“¡Para practicar!”.
El soldado soltó una carcajada y se volvió hacia los otros soldados, que se unieron a él riendo en la cara de Drake.
Drake se sonrojó. Era la primera vez que Thor había visto a Drake avergonzado—generalmente, Drake avergonzaba a los demás.
“Pues, entonces, le diré a nuestros enemigos que te teman— ¡a ti, que empuñas una espada para practicar!”.
Los soldados volvieron a reír.
Entonces el soldado se volvió hacia los otros hermanos de Thor.
“Tres chicos del mismo origen”, dijo, frotando la incipiente barba en su mentón. “Puede ser útil. Tienen buen tamaño. Aunque son inexpertos. Necesitarán mucho entrenamiento, si quieren ser elegidos”.
Hizo una pausa.
“Supongo que podemos encontrar un espacio”.
Hizo una señal con la cabeza hacia el vagón trasero.
“Entren, y apresúrense. Antes de que cambie de opinión”.
Los tres hermanos de Thor corrieron hacia el carruaje, radiantes. Thor notó también la alegría en la cara de su padre.
Pero él estaba cabizbajo, mientras los veía marcharse.
El soldado se volvió y fue hacia la siguiente casa. Thor no podía soportarlo más.
“¡Señor!”, gritó Thor.
Su padre se volvió y lo miró, pero a Thor ya no le importaba.
El soldado se detuvo, de espaldas a él, y se volvió lentamente.
Thor avanzó dos pasos adelante, sintiendo que su corazón se aceleraba, sacó el pecho todo lo que pudo.
“No me ha tomado en cuenta, señor”, dijo él.
El soldado, sorprendido, miró a Thor de arriba a abajo, como si se tratara de una broma.
“¿No?”, preguntó él y se echó a reír.
Sus hombres también se echaron a reír. Pero a Thor no le importaba. Este era su momento. Era ahora o nunca.
“¡Quiero unirme a la Legión!”, dijo Thor.
El soldado se acercó a Thor.
“¿En serio?”.
Parecía divertido.
“¿Y has llegado a tu decimocuarto año?”.
“Sí, señor. Hace dos semanas”.
“¡Hace dos semanas!”.
El soldado gritó, riendo, al igual que los hombres que estaban detrás de ellos.
“En ese caso, nuestros enemigos temblarán al verte”.
Thor sintió que ardía de indignidad. Tenía que hacer algo. No podía dejar que todo terminara así. El soldado se dio la vuelta para alejarse—pero Thor no podía permitirlo.
Thor dio un paso adelante y gritó: “¡Señor! ¡Está cometiendo un error!”.
Se extendió un grito ahogado de horror entre la multitud, mientras el soldado se detenía y una vez más se volvió lentamente.
Ahora con el ceño fruncido.
“Muchacho tonto”, dijo su padre, sujetando a Thor por el hombro, “¡regresa adentro!”.
“¡No lo haré!”, gritó Thor, soltándose de la sujeción de su padre.
El soldado se acercó a Thor, y su padre se alejó.
“¿Sabes cuál es el castigo por insultar a Los Plateados?”, preguntó el soldado.
El corazón de Thor se aceleró, pero él sabía que no podía dar marcha atrás.
“Por favor, perdónelo, señor”, dijo su padre. “Él es un niño y…”
“No estoy hablando contigo”, dijo el soldado. Con una mirada fulminante, obligando al padre de Thor a alejarse.
El soldado volvió hacia a Thor.
“¡Contéstame!”, dijo él.
Thor tragó saliva, incapaz de hablar. No era así como él lo imaginó.
“Insultar a los Plateados es como insultar al mismo Rey”, dijo Thor mansamente, recitando lo que había aprendido de memoria.
“Sí”, dijo el soldado. “Lo que significa que puedo darte cuarenta latigazos, si quiero”.
“No quise insultarlo, señor”, dijo Thor. “Solamente quiero ser elegido. Por favor. He soñado con esto toda mi vida. Por favor. Permítame unirme a ustedes”.
El soldado lo miró, y lentamente, su expresión se suavizó. Después de un largo rato, negó con la cabeza.
“Eres joven, muchacho. Eres orgulloso. Pero no estás listo. Regresa cuando madures”.
Con eso, se dio la vuelta y salió corriendo, casi sin mirar a los otros muchachos. Subió rápidamente a su caballo.
Thor, cabizbajo, observaba cómo empezaba a entrar en acción el carruaje, tan pronto como habían llegado, se marcharon.
Lo último que vio Thor fue a sus hermanos, sentados en la parte trasera del carruaje, mirándolo, desaprobando, burlándose. Se los estaban llevando delante de sus ojos, lejos de ahí, hacia una vida mejor.
Por dentro, Thor tenía ganas de morir.
A medida que el entusiasmo que había alrededor de él se desvaneció, los aldeanos volvieron a sus hogares.
“¿Te das cuenta de lo estúpido que fuiste, muchacho tonto?”, dijo el padre de Thor, sujetando sus hombros. “¿Te das cuenta de que pudiste haber arruinado las posibilidades de tus hermanos?”.
Thor apartó las manos de su padre bruscamente, y su padre dio la vuelta y le abofeteó la cara.
Thor sintió la punzada y miró a su padre. Una parte de él, por primera vez, quería regresar el golpe a su padre. Pero se contuvo.
“Ve por mis ovejas y tráelas de regreso. ¡Ahora! Y cuando regreses, no esperes que te dé de comer. No cenarás esta noche, y piensa en lo que hiciste”.
“¡Tal vez nunca regrese!”, gritó Thor, mientras se volvía y salía corriendo, lejos de su casa, hacia las colinas.
“¡Thor!”, gritó su padre. Algunos de los aldeanos que permanecían en el camino, se detuvieron y observaron.
Thor empezó a trotar, después a correr, queriendo alejarse lo más rápido posible de ese lugar. Casi no se dio cuenta de que estaba llorando, que las lágrimas inundaban su cara, como si todos los sueños que había tenido en su vida hubieran sido aplastados.
CAPÍTULO DOS
Thor vagó durante horas en las colinas, en plena ebullición (echando humo), hasta que finalmente eligió una colina y se sentó, con los brazos cruzados sobre sus piernas, y miró al horizonte. Observó cómo desaparecían los carruajes, vio la nube de polvo que permaneció durante horas después.
No habría más visitas. Ahora estaba destinado a permanecer ahí, en esa aldea durante años, esperando otra oportunidad—si es que alguna vez regresaban. Si su padre lo permitía alguna vez. Ahora solo quedaban él y su padre, solos en la casa, y su padre seguramente dejaría ir toda su ira sobre él. Seguiría siendo el lacayo de su padre, pasarían los años, y terminaría igual que él, arraigado ahí, viviendo una vida empequeñecida, doméstica—mientras que sus hermanos ganaban gloria y renombre. Sus venas ardían con la indignación de todo eso. Esta no era la vida que quería vivir. Él lo sabía.
Thor se quemó los sesos buscando algo que pudiera hacer, alguna manera de cambiar las cosas. Pero no había nada. Esas eran las cartas que la vida había barajado para él.
Después