Terry Eagleton ofrece una perspectiva integradora de estos enfoques:
La postmodernidad es un estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de la emancipación, de las estructuras aisladas de los grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación. Contra esas normas iluministas considera el mundo como contingente, inexplicado, diverso, inestable, indeterminado, un conjunto de culturas desunidas o interpretaciones que engendra un grado de escepticismo sobre la objetividad de la verdad, la historia y las normas, lo dado de las naturalezas y la coherencia de las identidades. Esa manera de ver, podrían decir algunos, tiene efectivas razones materiales: surge de un cambio histórico en Occidente hacia una nueva forma de capitalismo, hacia el efímero descentralizado mundo de la tecnología, el consumismo y la industria cultural, en el cual las industrias de servicios, finanzas e información triunfan sobre las manufacturas tradicionales, y las políticas clásicas basadas en las clases ceden su lugar a una difusa serie de políticas de identidad.14
Para nuestro estudio, el rasgo más relevante de la postmodernidad, en cuanto contexto en el que las acciones militares tienen lugar, es la forma particular de los conflictos. El estado de guerra global contemporáneo no es comparable con las guerras del siglo XX ni con las nociones tradicionales de guerra. Sin embargo, coinciden en la situación excepcional que configuran y, por ello, los dilemas y las crisis morales sin resolver, o aquellas circunstancias en las que la violencia puede emerger y extenderse sin control son preocupaciones e inquietudes de investigación que persisten. La ética como disciplina y la mayoría de las ciencias humanas todavía tratan de superar la perplejidad causada por los actos inhumanos cometidos durante el holocausto nazi, tal como expresa Jonathan Glover: “Estos desastres ponen en evidencia puntos débiles en los recursos morales en los que descansamos para contener el salvajismo. Nuestros principios morales o bien resultan inoperantes en un contexto particular, o bien son deliberadamente neutralizados o dejados de lado”.15 La descripción de los fallos en la ética del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial refleja el debilitamiento moral de los soldados y la fuerza del poder situacional: estar allí, desempeñando un rol en determinadas circunstancias. Lo que era válido en la guerra hoy lo sigue siendo para cualquier profesión jerarquizada.16
La postmodernidad configura condiciones y circunstancias provistas de amenazas y peligros peculiares, distintas formas de violencia y fenómenos como la violencia directa, la violencia pura y la violencia estructural, que convergen en una guerra global, que no llamamos guerra postmoderna porque equivaldría a asumir que se trata de una guerra convencional más, librada por medios tecnológicos. Por el contrario, nos referimos al contexto en los mismos términos que Hardt y Negri: “No podemos imaginar una paz verdadera, ni albergar una esperanza de paz […] el mundo está en guerra de nuevo y la guerra se está convirtiendo en un fenómeno general, global e interminable, dominado por una forma supranacional de soberanía, el imperio”.17
La violencia no se manifiesta de forma homogénea por todo el orbe, sino que se trata más bien de una situación generalizada en la que “podrán cesar las hostilidades en algunos momentos y en ciertos lugares, pero la aparición de la violencia letal es una posibilidad constante, siempre dispuesta a estallar en cualquier momento y lugar”.18 En este contexto, han surgido a la par nuevas misiones para los ejércitos que han generado retos técnicos, operacionales y éticos; además, han incorporado nuevas variables de análisis que no habían sido consideradas en los estudios precedentes acerca del militar postmoderno.19
De ahí que el énfasis principal del contexto postmoderno radique en el estudio de la violencia contemporánea, en particular de la violencia institucionalizada —legal o ejecutiva— ejercida mediante fuerza militar. En este análisis abordamos sus características, naturaleza, formas de daño y localización en tres apartados: “Topología de la violencia”, “Tipología de la violencia” y “Política de la violencia”. Así, los tipos de violencia destacan en relevancia; la violencia directa, estructural y el biopoder son formas de violencia que los ejércitos infligen en determinadas misiones, según la cantidad de fuerza que su ejecución precisa. La forma de violencia inmanente a la estructura social contemporánea es la biopolítica ejercida por un biopoder, es decir, por una autoridad o fenómeno que regula la vida social misma; en la postmodernidad, se trata de la guerra global.
En esta guerra se erige el soldado biopolítico, el cual debemos entenderlo desde dos perspectivas: en primer lugar, como “agente” de producción biopolítica, implicado y destinado a cumplir determinada tarea dentro de la gestión política de la vida de las comunidades con las que interactúa —en la actualidad de manera particularmente intensa—. En segundo lugar, como “objeto” de la gestión biopolítica generalizada de la vida por parte de determinadas autoridades políticas, la disposición de su cuerpo, tiempo y recursos articulada y coordinada mediante procedimientos y regulaciones —existentes siempre en la profesión militar jerarquizada—.
Realizadas las descripciones del contexto postmoderno y su violencia peculiar, conviene precisar el sentido y el uso de la palabra “riesgo” y de la expresión “riesgos de transgresión moral”. Comúnmente se confunden los términos “peligro” y “riesgo”, y esto se debe a que juntos constituyen una cadena causal que determina la posibilidad y probabilidad de daño, es decir: sin peligros, no hay riesgos. En consecuencia, los riesgos se derivan y construyen a partir de peligros identificados: cuando decimos que sin peligros no hay riesgos, en realidad queremos decir “sin peligros conocidos”, pues es de suponer en beneficio de la seguridad que toda empresa o actividad humana supone peligros implícitos. Los peligros, por lo general, se asocian a daños físicos, a la capacidad de que alguien o algo pueda afectar a bienes. No obstante, dado que la afectación de bienes físicos, en la medida en que sea producto de intenciones y actitudes de personas es causada moralmente, los daños afectan también a bienes morales. Entre tanto, los riesgos son la posibilidad y la probabilidad de que el daño ocurra, de que alguien cause un daño o mal físico y moral sobre otras personas; para el caso de estudio, la posibilidad de que el soldado o el ejército causen algún daño moral, es decir, que incurran en una transgresión moral.
Por todo lo anterior tenemos la exigencia de reproducir la cadena causal y establecer las relaciones entre, por un lado, peligros-amenazas (condiciones, circunstancias, características o procesos) obtenidos de la descripción del contexto postmoderno a través de sistemas de referencia en sus componentes empírico y teórico, y por otro, riesgos, que ponen a prueba tanto el carácter moral del soldado —que tiende, decide y actúa— como la envergadura ética del ejército al cual se adscriben. Los riesgos son, desde la disposición de los elementos descritos, una combinación particular que configura situaciones que puedan favorecer o incrementar la posibilidad y probabilidad de que un militar o un ejército incurran en transgresión moral al hacer un uso indebido, injustificado o inexcusable de la fuerza.
Este panorama de condiciones y circunstancias, aunado a una serie de conceptos y artefactos culturales, incorpora también la identidad y el carácter moral de las personas en general, y los soldados que integran los ejércitos occidentales en particular. Reconocer esto impone la necesidad de ordenar estas múltiples variables y elementos, disponerlos en lo que Rawls llama sistemas de preferencias y que en este trabajo hemos denominado sistemas de referencia. Para Rawls los sistemas de preferencias son referentes sociales y políticos desde los que se determinan