¡Loado sea Él, que no ha elegido para Sí ni compañero ni hijos!
Hubo algunos de nosotros que inventaron mentiras sobre Dios, mientras pensaban que nadie, hombre o yinn, habría podido llegar a tanto.
Hubo algunos hombres que buscaron refugio en los yinn, pero esto aumentó su deshonestidad y sus acciones reprobables, induciéndoles a negar la resurrección de los cuerpos, en el Día del Juicio.
En los Orígenes se nos permitía subir al Cielo, pero luego fuimos rechazados por sus guardianes.
Allí escuchamos los discursos de la Corte Celeste, pero quien lo quisiera hacer ahora sería atacado por una lluvia de astros.
Nosotros no sabemos si esto ocurrió para hacer daño a los hombres o si fue un Signo de Dios, el cual quiere guiarlos por el recto camino.
Entre nosotros hay Operadores del Bien y Operadores del Mal, y ninguno sigue su propio camino.
No podemos nada contra la Voluntad de Dios, ni oponiéndonos a Él, ni alejándonos de Él.
Cuando oímos recitar los Versos del Libro, entendimos que nos había llegado un Signo de Guía y creímos en las palabras del Enviado de Dios. En verdad, los Creyentes no deben temer desgracias ni locuras.
Entre nosotros hay Creyentes y descreídos, pero sólo los primeros van por el Recto Camino, mientras que los otros arderán en el Fuego del Infierno.
En verdad, ¡cuántos de los yinn creerán en Dios y el Día del Juicio serán acogidos por nosotros en los Jardines en donde fluyen los frescos arroyos y allí tendrán la eterna morada! Pero aquellos que, hombres y yinn, vuelvan la espalda a Nuestros Signos, a estos les espera un duro castigo, aquel día». (Sura 72).
Hinduistas y budistas
En el hinduismo, algunos dioses que habían perdido su rango entraron a formar parte de la categoría de demonios, cuyo papel principal era actuar en dirección del mal y perjudicar a los seres humanos con todo tipo de acciones. Uno de los grupos de demonios eran los raksasa, que llevaban a cabo acciones contra los brahmanes, con comportamientos que recuerdan a los intentos efectuados por Satanás, en la tradición medieval, contra ermitaños y monjes. Luego estaban los pisaka, que recuerdan un poco a la figura del vampiro, ya que no se limitaban a inducir a los hombres al pecado, sino que los atacaban físicamente, alimentándose de su carne.
En los Veda, las escrituras más antiguas del hinduismo, los demonios tenían su morada en antros oscuros, según una tradición muy difundida en todas las religiones. En el ilimitado universo de la religión hinduista, narrado en textos como el Mahabharata y el Ramayana, aparecen una gran cantidad de criaturas semidivinas, angelicales y diabólicas, que dan vida a un complejo mundo muy articulado, en el que no siempre es fácil establecer categorías y funciones fijas.
Un grado de complejidad parejo se aprecia en el budismo, en donde encontramos a Mara, el antidiós, que pertenece al orden inferior de los dioses.
En general, los demonios (bhuta, preta, pisaka) se percibían como la personificación de estados mentales negativos que los hombres que todavía no eran perfectos no lograban reprimir, algo que Arhat, el ser perfecto, había sabido realizar siendo libre e iluminado, es decir, siendo capaz de estar al margen de miedos, pasiones, deseos y de las influencias materiales.
Según la doctrina budista, todavía hoy los que son afligidos por los deseos, los miedos y los espejismos del mundo material reciben el nombre de sutra ajñani, que significa «poseídos» por los demonios y por las pasiones que estos seres sabían suscitar.
También la religión del Himalaya, a pesar de disponer de un gran grupo de seres benévolos y siempre dispuestos a ayudar a los hombres, poseía sus propias criaturas demoniacas.
Contra estos seres actuaban ocho divinidades «convertidas», es decir, ex demonios, que se habían convertido en una especie de ejército contra el poder del mal, que se encargaba de salvaguardar a los hombres.
Yamantaka era el que ponía fin al dios de la muerte (Yama). Tenía rostro de búfalo con un tercer ojo, e iba encima de un toro que se doblegaba bajo su peso. Dado que representaba al dios de la muerte, llevaba un collar de calaveras y un cinturón de serpientes.
Devi era la única mujer que figuraba entre estas divinidades. Tenía rostro demoniaco, montaba un asno salvaje y estaba rodeada de muchos objetos simbólicos que la convertían en una criatura muy compleja en el terreno iconográfico.
Sitabrahman era el dios menos representado. Por lo general, aparecía montado en un dragón y con una espada en la mano derecha.
Beg-t’e debe su imagen a la tradición religiosa prebudista del Tíbet: era imagen de la fuerza y su aspecto recordaba al de un guerrero.
Yama era el dios de la muerte. Tenía la función de juzgar a los traspasados, y determinaba para cada uno de ellos la reencarnación que había merecido. A menudo se le representaba de pie sobre un búfalo que se aparea con una mujer.
Kubera era el ser monstruoso por excelencia. Como Vaisravana, era guardián del norte y depositario de los secretos para alcanzar la riqueza. En general, se le representa cabalgando a lomos de un león.
Mahakala, que en algunos aspectos recuerda a la divinidad hindú Siva, se representaba con una serie de objetos simbólicos que estaban relacionados con la práctica funeraria (hachas, cráneos, collares de calaveras) y en algunos casos iba acompañado por el pájaro divino Garuda.
Hayagriva, que significaba «el que tiene el caballo en la cabeza», se representaba con una cabeza equina en el pelo.
La tradición judeocristiana
En la religión hebrea más antigua, es decir, en el periodo que precede a la destrucción del templo de Jerusalén, se afirmaron las prerrogativas formales y teológicas que llevarán al posterior modelo demoniaco de la tradición cristiana.
Se trata de figuras diabólicas y maléficas que correspondían a las más antiguas divinidades cananeas, y que a veces estaban ligadas al desierto y a su simbolismo negativo.
Debe observarse que no siempre es fácil establecer separaciones precisas entre ángeles y demonios, del mismo modo que no es totalmente inmediata la división entre prácticas mágicas y religiosas.
En la redacción católica del Antiguo Testamento (que se diferencia de la que se usa en las iglesias reformadas, en las que están excluidos una serie de libros, tal y como ocurre en la Biblia hebrea), basada en la traducción al latín del griego efectuada por San Jerónimo (347–420), se define la naturaleza del diablo en algunos fragmentos.
Sin lugar a dudas, la introducción del mal en la historia, mediado por el diablo y sus maléficas apariencias, aparece en toda su potencia en el tercer capítulo del Génesis (3, 19):
La serpiente era la más astuta de todas las bestias de la estepa que el Señor había hecho, y dijo a la mujer: ¿Es verdad que Dios ha dicho que no debes comer de ningún árbol del jardín?
La mujer respondió a la serpiente: De los árboles del jardín no podemos comer, pero del fruto del árbol que está dentro del jardín, Dios ha dicho: No debes comer de él y no lo debes tocar, para no morir.
Pero la serpiente dijo a la mujer: ¡De ningún modo moriréis! Es más, Dios sabe que el día en que comáis de él, se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, y conoceréis el bien y el mal.
Entonces la mujer vio que el árbol era bueno para comer, seductor a la vista y atractivo para tener éxito; por esto tomó su fruto y lo comió, luego ofreció a su marido, que estaba con ella, y él también comió […].
Dios dijo al hombre: ¿Así que has comido del árbol del cual te había ordenado no comer?
Respondió el hombre: La mujer que has puesto a mi lado me ha dado del árbol y yo he comido.
Y