Pero la energía de Caleb era demasiado intensa y a ella le costaba trabajo pensar con claridad siempre que él estaba cerca.
—Yo también —contestó Caleb—. Es un arma muy especial; nuestra raza la ha codiciado durante siglos. Corren rumores de que es el ejemplo más fino que jamás se forjó, de una espada turca, y que está fabricada con un metal que puede matar a cualquier vampiro. Seríamos invencibles si la consiguiéramos, pero si no…
Fue bajando el volumen de su voz. Al parecer, temía enunciar las consecuencias.
Caitlin deseó que Sam estuviera ahí, que pudiera ayudarlos a encontrar a su padre. Volvió a escudriñar el establo pero no vio rastros recientes de él. Otra vez deseó no haber perdido el celular en el camino; le habría hecho la vida mucho más sencilla.
—Sam solía venir a dormir a este establo con frecuencia —dijo. Creí que lo encontraríamos aquí. A pesar de todo, ahora estoy segura de que sí se encuentra en este pueblo. No iría a otro lugar. Mañana iremos a la escuela y hablaré con mis amigos para averiguar dónde está.
Caleb asintió.
—¿Crees que ya sabe en dónde está tu padre? —le preguntó.
—No… lo sé —contestó ella. Pero él tiene más información al respecto que yo. Lo ha tratado de encontrar desde siempre. Si alguien sabe algo sobre mi padre, es Sam.
Caitlin recordó todas aquellas ocasiones que había pasado con Sam. Él se la pasaba investigando, mostrándole nuevas pistas y desilusionándose. Sucedía lo mismo cada noche que subía a su habitación y se sentaba en el borde de la cama. El deseo que Sam tenía de ver a su padre se había vuelto abrumador; era como si un ser vivo se hubiera apoderado de él. A pesar de que Caitlin también tenía mucha curiosidad, ésta no igualaba a la de Sam. Por alguna razón, le había sido muy difícil ver a su hermano tan decepcionado.
También recordó la desordenada infancia que tuvieron y todo de lo que les había hecho falta vivir. De pronto, la emoción se apoderó de ella y las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos. Apenada, las secó con rapidez. Esperaba que Caleb no lo hubiese notado.
Pero sí lo hizo; la observó con intensidad. Luego se levantó lentamente y se sentó junto a ella. Estaba tan cerca que Caitlin percibió su energía; fue algo muy profundo e hizo que su corazón latiera con fuerza.
Caleb recorrió con ternura el cabello de Caitlin con su dedo, y le retiró algunos mechones del rostro. Luego dibujó el contorno de su ojo hasta llegar a la mejilla.
Caitlin permaneció inmóvil. Sentía sobre sí la mirada de Caleb, pero no se atrevía a verlo de frente.
—No te preocupes —la tranquilizó con su voz suave y profunda—. Encontraremos a tu padre, lo haremos juntos.
Pero lo que a ella le preocupaba no era su padre, sino él, Caleb. Quería saber cuándo la abandonaría.
Se preguntaba si, de tenerla cerca, la besaría. Se moría por sentir el toque de sus labios.
Pero temía voltear a donde él estaba.
Sintió que pasaron horas antes de que lograra reunir el valor para hacerlo.
Y cuando lo hizo, él ya no estaba cerca. Se había reclinado con suavidad contra el heno y ahora tenía los ojos cerrados. Estaba dormido con una tenue sonrisa en el rostro alumbrado por la luz que el fuego brindaba.
Caitlin se deslizó hasta estar cerca de él, se echó para atrás y dejó que su cabeza reposara a unos cuantos centímetros del hombro de Caleb. Estaban a punto de tocarse.
Ese “a punto” era suficiente para ella.
DOS
Caitlin deslizó la puerta del establo y entrecerró los ojos para ver al mundo cubierto de nieve. La blanca luz del sol se reflejaba en todo. Se cubrió los ojos con las manos porque sintió un dolor que jamás había experimentado antes. La luz la estaba matando.
Caleb salió y se paró a su lado. Estaba terminando de cubrir sus brazos y cuello con un material muy ligero. Se parecía al plástico con el que se envuelven los alimentos, pero en este caso, la textura parecía disolverse al contacto con su piel. Era imposible asegurar que hubiera algo ahí.
—¿Qué es eso?
—Cubierta de piel —le dijo mientras continuaba envolviéndose los brazos y hombros—. Es lo que nos permite salir durante el día. Si no la tuviéramos, nos quemaríamos— Volteó a ver a Caitlin—. Pero tú no la necesitas… aún.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.
—Créeme —contestó con una sonrisa—, ya nos habríamos dado cuenta.
Luego metió la mano a su bolsillo y sacó un frasquito de gotas. Se echó hacia atrás y se puso varias en cada ojo. Volteó y la miró.
Seguramente se dio cuenta de que a ella le dolían los ojos porque, con mucho cuidado le puso la mano en la frente y presionó hacia atrás.
—Reclínate —le dijo.
Ella se hizo hacia atrás.
—Abre los ojos.
Cuando Caitlin los abrió, él dejó caer una gota en cada ojo.
Le quemaron horriblemente. Cerró los párpados y bajó la cabeza.
—¡Ay! —se quejó y continuó tallándose—. Si estás molesto conmigo, mejor sólo dímelo.
Caleb sonrió.
—Lo siento. Al principio queman, pero ya te acostumbrarás. En unos segundos perderás la sensibilidad y dejará de doler.
Caitlin parpadeó y siguió tallándose. Después de un rato miró hacia arriba y volvió a sentirse bien. Tenía razón, el dolor había desaparecido.
—Si no hay alguna razón de peso, la mayoría de los vampiros no se atreve a salir durante el día. Somos más vulnerables que en la noche. El problema es que a veces es necesario hacerlo.
Volvió a mirarla.
—¿Queda muy lejos la escuela de Sam? —preguntó Caleb.
—Sólo tenemos que caminar un poco —contestó ella al mismo tiempo que lo tomaba del brazo y lo conducía por el césped cubierto de nieve—. Es la preparatoria Oakville. Yo también estudiaba ahí hasta hace unas semanas. Alguno de mis amigos debe saber en dónde se encuentra Sam.
*
La preparatoria Oakville lucía exactamente como Caitlin la recordaba. Parecía un sueño estar de vuelta. Al ver el edificio sintió como si sólo hubiera tomado unas breves vacaciones y ahora estuviera regresando a su vida normal. Por un segundo, incluso creyó que todo lo que había sucedido en las semanas recientes, era tan sólo parte de un sueño demencial. Se permitió fantasear y creer que todo estaba volviendo a la normalidad, que todo sería igual otra vez. Era una sensación agradable.
Pero cuando giró y vio a Caleb, supo que todo había cambiado, y si acaso había algo más irreal que volver a su pueblo, era haberlo hecho con Caleb a su lado. Entraría a su antigua escuela acompañada de un hombre guapo de más de más de un metro ochenta, con hombros amplios y vestido completamente de negro. El cuello alto de su gabardina negra le cubría el cuello y se escondía un poco detrás de su largo cabello. Parecía recién salido de la portada de alguna de esas populares revistas para adolescentes.
Caitlin imaginó la reacción que tendrían las otras chicas cuando la vieran con él y sonrió. Nunca había sido muy popular que digamos y los chicos jamás le prestaron mucha atención. Tampoco podía decir que fuera una marginada porque, en realidad, tenía varios buenos amigos. En general, nunca fue el alma de las fiestas; supuso que le gustaba permanecer en un punto medio. Por otra parte, recordaba que algunas de las chicas más populares la habían despreciado. Eran de aquellas que siempre andan