerpo