John Finnis ha aplicado un famoso argumento por «reducción al absurdo» para refutar o en cualquier caso frustrar a quienes nieguen que el conocimiento sea bueno en sí mismo y mejor que la ignorancia27. Construir y presentar un argumento en apoyo de esta negación solo tiene sentido si vale la pena llegar a la verdad de ese asunto. Esto implica que, después de todo, al menos en este caso, vale la pena tratar de establecer la verdad en lugar de permanecer en la ignorancia. Pero, si eso es cierto en este caso, ¿por qué no en otros? Por supuesto, quien resuelve un problema o hace un descubrimiento o consigue comprender por fin algún punto bien conocido pero difícil de las matemáticas, la física, la filosofía o la literatura obtiene un placer y una satisfacción con el descubrimiento o con la comprensión. El placer con este logro propio también puede implicar algo de orgullo. Pero el placer, la satisfacción y el orgullo parecen presuponer que valía la pena en sí mismo conocer los hechos o los puntos de la teoría. Si no, ¿qué placer habría en descubrirlos?
Consideraciones como esta me parecen muy persuasivas para establecer que, para los humanos (y, en ese sentido, relativamente), existen algunos bienes ideales que no son bienes simplemente como expresiones de bienestar animal o incluso como medios de satisfacción de las pasiones. También son, y principalmente, buenos en y por sí mismos como asuntos de constante interés y preocupación para los humanos en cuanto que animales sociales que piensan y hablan. Hay aquí un elemento relativista. Estos son asuntos del bien humano y su bondad es relativa a la existencia presente y continuada de nuestra especie. Si algún incidente nuclear catastrófico o alguna colisión con un asteroide redujera de nuevo la vida en la Tierra hasta el nivel microbiano, no habría nada para lo que tales bienes serían buenos. Entre los seres humanos, sin embargo, no es necesario presentar ningún argumento especial para la existencia de ciertos ideales como bienes objetivos para cualquiera de nosotros. El lugar que ocupan tales bienes en el razonamiento práctico tanto intersubjetivamente como desde la perspectiva individual de cada uno puede considerarse suficientemente fundamentado como para que no haga falta ningún otro argumento.
La conclusión de esta parte del argumento es que realmente existen bienes humanos objetivos, de un tipo que es racional para cualquiera tomar como buenas razones para las decisiones, las acciones, las actividades y los grandes proyectos en algún plan de vida. Hagamos lo que hagamos, y siempre que nos preguntemos qué hacer, la reflexión sobre la presencia de tales razones puede permitirnos alcanzar decisiones que nos parezcan acertadas sobre lo que debemos hacer. Por supuesto, podemos equivocarnos. Los hechos pueden resultar ser diferentes de lo que pensábamos. Asuntos que parecían inciertos al inicio de una línea de actuación pueden aclararse en un sentido contrario a nuestro proyecto. El prometedor estudio geológico que parecía justificar la apertura de una mina de carbón en un lugar determinado puede resultar ser defectuoso si aparece una falla inesperada que distorsiona la veta de carbón y hace que la mina sea económicamente inviable. Nuestras propias capacidades o intereses en cierta actividad o empresa pueden resultar ser insuficientes y puede que la decisión más sensata sea un cambio de profesión, incluso después de invertir mucho tiempo en adquirir la cualificación con la que uno ya no se siente cómodo. La razonabilidad y la racionalidad requieren una continua supervisión «ejecutiva» de las actividades propias para asegurarse de que siguen teniendo el apoyo de las razones que inicialmente apoyaron nuestra decisión deliberativa o de otras razones supervenientes que resultan apoyar la actividad de manera más satisfactoria.
En cualquier caso, claramente puede haber razones genuinas para hacer cosas, ya que hay valores objetivos genuinos. Su carácter depende efectivamente de nuestra naturaleza humana y comprenderlos es parte de lo que hace falta para comprender la naturaleza humana. «Razonamiento práctico» no es un oxímoron. Puede estar dirigido a todas las razones concernientes a uno mismo, a otros o a la comunidad, cuyo contenido son bienes humanos que tienen un carácter animal o ideal. Lo que permanece oscuro es qué significa ponderar o evaluar tales razones y discriminar entre las más y las menos importantes, o las que cancelan a otras o las invalidan o las excluyen de la actual deliberación. Para comprender tales cuestiones es necesario reflexionar sobre el razonamiento práctico, especialmente en lo referente a las razones concernientes a otros, de las que solo se ha dado hasta ahora una explicación bastante somera pero en las que se centrarán los capítulos 3 y 4.
5. DECIDIR QUÉ ES MEJOR HACER
Si hay hechos que tienen valor, de tal modo que tenemos razones para hacer cosas, ¿cómo debemos llevar a cabo este proceso de razonamiento? ¿Qué implica intentar actuar de la mejor manera, siempre que tengamos que decidir esta cuestión? Estas son las preguntas que hay que considerar ahora. Por el momento, se excluirán o se quitará importancia artificialmente a las cuestiones sobre los deberes, o sobre lo correcto y lo incorrecto —llamadas a veces «razones excluyentes»—. Surgirán en la discusión del capítulo 3. Supongamos que un agente se enfrenta a una decisión entre dos líneas de actuación aparentemente razonables y no tiene el deber de excluir ninguna de ellas. ¿Qué tipo de deliberación debe emprender ese agente y cómo debe llegar a una conclusión esa deliberación?
Una línea de argumentación que se propone frecuentemente pero no resulta muy útil para explicar esto se refiere a la «ponderación» o el «equilibrio» de razones. Digamos que hay que elegir entre hacer A y hacer B. Se asume que tanto hacer A como hacer B son buenos por al menos una razón. También se asume que, si hay alguna razón en contra de hacer A o B, no es una razón excluyente. Claramente, si la razón o las razones a favor de A o B no son más fuertes en algún sentido que las razones en contra que pueda haber, al menos una de las dos puede eliminarse sobre esa base. Sin embargo, puede resultar que se eliminen las dos y que no exista una tercera posibilidad C. En este caso, la elección entre A y B se presentará ahora bajo la forma de una elección entre dos males. En tal caso, lo razonable será intentar llegar una conclusión sobre cuál es el mal menor y decidirse por ese.
La cuestión de la elección entre males puede posponerse. Centrémonos simplemente en la idea de que se debe elegir entre A y B, y que tanto A como B están apoyadas por buenas razones. ¿Debe pensarse entonces en una deliberación en la que se enumeren todas las razones a favor de A y de B, se determine la fuerza o el peso de cada una de tales razones y después se sume la fuerza (o el peso) total de todas ellas en cada caso? Si las razones a favor de A tienen una fuerza acumulativa mayor que las razones a favor de B, entonces la deliberación revela que A es la mejor línea de actuación disponible. Lo más racional será decidirse por A en lugar de B. Si ocurriera al contrario, entonces B sería lo que se debe (decidir) hacer. Esto estaría claro si pudiéramos explicar cómo se debe calibrar la «fuerza» o el «peso» de las razones. ¿Lo encontramos de alguna manera inherentemente en los hechos y los valores que expresan? ¿O más bien asignamos pesos relativos como parte del proceso mismo de deliberación? Solo en el primer caso la «fuerza» o el «peso» nos proporcionarían una base independiente y objetiva para la evaluación. Sin embargo, es difícil ver cuál es el fundamento o el medio para medir tal peso o fuerza independiente de la deliberación.
Otra dificultad tiene que ver con la conmensurabilidad. Anteriormente parecía razonable identificar tipos de razones concernientes a uno mismo, a otros y a la comunidad, y diferenciarlas en términos de su contenido entre bienes animales e ideales. ¿Cómo debería elegir entonces entre algo que deseo mucho para mí mismo y algo que sería muy apreciado por mis amigos (pero que no les debo ni estoy obligado a hacer por un deber hacia ellos)? ¿Cómo puedo elegir entre dos aspectos del bien de las comunidades a las que pertenezco o entre lo que es bueno para una comunidad y lo que es bueno para otra? No existe aquí ninguna escala a priori evidente de bondad en la que nos podamos apoyar. Los utilitaristas pueden sugerir