Alec nadó con todas su fuerzas, pero no podía alejarse. A pesar de sus esfuerzos, lo siguiente que supo fue que era succionado por el vasto remolino hacia las profundidades.
Alec nadó lo mejor que pudo sin soltar la espada muy en lo profundo, pateando y hundiéndose en las aguas congeladas. Pateó con desesperación tratando de ir a la superficie siguiendo el resplandor del sol, y mientras lo hacía, vio que tiburones inmensos empezaban a nadar hacia él. Alcanzó a ver el casco del barco flotando en la superficie y supo que solo tenía poco tiempo para poder llegar si es que quería sobrevivir.
Alec finalmente salió a la superficie con un último esfuerzo, jadeando por aire; un momento después sintió manos fuertes que lo tomaban. Miró hacia arriba y vio que Sovos lo subía al barco, y un segundo después ya estaba en el aire aferrándose a la espada.
Pero sintió movimiento y, al voltear hacia un lado, vio a un inmenso tiburón rojo que se dirigía a su pierna. Ya no había tiempo.
Alec sintió la espada vibrando en su mano, diciéndole qué hacer. Era algo que nunca antes había sentido. Giró y gritó mientras la bajaba con todas sus fuerzas con ambas manos.
A esto le siguió el sonido del acero cortando la carne, y Alec vio con sorpresa cómo la Espada Incompleta cortaba al enorme tiburón en dos. Las aguas rojas rápidamente se llenaron de tiburones que se comían los pedazos.
Otro tiburón saltó hacia su pierna, pero esta vez Alec sintió que lo levantaban con fuerza y cayó fuertemente sobre la cubierta.
Se dio la vuelta y gimió cubierto de contusiones y golpes, y respiró agitadamente, aliviado y completamente empapado. Alguien de inmediato lo cubrió con una manta.
“Como si matar a un dragón no fuera suficiente,” dijo Sovos sonriendo de pie a su lado y pasándole una botella de vino. Alec tomó un gran trago y sintió el calor en su estómago.
El barco estaba lleno de soldados, todos emocionados y en estado caótico. Alec no se sorprendió; después de todo no era común que un dragón fuera derribado por una espada. Miró a su alrededor y vio entre la multitud a Merk y Lorna, claramente también rescatados de las aguas. Merk le dio la apariencia de ser un truhan, posiblemente un asesino, mientras que Lorna era hermosa, con una calidad etérea. Ambos estaban empapados y parecían confundidos y felices de seguir con vida.
Alec notó que todos los soldados lo miraban, pasmados, y lentamente se puso de pie, también perplejo, al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Miraban hacia la espada que seguía goteando agua y después hacia él, como si fuera un dios. No pudo evitar voltear hacia la espada el mismo, sintiendo el peso de esta en su mano como si fuera una cosa viviente. Examinó el misterioso y brillante metal como si fuera un objeto extraño y vio en su mente el momento en el que había apuñalado al dragón, en su impresión al ver que atravesaba su piel. Se quedó maravillado con el poder de su arma
Pero tal vez más que eso, Alec no pudo evitar preguntarse quién era él. ¿Cómo era él, un simple muchacho de una simple aldea, capaz de matar a un dragón? ¿Qué era lo que le tenía preparado el destino? Empezaba a sentir que este no sería un destino ordinario.
Alec escuchó el sonido de mil mandíbulas y miró por la barandilla a un grupo de tiburones rojos que se comían el cuerpo del tiburón muerto flotando en la superficie. Las aguas negras de la Bahía de la Muerte eran ahora color rojo sangriento. Alec vio el cuerpo flotante y finalmente comprendió que en realidad había pasado. De alguna manera había matado a un dragón. El único en todo Escalon que lo había conseguido.
El cielo se llenó de chillidos y Alec vio a docenas de dragones más volando en la distancia, respirando grandes columnas de fuego y deseando venganza. Mientras lo veían, algunos parecían temerosos de acercarse. Algunos se separaron de la manada al ver a su compañero dragón muerto y flotando en el agua.
Pero otros chillaron con furia y bajaron directamente hacia él.
Al verlos descender, Alec no esperó. Corrió hacia la popa, se subió a la barandilla y los enfrentó. Sintió el poder de la espada pasando dentro de él, animándolo, y dándole una nueva determinación de acero. Sentía como si la espada lo estuviera impulsando. Él y la espada ahora eran uno.
El grupo de dragones descendió directamente hacia él. Los guiaba uno inmenso de brillantes ojos verdes que rugía mientras arrojaba fuego. Alec levantó la espada al sentir el valor que le daba la vibración en su mano. Sabía que el mismísimo destino de Escalon estaba en juego.
Alec sintió una oleada de valor que nunca antes había sentido mientras él mismo dejaba salir un grito de batalla; al hacerlo, la espada de iluminó. Un intenso estallido de luz salió disparado y se elevó, deteniendo el muro de fuego a mitad del cielo. Este continuó hasta que hizo que las flamas cambiaran de dirección, y mientras Alec empujaba con la espada de nuevo, el dragón chilló al ver que su propia columna de fuego lo envolvía. Convirtiéndose en una gran bola de fuego, el dragón chilló y se agitó mientras caía y se hundía en las aguas.
Otro dragón bajó volando, y de nuevo Alec levantó la espada para detener el muro de fuego y lo mató. Otro dragón vino por abajo y, al hacerlo, extendió sus garras tratando de levantar a Alec. Alec se dio la vuelta dando un golpe y se sorprendió al ver que la espada le cortaba las patas. El dragón chilló y Alec atacó de nuevo cortándole el costado y ocasionándole una gran herida. El dragón se desplomó sobre el océano y, al agitarse sin poder volar, fue atacado por un grupo de tiburones.
Otro dragón, uno rojo y pequeño, voló bajo por el otro lado abriendo sus mandíbulas. Mientras lo hacía, Alec dejó que sus instintos actuaran y dio un salto en el aire. La espada le dio poder y saltó más alto de lo que podía imaginar, pasando por encima de la cabeza del dragón y cayendo en su espalda.
El dragón chilló y se sacudió, pero Alec se sostuvo con fuerza. No pudo quitárselo de encima.
Alec se sintió más fuerte que el dragón, capaz de dominarlo.
“¡Dragón!” le gritó. “¡Te ordeno! ¡Ataca!”
El dragón no tuvo opción más que darse la vuelta y volar hacia arriba, directo hacia la manada de dragones que todavía venían hacia él. Alec los encaró sin miedo, volando para enfrentarlos y extendiendo la espada frente a él. Cuando se encontraron en el cielo, Alec atacó con la espada una y otra vez, con un poder y velocidad que no sabía que poseía. Cortó el ala de uno de los dragones; después le cortó la garganta a otro; después apuñaló a otro en un costado del cuello; después dio vuelta y cortó la cola de otro. Uno a uno los dragones se desplomaron del cielo, cayendo en las aguas y creando un remolino en la bahía debajo.
Alec no se detuvo. Atacó a la manada una y otra vez, volando en el cielo sin retroceder. Atrapado en el torbellino, apenas se dio cuenta de que los pocos dragones que quedaban se dieron la vuelta chillando y se alejaban temerosos.
Alec apenas podía creerlo. Dragones. Temerosos.
Alec miró hacia abajo. Vio lo alto que volaba sobre la Bahía de la Muerte, vio cientos de barcos, la mayoría en llamas, y vio a miles de troles que flotaban muertos. También la isla de Knossos estaba en llamas, y su gran fortaleza en ruinas. Era una impresionante escena de caos y destrucción.
Alec detectó a su flota y le ordenó al dragón que bajara. Cuando se acercaron, Alec levantó su espada y la introdujo en la espalda del dragón. Este chilló y empezó a caer, y cuando se acercaron al agua, Alec saltó y cayó en las aguas junto al barco.
Inmediatamente lanzaron cuerdas y ayudaron a Alec a subir de nuevo.
Al llegar de nuevo a la cubierta, esta vez no temblaba. Ya no sentía ni el frío ni el cansancio ni la debilidad ni el miedo. En vez de eso, sentía un poder que desconocía. Se sintió lleno de valor, de fuerza. Se sintió renacer.
Había matado una manada de dragones.
Nada en Escalon podría detenerlo ahora.
CAPÍTULO TRES
Vesuvius, despertando al sentir las afiladas garras