Llegaron docenas de refuerzos más de los McCloud, abandonando la puerta para hacerles frente. Elden vio que había menos de sus propios hombres y sabía que pronto acabarían con todos ellos. Pero no le importaba. Estaban atacando a La Corte del Rey y él daría su vida para defenderla, para defender a estos muchachos de La Legión, de quienes estaba orgulloso de luchar junto con ellos. Si eran muchachos o adultos ya no importaba, estaban derramando su sangre al lado de él, y en este día, vivos o muertos, todos eran hermanos.
Kendrick galopó hacia abajo de la montaña de peregrinos, al mando de miles de Los Plateados, todos ellos cabalgando con toda la fuerza posible, corriendo hacia el humo negro en el horizonte. Kendrick se reprendió a sí mismo mientras cabalgaba, deseando haber dejado las puertas más protegidas ya que nunca esperó recibir un ataque así en este día, y sobre todo por parte de los McCloud, quienes pensaba que estaban tranquilos bajo el gobierno de Gwen. Les haría pagar a todos por invadir su ciudad, por aprovecharse de este día de fiesta de precepto.
A su alrededor todos sus hermanos iban a la carga, eran mil hombres fuertes, con toda la ira de Los Plateados, dejando su peregrinaje sagrado, decididos a mostrar a los McCloud lo que Los Plateados podrían hacer para que pagaran de una vez por todas. Kendrick juró que para cuando que terminara, ni un McCloud quedaría vivo. El lado de las Tierras Altas de ellos, jamás volvería a levantarse.
Cuando Kendrick se acercó, miró hacia adelante y vio a los reclutas de La Legión luchando valientemente, vio a Elden y a O’Connor y a Conven, todos terriblemente superados en número y ninguno dando marcha atrás a los McCloud. Su corazón se llenó de orgullo. Pero todos estaban, como pudo ver, a punto de ser vencidos.
Kendrick gritó y pateó aún más a su caballo, mientras guiaba a sus hombres y todos fueron como ráfaga a un último ataque. Tomó una lanza larga y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la aventó; uno de los generales de los McCloud se dio vuelta justo a tiempo para ver la lanza navegar por el aire y penetrar su pecho, con la fuerza suficiente para penetrar su armadura.
Los mil caballeros detrás de Kendrick dejaron escapar un gran grito: Los Plateados habían llegado.
Los McCloud se dieron vuelta y los vieron, y por primera vez, tenían verdadero miedo en sus ojos. Mil brillantes caballeros de Los Plateados, todos montando al unísono perfecto, como una tormenta bajando por la montaña, todos con sus armas desenvainadas, todos asesinos endurecidos, ninguno con una pizca de vacilación en sus ojos. Los McCloud se dieron vuelta para enfrentarlos, pero con inquietud.
Los Plateados descendieron sobre ellos, sobre su ciudad natal, Kendrick al mando del ataque. Sacó su hacha y la hizo oscilar expertamente, acuchillando a varios soldados haciéndolos caer de sus caballos; luego sacó una espada con su otra mano y cabalgando hacia el grueso de la muchedumbre, apuñaló a varios soldados en todos los puntos vulnerables de sus armaduras.
Los Plateados se acercaron hacia el grueso de los soldados como una ola de destrucción, como eran tan expertos en hacer; ninguno de se sintió cómodo hasta estar completamente rodeados en medio de la batalla. Para un miembro de Los Plateados, eso era lo que significaba sentirse en casa. Atacaron y apuñalaron a todos los soldados McCloud que estaban alrededor de ellos, que eran como aficionados en comparación con ellos; los gritos se escuchaban cada vez más y más fuerte mientras caían los McCloud en todas direcciones.
Nadie podía parar a Los Plateados, que eran demasiado rápidos y elegantes y fuertes y expertos y en su técnica, luchando como una unidad, como habían sido entrenados desde que eran niños. Su ímpetu y destreza aterrorizaba a los McCloud, que eran como soldados comunes junto a estos caballeros finamente entrenados. Elden, Conven, O’Connor y el resto de la Legión rescatados por los refuerzos, se levantaron de nuevo, sin embargo estaban heridos y se unieron a la lucha ayudando a impulsar aún más a Los Plateados.
En pocos momentos, cientos de los McCloud yacían muertos, y los que quedaron fueron atrapados por un gran pánico. Uno por uno comenzaron a girar y a huir, los McCloud salían por las puertas de la ciudad, tratando de alejarse de la Corte del Rey.
Kendrick estaba decidido a no permitirles que lo hicieran. Cabalgó hasta las puertas de la ciudad, con sus hombres siguiéndolo y se aseguró de bloquear camino de todos los que iban de retirada. Era un efecto de embudo, y McCloud fueron sacrificados ya que alcanzaron el embotellamiento de las puertas de la ciudad, el mismo gates tenía stormed pero horas antes.
Mientras Kendrick blandía dos espadas matando a hombres a diestra y siniestra, sabía que muy pronto cada uno de los McCloud moriría, y que la Corte del Rey sería de ellos otra vez. Mientras arriesgaba su vida por el bien de su tierra, sabía que esto era lo que significaba estar vivo.
CAPÍTULO TRES
Las manos de Luanda temblaban mientras caminaba paso a paso a través del amplio cruce fronterizo del Cañón. Con cada paso que daba sentía que su vida llegaba a su fin, sentía que abandonaba un mundo y entraba en otro. Pero a unos pasos de alcanzar el otro lado, sintió como si fueran sus últimos pasos en la tierra.
Parado a pocos metros de distancia estaba Rómulo y detrás de él, sus millones de soldados del Imperio. Dando vueltas en círculo por lo alto con un chirrido sobrenatural, volaban decenas de dragones, las criaturas más feroces que Luanda había visto, azotando sus alas contra el muro invisible que era el Escudo. Luanda sabía que con sólo dar unos cuantos pasos más, con salir del Anillo, el Escudo bajaría para siempre.
Luanda miró el destino que estaba esperando ante que ella, a la muerte segura a la que se enfrentaba a manos de Rómulo y sus hombres salvajes. Pero esta vez, a ella ya no le importaba. Todo lo que amaba, ya se lo habían quitado. Su marido, Bronson, el hombre al que más amaba en el mundo, había sido asesinado – y todo había sido culpa de Gwendolyn. Ella culpaba a Gwendolyn por todo. Ahora, finalmente, era momento de la venganza.
Luanda se detuvo a 30 centímetros de distancia de Rómulo, viéndose ambos a los ojos, mirándose fijamente uno al otro sobre la línea invisible. Era un hombre grotesco, dos veces más ancho que cualquier hombre, puro músculo, había tanto músculo en sus hombros que su cuello desaparecía. Su rostro era todo quijada, con grandes ojos negros, como canicas, y su cabeza era demasiado grande para su cuerpo. Él la miró como un dragón mira a su presa, y ella no tenía ninguna duda de que la haría pedazos.
Se miraron fijamente uno al otro en el grueso silencio, y una sonrisa cruel se extendió en su rostro, junto con una mirada de sorpresa.
"Nunca pensé que volvería a verte", dijo ella. Su voz era profunda y gutural, haciéndose eco en este horrible lugar.
Luanda cerró los ojos y trató de hacer que Rómulo desapareciera. Trató de hacer que su vida desapareciera.
Pero cuando abrió los ojos, él estaba todavía allí.
"Mi hermana me ha traicionado", respondió suavemente. "Y ahora es momento de que yo la traicione.
Luanda cerró los ojos y dio un paso final fuera del puente, al otro extremo del Cañón.
Al hacerlo, se escuchó un estruendoso ruido silbante detrás de ella; hubo un remolino de niebla en el aire desde el fondo del Cañón, como una gran ola que se elevaba y de repente volvía a caer otra vez. Hubo un sonido, como si se agrietara la tierra, y Luanda sabía con certeza que el Escudo se había desactivado. Que ahora nada quedaba entre el ejército de Rómulo y el Anillo.