“Sabes la hora”.
“Sólo dime, ¿está bien?”
“Ocho y media”.
Riley frunció el ceño y se veía molesta también. Miró a Bill.
“Reprobó Inglés. Falta a muchas clases. Estoy tratando de ayudarla a salir de eso”.
Bill negó con la cabeza, entendiendo. Ser agente cobraba un precio demasiado alto y sus familias eran las víctimas más grandes.
“Lo siento”, dijo.
Riley se encogió de hombros.
“Tiene catorce años. Me odia”.
“Eso no es bueno”.
“Odiaba a todo el mundo cuando tenía catorce años”, respondió. “¿Tú no?”
Bill no respondió. Era difícil imaginar a Riley odiando a todo el mundo.
“Espera a que tus chicos tengan esa edad”, dijo Riley. “¿Cuántos años tienen ahora? Se me olvida”.
“Ocho y diez”, Bill respondió, luego sonrió. “Como van las cosas con Maggie, no sé si aún estaré en sus vidas cuando lleguen a la edad de April”.
Riley inclinó su cabeza y lo miró con preocupación. Extrañaba esa mirada.
“¿Tan mal entonces?”, dijo.
Alejó la mirada, no queriendo pensar en eso.
Los dos se quedaron callados por un momento.
“¿Qué es lo que escondes en el piso?” preguntó.
Bill miró hacia abajo y luego hacia arriba y sonrió; incluso en su estado, nunca se perdía de nada.
“No estoy escondiendo nada”, dijo Bill, recogiendo el sobre y colocándolo sobre la mesa. “Solo algo de lo que me gustaría hablarte”.
Riley sonrió. Era obvio que sabía perfectamente la razón por la cual estaba aquí.
“Muéstrame”, dijo y luego agregó, mirando nerviosamente a April, “Vamos al patio. No quiero que ella lo vea”.
Riley se quitó sus pantuflas y caminó por el patio trasero descalza por delante de Bill. Se sentaron en una mesa de picnic de madera desgastada que había estado allí desde mucho antes de que Riley se mudara aquí, y Bill miró alrededor del patio pequeño con su único árbol. Había bosques en todos los lados. Le hizo olvidar que estaba incluso cerca de una ciudad.
Demasiado aislado, pensó.
Nunca había sentido que este lugar era adecuado para Riley. La pequeña casa de estilo de rancho quedaba a quince millas de la ciudad, estaba deteriorada y era muy común. Quedaba justo al lado de una carretera secundaria, con nada más que bosques y pastos a la vista. No que jamás había pensado que la vida suburbana era adecuada para ella tampoco. Le costaba pensar en ella siendo la anfitriona de fiestas cóctel. Al menos podía manejar a Fredericksburg y tomar el Amtrak a Quántico cuando regresara a trabajar. Cuando aún podía trabajar.
“Muéstrame lo que tienes”, dijo.
Separó los informes y las fotografías en la mesa.
“¿Recuerdas el caso Daggett?” preguntó. “Tenías razón. El asesino no había terminado”.
Vio sus ojos abrirse mientras examinaba las fotos. Un largo silencio cayó mientras estudiaba los archivos intensamente, y se preguntaba si esto podría ser lo que necesitaba para volver, o si retrasaría su progreso.
¿Qué te parece?” preguntó finalmente.
Otro silencio. Todavía no levantó la mirada del archivo.
Finalmente levantó la mirada y, cuando lo hizo, se sorprendió al ver lágrimas en sus ojos. Nunca la había visto llorar, ni en los peores casos, cerca de un cadáver. Definitivamente esta no era la Riley que conocía. Ese asesino le había hecho algo, más que lo que él sabía.
Ahogó un sollozo.
“Tengo miedo, Bill”, dijo. “Tengo mucho miedo. Todo el tiempo. De todo”.
Bill sintió su corazón hundirse al verla así. Se preguntó a dónde se había ido la Riley de antes, la única persona en la que siempre podría confiar ser más fuerte que él, la roca a la que siempre podía acudir cuando tenía problemas. La echaba de menos.
“Está muerto, Riley”, dijo en el tono más seguro que pudo. “Ya no puede lastimarte”.
Negó con la cabeza.
“No sabes eso”.
“Sí lo sé”, respondió. “Encontraron su cuerpo después de la explosión”.
“No pudieron identificarlo”, dijo.
“Sabes que era él”.
Su cara se cayó hacia adelante y la cubrió con una mano mientras lloraba. Tomó su otra mano.
“Este es un nuevo caso”, dijo. “No tiene nada que ver con lo que te sucedió”.
Negó con la cabeza.
“No importa”.
Lentamente, mientras lloraba, subió la mano y le entregó el archivo, alejando la mirada.
“Lo siento”, dijo, mirando hacia abajo, sosteniéndolo con una mano temblorosa. “Creo que debes irte”, añadió.
Bill, sorprendido y triste, tomó nuevamente el archivo. Jamás en un millón de años habría esperado este resultado.
Bill se quedó sentado allí por un momento, luchando contra sus propias lágrimas. Finalmente, le dio unas palmaditas suaves a su mano, se levantó de la mesa y caminó por la casa. April todavía estaba sentada en la sala de estar, sus ojos cerrados, su cabeza moviéndose al ritmo de la música.
Riley se quedó llorando sola en la mesa de picnic, después de que Bill se fuera.
Pensé que estaba bien, pensó.
Y realmente quería estar bien para Bill. Y pensó que realmente podía hacerlo. Sentada en la cocina hablando de trivialidades había estado bien. Luego habían salido y cuando vio el archivo, había pensado que estaría bien, también. Mejor que bien, realmente. Estaba siendo atrapada por él. Fue reavivado su deseo de trabajar, quería volver al campo. Estaba dividiendo todo en compartimientos, por supuesto, pensando en esos asesinatos casi idénticos como un rompecabezas a resolver, casi abstracto, un juego intelectual. Eso también estuvo bien. Su terapeuta le había dicho que tendría que hacer eso si tenía la esperanza de volver al trabajo.
Pero luego, por alguna razón, el rompecabezas intelectual se convirtió en lo que realmente era: una monstruosa tragedia humana en la que dos mujeres inocentes habían muerto en la agonía de dolor y terror inconmensurable. Y de repente se preguntó: ¿Fue tan malo para ellas como lo fue para mí?
Su cuerpo ahora estaba inundado de pánico y miedo. Y de vergüenza y pena. Bill era su compañero y su mejor amigo. Ella le debía tanto. Había estado a su lado durante las últimas semanas cuándo nadie más lo había hecho. No podía haber sobrevivido su tiempo en el hospital sin él. Lo último que quería era que la viera reducida a un estado de indefensión.
Oyó a April gritar desde la puerta trasera.
“Mamá, tenemos que comer ahora o llegaré tarde”.
Sintió ganas de gritar, “¡Prepárate tu propio desayuno!”
Pero no lo hizo. Ya estaba bastante agotada de sus peleas con April. Había renunciado a pelear.
Se levantó de la mesa y caminó hacia la cocina. Jaló una toalla de papel del rollo y lo utilizó para limpiar sus lágrimas y sonarse la nariz, y luego se preparó para cocinar. Trató de recordar las palabras de su terapeuta: Incluso realizar las tareas rutinarias tomará un gran esfuerzo consciente, al menos por un tiempo.