Un Grito De Honor . Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: El Anillo del Hechicero
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781632911087
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hombre lo miró, sorprendido – después, de repente echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

      "¡Tu esposa! Ésa es buena. Ya no lo es, amigo. Ahora es el juguete de otro". Entonces la cara del mesonero se hizo sombría, se convirtió en un ceño fruncido diabólico, mientras hacía un gesto a sus secuaces y agregó: "Ahora desháganse de este pedazo de basura".

      Los dos hombres musculosos se acercaron, y con una velocidad que sorprendió a Erec, ambos arremetieron contra él a la vez, estirando la mano para sujetarlo del pecho.

      Pero no se dieron cuenta de a quién estaban atacando. Erec era más rápido que los dos juntos, eludiéndolos, agarrando la muñeca de uno de ellos y doblándola hasta que el hombre cayó de espaldas y luego le dio un codazo al otro en la garganta, al mismo tiempo. Erec dio un paso adelante y machacó la tráquea del hombre en el suelo, noqueándolo, luego se inclinó hacia adelante y le dio un cabezazo al otro, que estaba agarrando su garganta, noqueándolo también.

      Los dos hombres yacían inconscientes, y Erec caminó sobre sus cuerpos hacia el mesonero, que ahora estaba sacudiendo su silla, con los ojos muy abiertos de miedo.

      Erec estiró la mano hacia adelante, agarró al hombre de los cabellos, tiró hacia atrás su cabeza y puso un puñal en su garganta.

      "Dime dónde está, y tal vez podría dejarte vivir", gruñó Erec.

      El hombre tartamudeó.

      "Te lo diré, pero estás perdiendo tu tiempo", respondió. "La he vendido a un lord. Tiene su propio ejército de caballeros y vive en su propio castillo. Es un hombre muy poderoso. Su castillo nunca ha sido traspasado. Y además de eso, tiene todo un ejército de reserva. Es un hombre muy rico – tiene un ejército de mercenarios dispuestos a hacer su oferta en cualquier momento. Cualquier chica que compra, se queda con ella. No hay manera que puedas liberarla. Así que regresa por donde viniste. Ella ya no está".

      Erec sostuvo la daga más cerca de la garganta del hombre hasta que empezó a brotar la sangre, y el hombre gritó.

      "¿Dónde está ese lord?". Erec gruñó, perdiendo la paciencia.

      "Su castillo está al oeste de la ciudad. Sigue la entrada oeste de la ciudad y hasta topar con pared. Verás su castillo. Pero es una pérdida de tiempo. Pagó buen dinero por ella – más de lo que valía".

      Thor ya había tenido suficiente. Sin demora, rebanó la garganta de ese comerciante de sexo, matándolo. La sangre se derramaba por todas partes, mientras se desplomaba en su asiento, muerto.

      Erec miró hacia abajo al cadáver, a los secuaces inconscientes y sintió asco por todo ese lugar. No podía creer que existiera.

      Erec atravesó la habitación y comenzó a cortar las cuerdas que ataban a todas las mujeres, cortando la gruesa, liberándolas una a la vez. Varias de ellas se levantaron de un salto y corrieron hacia la puerta. Pronto toda la habitación estaba libre y corrieron atropelladamente hacia la puerta. Algunas estaban demasiado drogadas para moverse, y otras les ayudaban.

      "Quienquiera que sea usted", dijo una mujer a Erec, deteniéndose en la puerta, "bendito sea. Y dondequiera que vaya, que Dios lo ayude“.

      Erec apreció el agradecimiento y la bendición; y presintió que, a donde quiera que él fuera, iba a necesitarlos.

      CAPÍTULO DIEZ

      Rayaba el alba, entrando a través de las pequeñas ventanas de la cabaña de Illepra, cayendo sobre los ojos cerrados de Gwendolyn y despertándola lentamente. El primer sol, un naranja tenue, la acariciaba, despertándola en el silencio del cercano amanecer. Ella parpadeó varias veces, al principio estaba desorientada, preguntándose dónde estaba. Y entonces se dio cuenta:

      Godfrey.

      Gwen se había quedado dormida en el piso de la cabaña, acostada en una cama de paja, cerca de la cama de él. Illepra durmió junto a Godfrey, y había sido una noche larga para los tres. Godfrey había estado gimiendo durante toda la noche, dando vueltas, e Illepra lo había cuidado sin cesar. Gwen había estado ahí para ayudar de cualquier forma que pudiera, para traer trapos húmedos, exprimiéndolos, colocándolos en la frente de Godfrey y entregando a Illepra las hierbas y ungüentos que continuamente solicitaba. La noche parecía interminable; muchas veces Godfrey había gritado, y ella estaba segura de que se estaba muriendo. Más de una vez él había llamado a su padre, y eso le había dado a Gwen un escalofrío. Ella sintió la presencia de su padre, merodeando entre ellos fuertemente. Ella no sabía si su padre querría que su hijo viviera o muriera – su relación siempre había estado cargada de tensión.

      Gwen también había dormido en la cabaña, porque ella no sabía a dónde ir. Se sentía insegura de regresar al castillo, de estar bajo el mismo techo que su hermano; se sentía segura aquí, al cuidado de Illepra, con Akorth y Fulton haciendo guardia en la puerta. Ella creía que nadie sabía dónde estaba, y quería que así siguiera siendo. Además, se había encariñado con Godfrey en estos últimos pocos días, había descubierto al hermano que nunca había conocido, y le dolía pensar que estaba muriendo.

      Gwen se puso de pie, apresurándose a ir al lado de Godfrey; su corazón latía con fuerza, preguntándose si estaba vivo todavía. Una parte de ella sentía que si él despertaba por la mañana, viviría, y que si no lo hacía, todo habría terminado. Illepra despertó y también se apresuró a ir con él. Se debe haber quedado dormida en algún momento de la noche; Gwen difícilmente podría culparla.

      Las dos se arrodillaron allí, al lado de Godfrey, mientras que la pequeña cabaña se llenaba de luz. Gwen puso una mano en la muñeca de él y lo sacudió, mientras Illepra se acercaba y colocaba una mano sobre su frente. Ella cerró los ojos y respiró – y de repente los ojos de Godfrey se abrieron de par en par. Illepra retiró su mano, sorprendida.

      Gwen, también estaba sorprendida. Ella no esperaba ver a Godfrey abrir los ojos. Él se volvió y la miró.

      "¿Godfrey?", preguntó ella.

      Él entrecerró los ojos, los cerró y los abrió otra vez; entonces, para sorpresa de ella, él mismo se incorporó sobre un codo y las miró.

      "¿Qué hora es?" preguntó él. "¿Dónde estoy?".

      Su voz sonaba alerta, saludable, y Gwen nunca se había sentido tan aliviada. Ella esbozó una enorme sonrisa, junto con Illepra.

      Gwen se inclinó hacia adelante y lo abrazó, dándole un fuerte abrazo, luego se retiró.

      "¡Estás vivo!", exclamó ella.

      "Por supuesto que lo estoy", dijo él. "¿Por qué no habría de estarlo? ¿Quién es ella?", preguntó, girando hacia Illepra.

      "La mujer que te salvó la vida", respondió Gwen.

      "¿Que me salvó la vida?".

      Illepra miró hacia el piso.

      "Yo sólo ayudé un poco", dijo con humildad.

      "¿Qué me pasó?", le preguntó a Gwen, frenético. "Lo último que recuerdo es que estaba bebiendo en la taberna y luego…"

      "Fuiste envenenado", dijo Illepra. "Con un veneno muy raro y fuerte. No lo había visto en años. Tienes suerte de estar vivo. De hecho, tú eres el único al que he visto sobrevivir. Alguien debe haberte estado cuidando".

      Con las palabras de ella, Gwen sabía que tenía razón, e inmediatamente pensó en su padre. El sol iluminó las ventanas, con más fuerza, y ella sintió la presencia de su padre con ellos. Él habría querido que Godfrey viviera.

      "Te lo mereces", le dijo Gwen con una sonrisa. "Habrías prometido abandonar la bebida. Ahora mira lo que pasó".

      Él se volvió y le sonrió; ella vio cómo le volvía la vida a sus mejillas y se sintió llena de alivio. Godfrey estaba de regreso.

      "Me salvaste la vida", le dijo, con seriedad.

      Se dirigió a Illepra.

      "Las dos me salvaron", añadió. "No sé cómo podré pagarles".

      Al mirar a Illepra, Gwen notó algo – había algo