“Bueno,” dijo Yardley, “no se está centrando en una sola denominación religiosa. Eso lo sabemos con certeza. Si acaso, parece que esté tratando de evitar eso. Hasta el momento tenemos una iglesia católica, una iglesia presbiteriana, y una iglesia comunitaria sin denominación explícita.”
“Y algo más que tomar en cuenta,” dijo Mackenzie, “es que no podemos saber de seguro si está utilizando la posición de la crucifixión como su forma favorita de castigo y de simbolismo, o si lo está haciendo a modo de parodia.”
“¿Y cuál es la diferencia, en realidad?” preguntó Harrison.
“Hasta que sepamos la razón que tiene para ello, no podemos deducir su motivación,” dijo Mackenzie. “Si lo está haciendo como parodia, entonces seguramente no se trata de un creyente—quizá sea algún tipo de ateo airado o un antiguo creyente. No obstante, si lo está haciendo como su medio favorito de simbolismo, entonces podría tratarse de un creyente muy devoto, aunque con algunas maneras bastante peculiares de profesar su fe.”
“Y ese corte estrecho en el costado de Woodall,” dijo McGrath. “¿No estaba en ninguno de los otros cadáveres?”
“No,” dijo Mackenzie. “Era nuevo, lo que me hace sospechar que tiene algún tipo de significado. Como que puede que el asesino haya estado tratando de comunicarnos algo. O simplemente perdiendo aún más el juicio.”
McGrath se alejó de la mesa con un empujón y miró al techo, como si estuviera tratando de encontrar respuestas allí. “No me niego a ver todo esto,” dijo. “Ya sé que no contamos con ninguna pista y que no tenemos ningún camino concreto que seguir. No obstante, si no tengo algo que se parezca a una pista para cuando toda esta mierda salga en todos los noticieros nacionales en unas cuantas horas, las cosas se van a poner feas por aquí. Kirsch dice que ya ha recibido una llamada de una congresista que atiende Living World preguntando por qué no hemos sido capaces de solucionar esto en cuanto mataron a Costas. Así que necesito que vosotros tres me consigáis algo. Si no tengo nada sólido con lo que seguir adelante para esta tarde, tendré que expandir el caso… más recursos, más personal, y la verdad es que no quiero hacer eso.”
“Yo puedo contactar al equipo forense,” ofreció Yardley.
“Trabaja codo con codo con ellos, por lo que a mí respecta,” dijo McGrath. “Haré una llamada y daré el visto bueno. Quiero que estés allí en el instante que descubran algo nuevo sobre esos cadáveres.”
“Puede que sea como buscar una aguja en un granero,” dijo Harrison, “pero puedo empezar a investigar las ferreterías locales para conseguir los registros y los recibos de cualquiera que haya comprado las puntas que ese tipo ha estado utilizando los últimos meses. Por lo que tengo entendido, no son particularmente comunes.”
McGrath asintió. Sin duda, era una idea, pero la expresión en su rostro dejaba traslucir todo el tiempo que iba a llevar realizar esa tarea.
“¿Qué hay de ti, White?” preguntó.
“Iré a ver a las familias y los compañeros de trabajo,” dijo. “En una iglesia del tamaño de Living World, tiene que haber alguien con alguna idea sobre por qué le ha pasado esto a Woodall.”
McGrath aplaudió con sus manos y se echó hacia delante. “Suena bien,” dijo. “Así que poneos en marcha. Y ponedme al día cada hora cuando den las en punto. ¿Entendido?”
Yardley y Harrison asintieron. Harrison cerró su portátil al tiempo que se levantaba de la mesa. Cuando salieron por la puerta, Mackenzie se quedó rezagada. Cuando Yardley había cerrado la puerta después de salir, dejando a Mackenzie y a McGrath a solas en la sala, se volvió hacia él.
“Ah diablos, ¿de qué se trata?” preguntó McGrath.
“Siento curiosidad,” dijo. “El agente Ellington hubiera sido un valioso activo en este caso. ¿Adónde le han enviado?”
McGrath se revolvió incómodamente en su asiento y miró brevemente a través de la ventana de la oficina, a la oscuridad de la hora temprana de la mañana afuera.
“Bueno, antes de que le signara a esta otra tarea, obviamente no tenía ni idea de que este caso se fuera a poner tan feo. Por lo que se refiere a dónde está trabajando en este momento, con el debido respeto, no es asunto tuyo.”
“Con el mismo respeto,” replicó Mackenzie, haciendo lo que podía por no sonar demasiado a la defensiva, “se ha retirado del caso a un compañero con el que trabajo bien, lo que me deja a solas para solucionar este asunto.”
“No estás sola,” dijo McGrath. “Harrison y Yardley son más que eficientes. Ahora… haz el favor, agente White. Ponte a trabajar.”
Mackenzie quería seguir presionando, pero no veía razón para hacerlo. Lo último que necesitaba era que McGrath se enfadara con ella. Ya estaban bajo mucha presión y era demasiado pronto en el día como para enfrentarse a un jefe disgustado.
Le hizo un breve gesto de cortesía y salió por la puerta. De todas maneras, de camino hacia los ascensores, sacó su teléfono. Era demasiado pronto para llamar a Ellington así que optó por enviarle un mensaje de texto.
Solo te escribo para saber de ti, tecleó. Llama o envíame un mensaje cuando puedas.
Envió el mensaje mientras entraba al ascensor. Descendió hasta el aparcamiento donde le esperaba su coche. Afuera, la mañana todavía estaba oscura—con ese tipo de oscuridad pesada que parecía capaz de esconder todos los secretos que quisiera.
CAPÍTULO OCHO
Tras hacerse con un café, Mackenzie regresó a Living World. Sabía que era una iglesia grande, así que concretar alguna persona que pudiera tener información entre el personal y la congregación podría llevarle años. Se imaginó que, si la noticia se había hecho pública y habían comenzado las rondas de llamadas de teléfono, cabían muchas posibilidades de que los más cercanos a Woodall estuvieran en la iglesia—quizá ocupados con la preparación de servicios en su memoria o simplemente pasando por la iglesia para estar más cerca de Dios durante su luto.
Una vez más, su intuición le dio la razón. Cuando llegó a la escena, ya habían retirado a Woodall del portón de entrada. Y a pesar de que todavía seguían allí unos cuantos miembros de la policía local y del Bureau, también había un grupo de gente diseminado por todos lados, separado por la cinta amarilla de la policía para las escenas de crímenes que limitaba los bordes del sendero de hormigón que llevaba hasta el portón principal.
Unos cuantos lloraban a viva voz. Varios de ellos estaban abrazados a otros espectadores. Tomó nota de un hombre que estaba de pie a solas, con la cabeza dando la espalda a la escena. Mantenía la cabeza gacha y su boca se movía ligeramente mientras rezaba. Respetuosamente, Mackenzie le dio algo de tiempo para terminar con sus plegarias antes de acercarse a él. A medida que se aproximaba a él, divisó lo que parecía una expresión de ira en su rostro.
“Disculpe, señor,” dijo Mackenzie. “¿Dispone de un minuto?” Terminó la pregunta mostrándole su placa y presentándose.
“Sí,” dijo el hombre. Parpadeó y se frotó los ojos, como si tratara de librarse de los últimos vestigios del sueño o de una pesadilla. Entonces le ofreció su mano y dijo, “Soy Dave
Wylerman, el líder del departamento musical aquí en Living World.”
“¿Hay un departamento musical?”
“Sí. Tenemos una agrupación rotatoria de unos catorce músicos que forman parte de tres bandas religiosas.”
“Así que, ¿ha trabajado de cerca con el pastor Woodall en el pasado?”
“Oh, por supuesto que sí. Me reúno con él al menos dos veces por semana. Además de eso, se había convertido en un buen amigo de la familia, mi mujer, mis hijos y yo, durante la pasada década