A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos – a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
Colección dirigida por Mahaut-Mathilde Nobécourt.
Traducción de Montserrat Foz Casals.
Ilustración de Jesús Gracia Sánchez.
Título original: Psy ou pas psy?
© Éditions Albin Michel, S. A. – París 2004
© Editorial De Vecchi, S. A. 2016
© [2016] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-68325-121-7
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Introducción
El objeto del presente libro es ayudar a decidir a los padres si deben llevar a su hijo pequeño o adolescente al psicólogo o al psiquiatra, a elegir a quién dirigirse y a comprender el tratamiento psicológico del niño, cuando proceda.
Esta ayuda resulta necesaria en un momento en que los padres reciben presiones de todo tipo para consultar a estos especialistas o, incluso, para medicar a sus hijos. Estas eventuales presiones aumentan su sentimiento de impotencia o de fracaso en lo que consideran, con razón, su responsabilidad. Sin embargo, según una fórmula célebre pero especialmente pertinente en este caso, podemos ser responsables sin ser culpables. La culpabilidad – o más bien el sentimiento de culpa— no es el mejor consejero.
¿Es necesario ir al especialista?
Algunos niños piden ayuda, otros se limitan a mantener a sus padres preocupados lanzando señales variadas. Son dos maneras diferentes de hacer un llamamiento. Los padres deben comprender que este llamamiento no es una crítica o un reproche hacia ellos, sino una necesidad de hablar simplemente con alguien externo a la familia. Tanto es así que en ocasiones una única visita o incluso el mero hecho de pedir hora surten un efecto milagroso. Sin embargo, esta demanda y estas señales deben relativizarse porque, de lo contrario, cualquier pretexto sería bueno para consultar al especialista. Naturalmente, los padres son los que deben evaluar si su hijo necesita ayuda, por sus ideas o su comportamiento, sobre todo porque son los primeros que reciben este llamamiento y porque a veces el objetivo es provocarlos.
Los padres deben tratar de la misma manera esta demanda cuando procede del maestro, del profesor de yoga o del monitor de equitación. Su opinión es interesante y el niño debe comprender, a través del diálogo con sus padres, que los adultos que lo rodean pueden tener una opinión constructiva. Pero, de todas maneras, la última palabra la tiene el niño, el cual debe tomar parte activa en su evolución, sobre todo en una época en la que pueden producirse ciertos abusos. ¿Acaso no hay profesores seguidores de ciertos programas de televisión que llegan a hacer diagnósticos, a prescribir su actitud a los padres y a obligarles a consultar con un especialista?
¿A quién consultar?
Iniciamos una época en la que la elección del especialista puede condicionar el futuro del niño. Hasta hace poco tiempo, después de la segunda guerra mundial, prácticamente todos los psiquiatras infantiles eran humanistas, estaban impregnados de prácticas pediátricas de gran sentido común y veían en el emergente psicoanálisis infantil una manera no intrusiva de ayudar al niño devolviéndole la palabra. Sin embargo, recientemente, una corriente procedente de Estados Unidos reconforta a ciertos psiquiatras infantiles organicistas sobre la pertinencia de los tratamientos con medicamentos, aunque los propios norteamericanos empiezan a estar de vuelta de los mismos. Los padres se ven confrontados a estas dos corrientes opuestas y, en mi opinión, deben elegir con conocimiento de causa, porque tal decisión influye en el destino de su hijo, si realmente necesita que lo visiten y lo traten. Por ello, en el presente libro describiré las prácticas asociadas a estas dos maneras de considerar al niño e intentaré mostrar el desarrollo y la ideología subyacente en cada uno de los casos.
Evidentemente, no todo es blanco o negro, de manera que los especialistas de ambos lados confrontados en el ámbito clínico no pueden dejar de reconocer la validez de ciertos enfoques, aunque, por otra parte, los fracasos de unos alimentan las satisfacciones de los otros en beneficio de los pacientes. Sin embargo, todas las reglas tienen una excepción: aunque rechacemos los tratamientos con medicamentos, su uso adecuado puede estar puntualmente justificado. Además, en ocasiones, el niño o el adolescente no está más preparado que los adultos para analizar el origen de sus problemas, o los consideran secundarios en comparación con una carencia inmediata y presente. En ambos casos, por ejemplo, será necesario ayudar al niño o al adolescente mediante una reeducación adecuada. Una ayuda eficaz en el momento justo resulta cien veces más útil que una ayuda mayor pero ofrecida prematuramente.
¿Qué hace el psiquiatra?
Considero útil ofrecer a los padres una relación completa de los tratamientos actuales, a saber, psicoterapia, psicoanálisis, psicodrama e, incluso, orientación, el «tratamiento» reservado a los padres. Estos, de hecho, permanecen al margen del tratamiento de su hijo, lógicamente. Por supuesto, la gran mayoría lo comprende, pero es fácil imaginar cuán incómoda resulta esta situación para ellos. A menudo, los padres que han vivido en su piel una experiencia psicoterapéutica de este tipo comprenden lo que pasa entre su hijo y su terapeuta. Los demás se limitan, por decirlo así, a confiar en el profesional. Así, me dirijo especialmente a estos últimos, a través de una serie de casos emocionantes, perturbadores y edificantes. Veremos que el niño también se encuentra confrontado a su inconsciente: lo reconoce y lo asume, y acepta plenamente la ayuda de este testigo benevolente y privilegiado que es el psicoterapeuta. Espero que ello les ayude a mitigar su sentimiento de culpabilidad siempre omnipotente y al que ningún medicamento puede desterrar.
El propio niño también carga con cierta culpabilidad, ya sea heredada de sus padres o porque él mismo se siente culpable de no quererles lo suficiente. Ello demuestra que el niño es una persona y que saber escucharlo es responsabilidad de todos, tanto de los padres como de los terapeutas.
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Las dificultades del niño expresan un sufrimiento
Los padres que atraviesan un momento difícil en su vida (duelo, separación…) temen a menudo que su hijo sufra también. Pero incluso sin pasar por estos malos momentos, el niño puede verse enfrentado a ciertas dificultades. Un niño al que le cuesta dormir repetidamente, que tiene pesadillas, a quien el profesor encuentra demasiadas veces en la luna, que es incapaz de concentrarse en clase, movido, que es rechazado por sus amigos… estará sufriendo. Esta confusión es su síntoma.
El síntoma es una señal de alarma
La principal aportación del psicoanálisis consiste en no quitar importancia al síntoma, sino a considerarlo como algo útil para el sujeto que lo ha «fabricado». El niño, como el adolescente o el adulto, no es un personaje pasivo, víctima de su enfermedad o de su entorno, sino un sujeto activo que se defiende como puede de las agresiones vengan de donde vengan, externas o internas. El inconsciente es el que determina su manera de responder a los traumas. Esta respuesta puede ser defensiva e ir dirigida hacia los demás, aunque normalmente va dirigida hacia uno mismo. El síntoma, efectivamente,