Hubo un fuerte viento y un gran ruido silbante, y Alistair vio con incredulidad cómo, debajo de ella, la tierra comenzaba a temblar aún más violentamente, y la enorme grieta en la tierra comenzó a moverse en la dirección opuesta, lentamente, acordonándose a sí misma.
Mientras empezaba a cerrarse sola, docenas de muertos vivientes gritaron, aplastados al tratar de salir.
En pocos momentos, cientos de muertos vivientes se resbalaban hacia la tierra, mientras la grieta se hacía más y más estrecha.
La tierra tembló una última vez, y luego hubo un silencio, mientras la grieta finalmente se cerraba sola, y aparecía la tierra, como si ninguna fisura hubiese aparecido. Los gritos horribles de los muertos vivientes llenaron el aire, silenciado debajo de la tierra.
Hubo un silencio, una pausa momentánea en la batalla, como si todos se hubiesen quedado parados a observar.
Rafi gritó, se volvió y puso su mirada en Argon.
"¡ARGON!", gritó Rafi.
Había llegado el momento para el choque final de estos dos Titanes.
Rafi corrió al claro abierto, sosteniendo su bastón rojo por lo alto, y Argon no dudó, corriendo a recibir a Rafi.
Los dos se reunieron en el centro, cada uno blandiendo sus bastones por arriba de sus cabezas. Rafi bajó su bastón hacia Argon y Argon subió el suyo y lo bloqueó. Surgió una gran luz blanca, como chispas, cuando se encontraron. Argon lo blandió hacia atrás y Rafi lo bloqueó.
Iban hacia adelante y hacia atrás, golpe tras golpe, atacando, bloqueando, con la luz blanca volando por todos lados. La tierra temblaba con cada uno de sus golpes, y Alistair podía sentir una energía monumental en el aire.
Finalmente, Argon encontró su brecha, empuñando su bastón de abajo hacia arriba, y al hacerlo, hizo pedazos el bastón de Rafi.
La tierra se sacudió violentamente.
Argon dio un paso adelante, levantó su bastón por lo alto con las dos manos, y lo hundió hacia abajo, en el pecho de Rafi.
Rafi soltó un grito terrible, miles de pequeños murciélagos salieron volando de su boca, mientras su mandíbula permanecía abierta. El cielo se puso negro por un momento, mientras espesas nubes negras se reunían desde los cielos sobre la cabeza de Rafi, y se arremolinaban hacia la tierra. Se lo tragaron entero y Rafi gritó mientras daba vueltas en el aire, siendo tirado hacia arriba, en los cielos, rumbo a un destino horrible que Alistair no quería imaginar.
Argon se quedó allí parado, jadeando, mientras todo quedaba en silencio, con Rafi muerto.
El ejército de muertos vivientes, uno a uno, se desintegraron ante los ojos de Argon, cada uno cayendo en un montón de cenizas. Pronto el campo de batalla estaba lleno de miles de montículos, que era todo lo que quedaba de los maleficios de Rafi.
Alistair examinó el campo de batalla y vio que quedaba sólo una batalla por emprender: a través del claro, su hermano, Thorgrin, ya estaba frente a frente con su padre, Andrónico. Ella sabía que en la batalla venidera, uno de estos hombres decididos, perdería la vida: su hermano o su padre. Oraba para que fuera su hermano quien saliera vivo.
CAPÍTULO CINCO
Luanda yacía en el suelo, a los pies de Rómulo, viendo con horror cómo miles de soldados del Imperio inundaban el puente, gritando triunfalmente, mientras cruzaban el Anillo. Ellos estaban invadiendo su patria, y no había nada que ella pudiera hacer excepto sentarse ahí, indefensa, y mirar y preguntarse si todo eso era su culpa, de alguna manera. No pudo evitar sentir que de alguna manera era responsable de haber desactivado el Escudo.
Luanda se volvió y miró hacia el horizonte, vio las naves interminables del Imperio, y sabía que pronto, millones de tropas del Imperio los inundarían. Su pueblo estaba acabado, el Anillo estaba acabado. Todo había acabado.
Luanda cerró los ojos y movió la cabeza, una y otra vez. Hubo un tiempo en que había estado tan enojada con Gwendolyn, con su padre y le habría alegrado presenciar la destrucción del Anillo. Pero su mentalidad había cambiado, desde la traición de Andrónico y su trato hacia ella, desde que le había afeitado la cabeza, desde que la había golpeado frente a su pueblo. Le hizo darse cuenta de lo equivocada que había estado, de lo ingenua que había sido en su propia búsqueda por el poder. Ahora, daría cualquier cosa por volver a su antigua vida, de nuevo. Todo lo que quería ahora era una vida de paz y satisfacción. Ya no deseaba la ambición ni el poder; ahora, sólo quería sobrevivir, para enmendar sus errores.
Pero mientras observaba, Luanda se dio cuenta de que era demasiado tarde. Ahora su amada patria estaba camino a la destrucción, y no había nada que pudiera hacer.
Luanda oyó un ruido espantoso, de risas mezcladas con un gruñido, y miró hacia arriba y vio a Rómulo allí parado, con las manos en la cadera, viendo todo, con una enorme sonrisa de satisfacción en su rostro, mostrando sus dientes largos y chuecos. Echó atrás la cabeza y se reía y se reía, eufórico.
Luanda deseaba matarlo; si tuviera un puñal en la mano, le atravesaría el corazón. Pero conociéndolo, con lo grueso de su piel, con lo inmune que era a todo, seguramente la daga ni siquiera lo perforaría.
Rómulo miró hacia abajo para verla, y su sonrisa se convirtió en una mueca.
"Ahora", dijo, "es hora de matarte lentamente".
Luanda oyó un sonido metálico distintivo y vio a Rómulo sacar un arma de su cintura. Parecía una espada corta, excepto que tenía una punta larga y estrecha. Era un arma maligna, evidentemente diseñada para la tortura.
"Vas a sufrir mucho, mucho", dijo él.
Mientras bajaba su arma, Luanda puso sus manos en su rostro, como para bloquearlo todo. Ella cerró los ojos y gritó.
Fue entonces cuando ocurrió algo extraño: mientras Luanda gritaba, el grito hizo eco en un grito aún mayor. Era el aullido de un animal. De un monstruo. Un rugido instintivo, más fuerte y más resonante que cualquiera que hubiera escuchado en su vida. Era como un trueno, destrozando los cielos.
Luanda abrió los ojos y miró al cielo, preguntándose a sí misma si lo había imaginado. Sonaba como si hubiera sido el chillido de Dios mismo.
Rómulo, también sorprendido, miró al cielo, desconcertado. Por su expresión, Luanda podría decir que realmente había sucedido; no lo había imaginado.
Volvió a surgir un segundo grito, incluso peor que el primero, con tal ferocidad, con tal poder, que Luanda se dio cuenta de que sólo podía ser una cosa:
Un dragón.
Mientras los cielos se separaban, Luanda estaba asombrada de ver a dos inmensos dragones a lo alto, eran las criaturas más grandes y aterradoras que había visto, tapando el sol, convirtiendo el día en noche, mientras lanzaban una sombra sobre ellos.
El arma de Rómulo cayó de sus manos, con su boca abierta en estado de shock. Evidentemente, nunca había visto algo como esto, especialmente mientras los dos dragones volaban tan bajo en el suelo, apenas a seis metros arriba de sus cabezas, casi picoteando sus cabezas. Sus grandes patas colgaban debajo de ellos, y mientras chillaban otra vez, arquearon sus espaldas y abrieron sus alas.
Al principio, Luanda, se preparó, asumiendo que iban a matarla. Pero al verlos volar tan rápido arriba de su cabeza, sintió que el viento que dejaban la derribaba, y se dio cuenta de que iban hacia otra parte: sobre el Cañón. Al Anillo.
Los dragones deben haber visto a los soldados cruzando hacia el Anillo y se dieron cuenta de que el Escudo estaba desactivado. Deben haberse dado cuenta de que ésta era su oportunidad para entrar en el Anillo, también.
Luanda observó, cautivada, cómo un dragón de repente abría su boca, bajaba en picado y soplaba un chorro de fuego