En cuanto la música comenzó a sonar llamó a Steven, podÃa pasar a recogerla, ya estaba todo listo; colgó el teléfono, reunió todos sus bártulos y bajó las escaleras. Salió y se dirigió al bar de al lado a esperarlo, a los diez minutos Steven entraba por la puerta, aún no habÃa desayunado por lo que se dispuso a hacerlo cómodamente sentado en una de las mesas.
-Vamos a ir a Miño, o sea que date prisa porque tenemos que pillar un autobús âle apremió.
-Tranquila, tenemos todo el dÃa por delante, esta tostada está estupenda âreplicó él, relamiéndose, al tiempo que bajaba la voz y se acercaba a ella âtranquilÃzate, todo marcha bien, no te pongas nerviosa, debemos estar alerta pero sin nervios. Recuerda que somos dos enamorados.
Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.
-Ya verás, te encantará Miño.
Durante unos minutos hablaron de cosas banales como el tiempo, las playas, los planes que tenÃan para el dÃaâ¦pagaron y se fueron hacia la estación de autobuses. Bajaban las escaleras cuando por los altavoces se escuchó una voz que anunciaba la salida del autobús con destino a Miño, tuvieron que correr un montón pero el conductor les abrió la puerta y entraron en él de un salto. Pasaron el dÃa bañándose, revolcándose por la arena y caminando, luego cuando tuvieron hambre buscaron un sitio en el pinar y dieron buena cuenta de sus bocadillos. Steven sacó de su mochila unas latas de cerveza que, sorprendentemente, estaban frÃas.
El dÃa transcurrió apaciblemente, serÃan cerca de las siete cuando cogieron el autobús de vuelta a Coruña. El tiempo necesario para dejar las cosas en casa y se lanzaron a la noche coruñesa; pero, a diferencia de los otros dÃas, éste era especial, Hamid los esperaba en la playa a las once de la noche, y debÃan de tener cuidado. Era sábado y la gente tomaba los bares por asalto, llegaban sedientos, toda una semana de abstinencia y por fin la liberación, las copas , el flirteo, el baile. El Orzán era en aquellos momentos la zona más poblada de Coruña; ellos paseaban esperando que llegara la hora de hablar con Hamid. En el momento apropiado bajaron a la playa y se dirigieron a las barcas, esperaron, esperaron más de una hora pero no apareció, algo habÃa salido mal, posiblemente alguien lo estaba siguiendo: se escondieron debajo de una de las barcas y aguardaron en silencio. Cerca de la una de la madrugada oyeron voces que se acercaban a su escondite:
-Cuidado con lo que haces, más te vale no engañarnos.
-â¦
-¿Dónde lo has escondido? âdijo amenazadora aquella voz âno grites o eres hombre muerto, mi cuchillo se encargará de tu preciosa garganta.
-Ya no lo tengo, intenté decÃrtelo antes.
-¡No te creo! ¡Llevo más de un mes vigilándote!
-Lo he mandado por correo, te lo juro.
-Tú lo has querido ây diciendo estas palabras clavó la navaja en el cuerpo de Hamid. Empezó a buscar frenéticamente por los bolsillos del hombre asesinado. Desde su escondite MarÃa y Steven fueron testigos de todo: aquel hombre habÃa matado a su compañero, si lo apresaban la misión se irÃa al garete, tenÃan que esperar a que se marchase puede que Hamid le hubiera dicho la verdad pero no era probable. DebÃa de estar escondido en algún sitio. Como el hombre no encontrara nada interesante entre la ropa del cadáver, se fue. Aguardaron unos minutos antes de salir siguiendo al asesino de su amigo, tenÃan que averiguar para quién trabajaba, pero no se puso en contacto con nadie: entró en un bar, tomó una cerveza y, cogiendo un taxi, desapareció. Ellos volvieron a las barcas, Hamid estaba inconsciente, apenas tenÃa pulso, no podÃan hacer nada por él.
-Tiene que tenerla encima.
-Lo he registrado bien y no la tiene, sabemos que los Otros no han logrado hacerse con ella.
-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.
-Es posible, pero ¿dónde está, dónde ha podido ocultarlo?
En Venecia siempre ocurren cosas extrañas
Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veÃa a ellos pero, aun cuando no me escondÃa ni procuraba pasar desapercibido, parecÃa que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendÃa valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguÃ. El hombre perseguido, que vestÃa a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre habÃa desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.
¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenÃa nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasÃas de estos chicos habÃan hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habÃamos dormido más de doce horas, me vestÃ, descorrà las cortinas y vi que era de dÃa. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertarÃa. ¡Dos dÃas! HabÃan pasado dos dÃas desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no habÃa acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. SÃ, me darÃa prisa en terminarlo pero el jefe debÃa comprender que la historia tenÃa múltiples ramificaciones y todavÃa tardarÃa un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisarÃa de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no serÃa hasta dentro de cuatro o cinco dÃas. Me despedà del jefe prometiéndole que le tendrÃa informado de los adelantos que hiciese y entré en la panaderÃa a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:
-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad âdecÃa Teresa.
-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas âañadió SofÃa.
-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!
-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? âinquirió Teresa.
-SÃ, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?
-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.
-No te entiendo. ExplÃcate.
-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio habÃa heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habÃan dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas