Un Reino De Hierro . Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: El Anillo del Hechicero
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781632915306
Скачать книгу
alejarla. Ella estaba perdiendo terreno, casi colgando sobre el borde. Él había evitado que ella cayera, pero perdía terreno.

      Reece no podía continuar sujetándola y sabía que si no la soltaba, ambos caerían juntos. Ambos morirían.

      "¡Suéltame!", le gritó ella a él.

      Él movió la cabeza, inflexible.

      "¡Nunca!", gritó, con la cara chorreando de agua, sobre la lluvia.

      Reece de repente se soltó el árbol para que pudiera sujetarla de las muñecas con ambas manos; al mismo tiempo, envolvió sus piernas alrededor del árbol, sosteniéndose a sí mismo por detrás. Él tiró de ella hacia sí mismo con todas sus fuerzas, sus piernas eran lo único que evitaba que ambos cayeran.

      Con un movimiento final gimió y gritó y logró tirar de ella fuera de la corriente, a un costado, y eso hizo que ella girara hacia la cueva con los demás. Reece rodó con ella fuera de la corriente mientras pasaban, y la ayudó mientras se arrastraba.

      Cuando llegaron a la seguridad de la cueva, Stara se derrumbó agotada, acostándose de frente en el fango, muy agradecida por estar viva.

      Mientras yacía allí, respirando con dificultad, empapada, se sorprendió no por lo cerca que había estado de la muerte sino por una cosa: ¿Reece todavía la amaba? Se dio cuenta que le importaba más eso, que si había sobrevivido o no.

*

      Stara se sentó hecha ovillo alrededor del pequeño fuego dentro de la cueva, con los demás cerca, finalmente comenzando a secarse. Ella miró a su alrededor y se dio cuenta de que los cuatro parecían supervivientes de una guerra, con las mejillas hundidas, todos mirando fijamente las llamas, con las manos arriba y frotándolas intentando refugiarse de la incesante humedad y frío. Escuchaban el viento y la lluvia, elementos constantes de las Islas Superiores, que golpeaban afuera. Parecía que no acabaría nunca.

      Ya era de noche, y habían esperado todo el día para encender esta fogata, por temor a ser vistos. Finalmente, todos habían tenido tanto frío y cansancio y se sentían tan miserables, que se habían arriesgado. Stara sintió que había pasado suficiente tiempo desde su fuga, y además, no había manera de que aquellos hombres se atreverían a aventurarse a bajar a esos acantilados. Era demasiado empinado y húmedo, y si lo hacían, morirían en el intento.

      Aún así, los cuatro quedaron atrapados aquí, como prisioneros. Si ponían un pie fuera de la cueva, finalmente un ejército de hombres de las Islas Superiores los encontrarían y los matarían. Su hermano tampoco tendría piedad con ella. Era inútil.

      Se sentó cerca de un lejano y taciturno Reece, y reflexionó sobre los acontecimientos. Ella había salvado la vida de Reece en el fuerte, pero él había salvado la de ella en el acantilado. ¿A él todavía le importaba ella como una vez lo hizo? ¿De la forma en que a ella le importaba él? ¿O todavía estaba molesto por lo que le había sucedido a Selese? ¿La culpaba? ¿Alguna vez la perdonaría?

      Stara no podía imaginar el dolor que él estaba pasando aunque estaba allí sentado, con la cabeza en sus manos, mirando fijamente al fuego como un hombre que estaba perdido. Se preguntaba qué era lo que pasaba por su mente. Parecía ser un hombre con nada qué perder, como un hombre que había estado al borde del sufrimiento y no había regresado. Un hombre azotado por la culpa. No se veía como el hombre que había conocido alguna vez, el hombre tan lleno de amor y alegría, de sonrisa fácil que le había prodigado amor y cariño. Ahora, en cambio, parecía como si algo hubiera muerto dentro de él.

      Stara miró hacia arriba, temerosa de enfrentar la mirada de Reece, pero necesitando ver su rostro. Secretamente esperaba que él la estuviese mirando, pensando en ella. Pero cuando lo vio, se descorazonó cuando vio que él no la miraba en absoluto. En cambio, sólo miraba las llamas, era la mirada más solitaria que había visto en su rostro.

      Stara no podía dejar de preguntarse por millonésima vez si lo que había existido entre ellos había terminado, si se había arruinado por la muerte de Selese. Por millonésima vez, maldijo a sus hermanos, y a su padre, por poner en acción un plan tan artero. Ella siempre había querido que Reece fuera de ella, por supuesto; pero nunca habría consentido el subterfugio que la había llevado a su fallecimiento. Nunca había querido que Selese muriera, ni siquiera que fuera lastimada. Había esperado que Reece le diera la noticia de una manera suave, y que aunque se molestara, entendiera, y no que se suicidara. Ni que destruyera la vida de Reece.

      Ahora todos los planes de Stara, su futuro entero, se habían derrumbado ante sus ojos gracias a su horrible familia. Matus era el único sensato que quedaba en su linaje. Pero Stara se preguntaba qué sería de él, de los cuatro. ¿Se pudrirían y morirían aquí, en esta cueva? Con el tiempo, tendrían que dejarla. Y ella sabía que los hombres de su hermano eran implacables. Él no se detendría hasta que los hubiese matado a todos, especialmente después de que Reece había matado a su padre.

      Stara sabía que debía sentir algún remordimiento porque su padre había muerto, y sin embargo, no sentía nada. Ella odiaba al hombre y siempre había sido así. En todo caso, se sentía aliviada, incluso agradecida con Reece por matarlo. Había sido un guerrero y rey mentiroso, sin honor, toda su vida y no fue un padre para ella.

      Stara miró a esos tres guerreros, todos sentados allí, pareciendo consternados. Había estado en silencios durante horas, y se preguntaba si alguno de ellos tenía algún plan. Srog resultó gravemente herido, y Matus y Reece también estaban heridos, aunque sus lesiones eran menores. Todos parecían estar congelados hasta el hueso, golpeados por el clima de este lugar, con las probabilidades en contra de ellos.

      "¿Entonces todos vamos a quedarnos sentados en esta cueva para siempre y morir aquí?”, preguntó Stara, rompiendo el sofocante silencio, ya no siendo capaz de soportar la monotonía ni la oscuridad.

      Lentamente, Srog y Matus la miraron. Pero Reece seguía sin levantar la mirada y enfrentar la de ella.

      "¿Y adónde quieres que vayamos?", preguntó Srog, a la defensiva. "Toda la isla está plagada de los soldados de tu hermano. ¿Qué posibilidades tenemos contra ellos? Especialmente si están encolerizados por nuestro escape y la muerte de tu padre".

      "Tú nos metiste en este problema, primo mío", dijo Matus sonriendo, poniendo una mano en el hombro de Reece. "Ese fue un acto audaz de tu parte. Posiblemente el acto más audaz que he visto en mi vida."

      Reece se encogió de hombros.

      "Él se robó a mi novia. Se lo merecía.

      Stara enfureció al escuchar la palabra novia. Se sintió descorazonada. La elección de esa palabra lo decía todo, claramente Reece todavía estaba enamorado de Selese. Ni siquiera miraba a Stara a los ojos. Sentía ganas de llorar.

      "No te preocupes, primo", dijo Matus. "Me alegra que mi padre esté muerto, y me alegra que hayas sido tú quien lo mató. No te culpo. Te admiro. Incluso aunque hayas hecho que casi nos mataran a todos en el proceso".

      Reece asintió, apreciando claramente las palabras de Matus.

      "Pero nadie me respondió", dijo Stara. "¿Cuál es el plan?". ¿Que todos muramos aquí?".

      ¿Cuál es tu plan?", la preguntó Reece a ella.

      "No tengo ninguno", respondió. Hice mi parte. Rescaté a todos nosotros de ese lugar".

      "Sí, lo hiciste", reconoció Reece, mirando todavía las llamas, en lugar de verla a ella. “Te debo mi vida”.

      Stara sintió un atisbo de esperanza en las palabras de Reece, aunque él todavía no quería encontrarse con la mirada de ella. Se preguntaba si tal vez él no la odiaba, después de todo.

      "Y tú salvaste la mía", contestó ella. "Del borde del acantilado. Estamos a mano”.

      Reece todavía miraba fijamente las llamas.

      Ella esperaba que le dijera algo, que le dijera que la amaba, que dijera cualquier cosa. Pero no dijo nada. Stara sintió sonrojarse.

      "¿Entonces así están las cosas?", dijo ella. "¿No tenemos nada más que decirnos uno al otro? ¿Nuestro asunto terminó?".

      Reece levantó la