Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros. Stephen Goldin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Stephen Goldin
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Научная фантастика
Год издания: 0
isbn: 9788885356559
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en la mano. Cuando vio a Ryan, lo saludó con la mano de forma agradable y natural y lo invitó a unírsele.

      Ryan le pasó por el lado.

      “¡Jeffrey!”.

      No pudo evitar voltear ante tal grito. Allí, en la entrada de uno de los edificios estaba su madre, quien había muerto hacía cuatro años. Tenía el cabello largo, como había estado de moda cuando Ryan tenía tres años, pero su rostro era el de su vejez. Ella estiró su mano hacia él. “Ven conmigo, hijo”, suplicó ella en voz baja.

       Ella no es real. Mamá está muerta. Esto es una farsa. Falsificación. Ilusión. Fraude.

      Se voltio lentamente para irse.

      “¡Jeffrey!”. Jeffrey, hijo mío, ¿no conoces ni a tu propia madre?”.

      Ryan se detuvo y se mordió el labio inferior, pero no se voltearía a mirarla de nuevo. No se atrevía.

      “Jeffrey, mírame. Por favor”.

      “No. Tú eres falsa, falsa como todo lo demás en este condenado lugar. ¡Vete y déjame en paz!”.

      Ella corrió hacia él lo mejor que pudo, apoyándose en su pierna izquierda por la artritis como siempre lo hizo. Lanzándose a sus pies, ella se aferró a su manga. “Soy tu madre, Jeffrey”, lloró ella. “Di que me reconoces. Por favor. Tu propia madre”. Sus ojos mojados se levantaron para mirarlo al rostro y él desvió la mirada rápidamente.

      “¡SUÉLTAME!”, gritó él. La empujó para alejarla. Ella se cayó hacia atrás y su cabeza se estrelló contra el duro suelo. Se oyó un crujido y comenzó a brotar sangre del sitio donde ella se había golpeado la cabeza. Ella estaba muy quieta, con sus ojos fijos en él como un pez muerto. A él le dieron náuseas, pero su estómago estaba vacío y no subió nada excepto el amargo sabor del ácido.

      Cuando se detuvieron los espasmos digestivos, él se enderezó y continuó caminando, a pesar del hecho de que podía sentirla muerta, con su mirada fija clavada en la nuca. Él sabía que si volteaba, ella estaría mirándolo. Saberlo hacía muy difícil el no voltear.

      Ryan siguió caminando.

       ***

      Lo estaban esperando cuando volteó en la esquina. Bael y otros siete exploradores, parados en una única fila bloqueando su paso. “Si no vas a jugar con las reglas, tendrás que parar el juego, Jeff”, dijo Bael con ecuanimidad.

      “¿Me van a dejar pasar?”.

      El otro agitó su cabeza. “No. No podemos dejarte avanzar más”.

      “¿Entonces qué se supone que haga ahora?”.

      “Una de dos: o te vas, o te unes a nosotros”.

      “¿Y qué hay de mi misión aquí?”.

      “Deja de jugar al soldadito de plomo, Jeff. Eres capaz de mejores cosas”.

      “Creo que quiero ver qué hay atrás de ustedes”.

      “Nosotros somos ocho, Jeff, y tú sólo uno”.

      “Sí, pero yo tengo una pistola”.

      “No funcionará”, dijo Bael con ecuanimidad. “No en nosotros. La ciudad no lo permitiría”.

      Y Ryan sabía que él tenía razón. Cualquiera que fuese la fuerza a cargo aquí, no permitiría que él destruyera nada importante. Pero debía estar acercándose a algo, o no hubiesen hecho este esfuerzo concertado para detenerlo.

      “Bueno”, comenzó a decir lentamente. Luego, en un impulso, se movió hacia la línea de hombres. El hombre más cercano dio un paso para bloquear su camino; Ryan le dio una rápida patada en la ingle y el hombre se dobló hacia adelante, dejando el camino libre para pasar corriendo. Ryan corrió y siguió corriendo junto a la vía entre los edificios.

      “¡Tras él!”. Gritó Bael —innecesariamente, porque ya los otros hombres habían comenzado a perseguirlo. En un principio, su conocimiento sobre la disposición de la ciudad los mantuvo casi a su ritmo, pero la desesperación le dio velocidad a los pies de Ryan. Por el momento renunció a pensar, permitiendo que el puro instinto lo guiara entre las agudas esquinas, que de otra forma hubieran aturdido su mente. Se encontró a sí mismo corriendo directamente a una pared vacía, sólo para que una abertura apareciera justo antes de que la golpeara. Se apresuró a través de edificios, subió escaleras, cruzó delicados puentes en arco elevados cien metros en el aire, luego bajo y salió. Dentro, fuera, alrededor, junto; su avance era tan azaroso y tan rápido como lograba que fuera. Sus perseguidores quedaron muy atrás de él, hasta que eventualmente ya no podía verlos. Luego, hasta sus pisadas salieron de rango. Ryan se detuvo.

      De nuevo cayó el silencio, el silencio que le había dado la bienvenida a esta ciudad. El único sonido era su propio persistente jadeo en busca de aire. Calló de rodillas, sus temblorosas piernas ya no eran capaces de sostenerlo. Entonces se acostó de lado, mientras enormes bocanadas de aire quemaban en su paso hacia el pecho.

      Su mano fue de nuevo al bolsillo trasero, tocando el comunicador. El frío metal de la caja de nuevo tuvo un efecto calmante en su maltrecha psique. Había una Tierra. Había una nave orbitando muy arriba de la ciudad, lista para ayudarlo. No estaba sólo, únicamente consigo mismo, en este calvario,

      “Aún no me doblegas, Bael”, jadeo suavemente.

      “No lo he intentado”, le llegó la voz de Bael. Ryan miró hacia arriba, sorprendido. Sobre su cabeza estaba suspendida una gran pantalla en 3-D, ocupada por la imagen de Bael. “No hay necesidad de correr, Jeff, la ciudad puede mantenerme informado de tu paradero cada minuto. Puedo encontrarte cada vez que quiera. Si quieres estar por tu cuenta, es tu decisión. Tratamos de salvarte; lo que sea que pase ahora es tu responsabilidad. Adiós”. La pantalla quedó en blanco.

      Ryan miró su mano, para descubrir que sus nudillos estaban blancos de tanto apretar la unidad de comunicación. Aflojó el agarre y al mismo tiempo su mano comenzó a temblar incontrolablemente. Inició una serie silenciosa de maldiciones, como una letanía, contra todos y todo lo relacionado con esta misión, desde Java-10 hasta Richard Bael y terminando con lo que parecía ser su principal adversario, la ciudad misma.

      La sombra le dio una advertencia de un segundo antes de que el ave lo atacara.

       ***

      Era un águila, quizá, o un halcón —Ryan nunca pudo darle un buen vistazo. Un borrón marrón bajó en picada sobre él, con las garras extendidas. Las afiladas, puntiagudas zarpas buscaban directamente su rostro, el pico curvo parecía ver de soslayo maliciosamente. Sus ojos pequeños y brillantes estaban fijos sin parpadear sobre sus rasgos, esperando captar cualquier reacción que pudiera tener esta presa.

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