Entre aplausos la imagen del catedrático se desvaneció.
Sin embargo esta vez no todos los estudiantes habÃan aplaudido: ni los cuatro ateos, ni dos descendientes de los aburridÃsimos eternos, ni una joven conocida por todos por su espiritualidad y a la que además se le habÃa oÃdo decir a la vecina:
âSin embargo, también creo que al final de los tiempos también esos desgraciados⦠PodrÃa tratarse de una especie de purgatorio en la tierra, ¿no? Está escrito: «No juzguéis si no queréis ser juzgados» y si bien es verdad que en cierta ciencia puede haber mucha soberbia, ¡cuánta puede encontrarse también en cierta teologÃa!
Lo primero que generó la aversión general contra los eternos fue la envidia, por el deseo de los mortales comunes de ser como ellos, unos celos disfrazados no obstante de deseo de justicia, como sucede casi siempre. Posteriormente, cuando se apreció de manera generalizada el aburrimiento existencial de los inmortales, no desapareció la hostilidad contra ellos, sino que para alimentarla se habÃa añadido una especie de desprecio por la condición que sufrÃan, ese desprecio que aparece lamentablemente, en los espÃritus menos nobles, hacia aquellos que consideran, por cualquier razón, como distintos. El desprecio se expresaba a veces en forma de sarcasmo burlón, con observaciones como estas: «¡Les está bien empleado a esos prepotentes que querÃan ser superiores a nosotros y se daban tantas Ãnfulas!», «¡FÃjate en esos millonarios! Se han gastado una fortuna para alcanzar el aburrimiento, esas cabezas de chorlito», o como esta otra, más dura: «¡Sus caras alegres se han convertido en rostros pálidos como el culo!». En la última fase se generó en muchos mortales, no en todos, ya que seguÃan existiendo algunos no despiadados, un odio puro por los eternos. La mecha la habÃa encendido un caso, llamado por los medios «La carnicerÃa de ParÃs», cuya noticia habÃa dado la vuelta al mundo de inmediato con gran escándalo. El hecho se habÃa producido después de la vuelta a viejo calendario, exactamente en el año 2509, habiéndose ya destruido las instalaciones Vida Eterna, por lo que el número de los inmortales, todos censados por obligación legal, se mantenÃa entonces en 1003 personas, también porque la eternidad originada por el procedimiento Vida Eterna no era transmisible, ya que el proceso hacÃa estériles a quienes se habÃan sometido a él. Algunos inmortales sà tenÃan hijos y nietos, pero todos fruto de concepciones precedentes. Para llegar al apogeo del odio entre la conciencia colectiva se llegó al convencimiento, que ya estaba en lo más profundo de las mentes antes de la carnicerÃa de ParÃs, de que de no le habrÃa sido posible de ninguna manera a un mortal reaccionar con éxito a un ataque violento de un mortal que hubiera decidido herirle o matarle, debido a la tristemente famosa facultad de los eternos de regenerarse poco después de haber sido ellos mismos heridos o aparentemente muertos. Por tanto, en caso de agresión, la única posibilidad de defensa, que solo habrÃa podido ejercerse si enfrente del inmortal violento se encontraran muchas personas, habrÃa sido sujetarlo con cuerdas o cadenas, impidiendo asà sus movimientos. Seguramente ya se habÃan producido agresiones por parte de un eterno contra un mortal antes de la carnicerÃa de ParÃs y además, en cuatro siglos, debÃan haber sido muchas, pero solo después de esta matanza se habÃa extendido por todas partes una airada obsesión colectiva contra los eternos. Lo que habÃa pasado era que uno de los inmortales, un hombre fornido que aparentaba tener unos treinta años o con más de cuatrocientos años de edad real, Louis Villon, célebre por haber sido uno de los dos magnates que habÃan financiado la investigación del Instituto Privado Bertrand Russell que desembocó en el procedimiento Vida Eterna y que al principio no habÃan dado fruto, una tarde en el campo en los alrededores de ParÃs, al entrar andando en su propia villa después de un paseo para hacer la digestión, fue atacado por tres perros doberman instigados contra él por cuatro jóvenes mortales pertenecientes, como luego pudo averiguar Villon, a una banda de una decena de vándalos racistas que tenÃa como primer objetivo enfrentarse a los odiados eternos. Louis Villon habÃa sido literalmente despedazado por los perros y luego sus amos se habÃan alejado psicológicamente saciados de sangre junto con sus animales. Villon renació entre grandes sufrimientos, lleno de rabia contra esos miserables y realizó indagaciones al dÃa siguiente mediante investigaciones privadas para descubrir su identidad. Una vez supo lo que necesitaba sobre esos malhechores, en lugar de denunciarlos, el multimillonario habÃa querido llevar a cabo una venganza personal y, por la noche, cuando su club estaba vacÃo de gente, lo habÃa incendiado. La banda ocupaba una chabola de madera en el campo en los alrededores de ParÃs, no lejos de la villa del eterno. Sin embargo uno de los bandidos, que vivÃa en un caserÃo cercano al club, apenas a unos ochenta metros, habÃa visto huir al incendiario y la noche siguiente se lo habÃa contado a los demás miembros. No mucho después, tras echar abajo la puerta de entrada a la villa de Villon, los diez juntos habÃan invadido la morada con sus tres perros, empuñando antorchas, con la más