Se quedaron ahí en silencio mirándose y examinándose el uno al otro, y el corazón de Kyra la golpeaba en el pecho con una tensión en el aire tan pesada que apenas podía respirar.
Con su garganta seca, finalmente reunió suficiente valor para hablar.
“¿Quién eres?” le preguntó con su voz apenas superando un suspiro. “¿Por qué has venido conmigo? ¿Qué deseas de mí?”
Theos bajó su cabeza y se acercó, tan cerca que su enorme hocico casi tocaba su pecho. Sus enormes ojos amarillos brillantes parecían atravesarla. Ella los miró fijamente, cada uno tan grande como ella, y se sintió perdida en otro mundo, en otro tiempo.
Kyra esperó una respuesta. Esperaba que su mente se llenara con sus pensamientos como ya lo había hecho una vez.
Pero esperó y esperó, y se sorprendió al ver que su mente estaba en blanco. Nada venía hacia ella. ¿Es que Theos quería guardar silencio? ¿Había perdido ella su conexión con él?
Kyra lo miraba, preguntándose, con el dragón siendo un misterio más grande que antes. De repente este bajó su espalda como si la invitara a subir. Su corazón latió más de prisa mientras se imaginaba volando por los cielos en su espalda.
Kyra caminó lentamente hacia su lado y tomó sus escamas, duras y ásperas, preparándose para tomar su cuello y subir.
Pero tan pronto como lo había tocado este se sacudió y la hizo que perdiera su agarre. Ella tambaleó y él se elevó batiendo sus alas en un solo movimiento tan abrupto que sus manos se rasparon con la aspereza de sus escamas.
Kyra se quedó ahí inmóvil y confundida, pero más que nada con un corazón roto. Se quedó sin poder hacer nada al ver como la tremenda criatura se elevaba, chillando y volando más y más alto. Tan rápido como había llegado, Theos de repente desapareció entre las nubes dejando nada más que silencio.
Kyra se quedó ahí sintiéndose vacía y más sola que nunca. Y mientras el último de sus chillidos desaparecía ella sabía, simplemente lo sabía, que Theos se había marchado para siempre.
CAPÍTULO DOS
Alec corrió por el bosque en la oscuridad de la noche con Marco a su lado, tropezando con raíces que salían de la nieve y preguntándose si podría salir con vida. Su corazón lo golpeaba en el pecho mientras corría por su vida tratando de recuperar el aliento, queriendo detenerse pero necesitando seguir el paso de Marco. Volteó por sobre su espalda por la centésima vez y miró como el resplandor de Las Flamas se volvía más débil mientras avanzaban más en el bosque. Pasó algunos árboles gruesos y de repente el resplandor desapareció completamente, introduciéndose en una oscuridad casi completa.
Alec se volteó y retomó su camino pasando entre los árboles con los troncos golpeando sus hombros y las ramas aruñando sus brazos. Miró hacia la negrura enfrente de él que apenas permitía distinguir el sendero, tratando de no escuchar los sonidos exóticos a su alrededor. Ya le habían advertido debidamente sobre estos bosques en los que ningún fugitivo sobrevivía, y sintió un creciente vacío mientras avanzaban. Podía sentir el peligro con criaturas feroces en todos lados, con el bosque tan denso que era difícil navegar y volviéndose cada vez más complicado. Empezaba a preguntarse si hubiera sido mejor quedarse atrás en Las Flamas.
“¡Por aquí!” se escuchó una voz.
Marco lo tomó de los hombros y lo jaló mientras viraba a la derecha pasando entre dos grandes árboles, agachándose bajo sus torcidas ramas. Alec lo siguió resbalándose en la nieve, y de pronto se encontró en un claro en medio del denso bosque, con la luz de la luna brillando y mostrándoles el camino.
Ambos se detuvieron doblándose y poniendo sus manos en las rodillas tratando de recuperar el aliento. Intercambiaron miradas y Alec volteó hacia atrás hacia el bosque. Respiraba con dificultad con sus pulmones y costillas doliéndole por el frío, confundido.
“¿Por qué no nos están siguiendo?” preguntó Alec.
Marco se encogió de hombros.
“Tal vez saben que este bosque hará su trabajo por ellos.”
Alec buscó el sonido de soldados Pandesianos que los persiguieran; pero no hubo ninguno. Pero en vez de eso, Alec pareció escuchar un sonido diferente, como un gruñido bajo y furioso.
“¿Escuchas eso?” preguntó Alec con su vello levantándose detrás de su nuca.
Marco negó con la cabeza.
Alec se quedó ahí escuchando y preguntándose si su mente le jugaba trucos. Entonces, lentamente, empezó a escucharlo de nuevo. Fue un sonido distante, un gruñido apagado y amenazante, algo que Alec nunca había escuchado. Mientras escuchaba, este se volvió más fuerte como acercándose.
Marco ahora lo miraba con preocupación.
“Es por eso que no nos siguieron,” dijo Marco con su voz reconociéndolo.
Alec estaba confundido.
“¿A qué te refieres?” preguntó.
“Wilvox,” respondió con unos ojos llenos de terror. “Los han soltado para que nos persigan.”
La palabra Wilvox aterrorizó a Alec; había escuchado sobre ellos cuando era un niño y se rumoraba que habitaban el Bosque de las Espinas, pero él siempre pensó que sólo eran una leyenda. Se decía que eran las criaturas más letales de la noche; toda una pesadilla.
Los gruñidos se intensificaron como si fueran varios de ellos.
“¡CORRE!” imploró Marco.
Marco se volteó y Alec lo siguió mientras atravesaron el claro y se introdujeron en el bosque. Adrenalina bombeaba por las venas de Alec y podía escuchar su propio palpitar, enmudeciendo el sonido del hielo y nieve debajo de sus botas. Pero pronto pudo escuchar como las criaturas se acercaban detrás de ellos y se dio cuenta que no podrían ser más rápidos que estas bestias.
Alec tropezó con una raíz y chocó contra un árbol; gimió de dolor, lo empujó y siguió corriendo. Buscaba en el bosque algún lugar para escapar dándose cuenta que ya no había tiempo; pero no había ninguno.
Los gruñidos se volvieron más fuertes y, mientras seguía corriendo, Alec volteó hacia atrás deseando no haberlo hecho. Casi encima de ellos estaban cuatro de las criaturas más feroces que él había visto. Con apariencia de lobos, los Wilvox eran el doble del tamaño, con pequeños cuernos afilados que salían de detrás de sus cabezas y un solo y grande ojo rojo en medio de los cuernos. Sus patas eran como de osos con garras largas y puntiagudas, y sus pelajes eran gruesos y tan negros como la noche.
Al verlos tan cerca, Alec supo que era hombre muerto.
Alec se abalanzó con lo último que le quedaba de velocidad, con sus manos sudando incluso en el frio y su aliento congelándose en el aire frente a él. Los Wilvox estaban a sólo veinte pies de distancia y sabía por la desesperación en sus ojos, por la saliva que caía de sus bocas, que lo harían pedazos. No veía manera de escapar. Miró hacia Marco esperando que tuviera algún plan, pero Marco tenía la misma mirada de desesperanza. Claramente tampoco sabía qué hacer.
Alec cerró los ojos e hizo algo que nunca antes había hecho: oró. El ver su vida pasar por delante de sus ojos lo cambió de alguna manera, lo hizo darse cuenta de lo mucho que apreciaba la vida, y lo hizo sentir una desesperación que nunca antes había tenido.
Por favor Dios sálvame de esta. Después de lo que hice por mi hermano, no permitas que muera aquí. No en este lugar y no por estas criaturas. Haré lo que sea.
Alec abrió los ojos mirando hacia arriba y, al hacerlo, miró un árbol que era un poco diferente a los demás. Sus ramas estaban más retorcidas y cercanas al piso, lo suficiente para que pudiera tomar una con un salto corriendo. No tenía idea si los Wilvox podrían