Solo deseaba que todo terminara. Sólo quería ser normal, quería que las cosas fueran normales, que volvieran a como estaban. Sólo quería estar con su mamá y su papá; quería cerrar los ojos y estar de vuelta en Escocia, en ese castillo, con Sam, y Polly, y Aiden. Quería regresar a la ceremonia de la boda; quería que todos en el mundo se sintieran bien.
Pero cuando abrió los ojos, todavía seguía allí, sola con Ruth en esa extraña ciudad y en esa época extraña. No conocía a nadie. Nadie se veía amable. Y no tenía idea a dónde ir.
Hasta que Scarlet ya no lo pudo soportar más. Tenía que seguir adelante. No podía estar escondiéndose y esperando para siempre. Su mamá y su papá debían estar por ahí, en alguna parte. Sintió una punzada de hambre y oyó a Ruth lloriquear, sabía que también tenía ganas de comer. Tenía que ser valiente, se dijo. Tenía que salir y tratar de encontrar a sus padres y también comida para las dos.
Scarlet salió al bullicioso callejón, estaba atenta a los soldados; a lo lejos, vio un grupos de ellos patrullando las calles, pero no parecían estar buscándola.
Scarlet y Ruth empujaron su paso entre las masas mientras se dirigían por las callejuelas serpenteantes. Estaba tan lleno allí que había gente por todas direcciones. Pasó junto a vendedores con carritos de madera vendiendo frutas y verduras, panes, botellas de aceite de oliva y vino. Los vendedores estaban uno al lado del otro, hacinados en los callejones, y gritaban para atraer clientes. La gente regateaba con ellos a más no poder.
Como si no estuviera lo suficientemente lleno, también había animales -camellos y asnos y ovejas y todo tipo de ganado, conducidos por sus propietarios. Entre ellos corrían pollos salvajes, gallos y perros. Olían terriblemente, y con sus rebuznos constantes, balidos y ladridos contribuían a elevar el nivel de ruido del mercado.
Scarlet sabía que Ruth tendría aun más hambre al ver esos animales, entonces se arrodilló y la agarró por el cuello, para frenarla.
“¡No Ruth!", Scarlet dijo firmemente.
Ruth obedeció a regañadientes. Scarlet se sintió mal por ella pero no quería que Ruth matara a esos animales y causara una gran conmoción en esa multitud.
"Voy a encontrar comida para ti, Ruth", dijo Scarlet. “Te lo prometo."
Ruth se quejó de nuevo y Scarlet sintió una punzada de hambre también.
Scarlet se apresuró para dejar atrás a los animales y condujo a Ruth por más callejones que se retorcían y giraban, pasando junto a más vendedores y más callejones. Parecía que este laberinto nunca terminaría, y Scarlet casi no podía ver el cielo desde allí.
Finalmente, Scarlet encontró un vendedor con un enorme pedazo de carne asada. Podía olerla desde lejos, el olor se filtraba por todos sus poros; vio a Ruth mirar la carne mientras se lamía los labios. Se detuvo mirando la carne boquiabierta.
“¿Quiere comprar una pieza?" El vendedor, un hombre grande con una bata cubierta de sangre, le preguntó.
Scarlet quería un pedazo más que cualquier otra cosa. Pero cuando puso la mano en sus bolsillos, no encontró nada de dinero. Sintió su brazalete, y se lo habría quitado para vendérselo a ese hombre a cambio de comida.
Pero se obligó a no hacerlo. Sentía que era algo importante, y entonces usó toda su fuerza de voluntad para contenerse.
En cambio, lentamente, tristemente negó con la cabeza. Agarró a Ruth y la alejó del hombre. Ruth lloriqueaba y protestaba pero no tenía otra opción.
Siguieron adelante y, finalmente, el laberinto se abrió en una plaza luminosa y soleada. A Scarlet le sorprendió ver el cielo abierto. Después de haber caminado por todos esos callejones, sentía que, con miles de personas dando vueltas en su interior, la plaza era el espacio más amplio y abierto que jamás había visto. En el centro había una fuente de piedra, y una inmensa pared de piedra que se elevaba cientos de metros rodeando la plaza. Cada piedra era tan ancha que era diez veces su tamaño. Contra esta pared, había cientos de personas de pie, que se lamentaban y rezaban. Scarlet no tenía idea por qué, o dónde estaba, pero sintió que estaba en el centro de la ciudad, y que este era un lugar muy sagrado.
"¡Eh, tú!" le llegó una voz desagradable.
Scarlet sintió que se le ponían los pelos de punta y poco a poco se volvió.
Un grupo de cinco chicos, sentados sobre una formación rocosa, la estaban mirando fijamente. Estaban todos sucios de pies a cabeza y estaban vestidos con harapos. Eran adolescentes, tal vez de 15 años, y Scarlet vio la maldad en sus rostros. Ellos estaban buscando problemas y habían ubicado a su próxima víctima; Scarlet se preguntó si era tan evidente que estaba sola.
Con ellos había un perro salvaje, enorme, rabioso, era dos veces el tamaño de Ruth.
"¿Qué estás haciendo por aquí sola?" el chico que parecía el líder le preguntó burlonamente mientras los otros cuatro se reían por lo bajo. Era musculoso y tenía una mirada estúpida, labios grandes y una cicatriz en la frente.
Mientras lo miraba, Scarlet sintió que adquiría un nuevo sentido, uno que nunca había experimentado antes: un fuerte sentido de intuición. No sabía qué le estaba pasando pero, de repente, pudo leer claramente los pensamientos del chico, sentir sus sentimientos y saber sus intenciones. Era claro como el día, y sintió que esos chicos no querían nada bueno. Querían hacerle daño.
Ruth gruñó a su lado. Scarlet supo que estaban a punto de enfrentarse -que era exactamente lo que quería evitar.
Ella se inclinó y le indicó a Ruth que necesitaban retirarse.
"Vamos a Ruth", Scarlet le dijo mientras empezaba a girar y alejarse.
“¡Hey, chica, te estoy hablando a ti!", el muchacho gritó.
Mientras se alejaba, Scarlet miró por encima de su hombro y vio a los cinco saltar de la piedra y caminar tras ella.
Scarlet se echó a correr por los callejones, tratando de alejarse lo más posible de esos chicos. Pensó en su confrontación con el soldado romano y por un momento se preguntó si debía detenerse y tratar de defenderse.
Pero no quería pelear. No quería hacerle daño a nadie. O correr ningún riesgo. Sólo quería encontrar a su mamá y papá.
Scarlet dobló en un callejón vacío. Miró hacia atrás y vio el grupo de chicos perseguirla. No estaban muy lejos y rápidamente estaban ganando velocidad. Demasiado rápidamente. Su perro corría con ellos y Scarlet se dio cuenta de que pronto la alcanzarían. Tenía que hacer algo para poder perderlos.
Scarlet se volvió en otra esquina, esperando encontrar una manera de evadirlos. Pero su corazón se detuvo.
Era un callejón sin salida.
Scarlet se volvió lentamente con Ruth a su lado lista para enfrentar a los chicos. Ahora estaban a quizás diez pies de distancia. Los chicos se acercaron lentamente, tomándose su tiempo, saboreando el momento. Se quedaron allí riéndose, llenos de crueldad.
"Parece que se te ha acabado tu suerte, niña," dijo el chico que era el líder.
Scarlet estaba pensando exactamente lo mismo.
CAPÍTULO TRES
Sam se despertó con un terrible dolor de cabeza. Se agarraba la cabeza con las dos manos, tratando de que el dolor desapareciera. Pero no había caso. Sentía como si el mundo entero estuviera cayendo sobre su cráneo.
Sam trató de abrir los ojos para averiguar dónde estaba pero el dolor era insoportable. La cegadora luz solar rebotaba en la roca del desierto y lo obligaba a protegerse los ojos y bajar la cabeza. Sintió que estaba acostado sobre el rocoso suelo de un desierto, sentía el calor seco y el polvo en la cara. Se acurrucó en posición fetal y sostuvo su cabeza con más fuerza, tratando de que el dolor desapareciera.
De golpe, empezó a recordar.
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