No estamos solos. Desde el momento en que nos despertamos hasta el último minuto consciente de la noche convivimos con la pareja a la que amamos, pero que en todos los sitios, en el pasillo, en la cocina, en el baño y en la cama exige su propio espacio. ¿En qué lado de la cama quieres dormir tú? ¿Roncas? No, antes nunca, pero ahora te enteras de que sí. ¿Duermes con la luz encendida? ¿Necesitas una manta también en el verano? Ya veremos cómo arreglamos esto porque yo tengo calor hasta en el invierno. ¿Y la comida? Con sal, sin sal, como la prepara mi madre...
¿Para qué seguir con esta enumeración? Son nimiedades de la convivencia diaria, que hay que incorporar en esta primera fase del camino en común y llevarlas con humor.
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Primeros problemas
«El amor pasa por el estómago».
De novios, ambos se miraban a los ojos y, cogidos de la mano, daban largos paseos... Salían de casa de sus padres bien arreglados, y regresaban luego sin tener que preocuparse de las faenas de la casa.
Ahora, sin embargo, uno se da cuenta de que a su pareja “le sudan las manos” (R. Sancho). ¿Qué quiere decir eso?
No son fáciles los primeros años. Al tratarse de gente joven, son épocas que coinciden con los inicios de la vida profesional, que exige mucho esfuerzo y horas extras de trabajo para conseguir reconocimiento y posición. Incluso hoy en día no es infrecuente que un miembro de la familia se vea obligado a aceptar un empleo en otra ciudad, o incluso en el extranjero. Hay poca o ninguna ayuda en casa. Hay que pagar hipotecas, el nuevo coche, la casa, los muebles.
Decía una mujer sabia, con tres hijos, que si quieres tener contento a tu marido, hazle una buena comida. El amor pasa por el estómago.
A mí, que venía de Alemania, me cogió mi suegra y me enseñó durante un mes todos los secretos de la cocina valenciana. Estaba convencida de que los matrimonios “mixtos” fracasan porque la mujer no sabe hacer las comidas a las que está acostumbrado el marido. Pero mi caso era aun peor, pues yo no sabía ni cómo hacer bien la compra. Comencé con la carnicería. Me puse en la fila detrás de otras señoras para ver lo que pedían, y luego pedía lo mismo: cuatro chuletas de cerdo, aunque solo necesitaba dos. Por suerte, hoy en día está todo globalizado, también en los mercados, y se encuentra todo empaquetado y etiquetado.
Cuando llega el primer hijo aumentan las preocupaciones económicas y el cansancio, sobre todo para la mujer, que se ve sobrecargada. Mal humor y falta de alegría en casa, sobre todo en los primeros días tras regresar de la clínica. Ella no logra descansar suficientemente durante la noche, hay que atender al bebé, o ninguno de los dos ha dormido, y luego durante el día no cesan las bien intencionadas visitas, a las que hay que atender con café, pastelitos y buena cara.
Cuando todo se normaliza y ambos se incorporan al trabajo, siguen los problemas. Antes de casarse habían quedado en compartir las tareas de la casa a partes iguales. Como ella trabaja en un servicio de Urgencias en un hospital comarcal, muchas veces sale del trabajo después de 24 horas de guardia; está deshecha y no se siente con fuerza para cumplir con sus encargos. No vendrá mal un poco de flexibilidad... Por ejemplo: el día que ella salga de una guardia, él “podría estirarse un poco”, y recoger los platos después de cenar, colocarlos en el lavavajillas y preparar la mesa para el desayuno del día siguiente. Así, ella puede acostarse pronto y descansar.
Confiesa un hombre joven: «Al principio subía las escaleras saltando cuatro escalones a la vez, ahora vuelvo a casa cada día un poco más tarde». Esto lo hacen muchos, aduciendo obligaciones profesionales, reuniones con los jefes..., cuando en realidad van a tomarse una cerveza con algún colega. Es más cómodo llegar a casa cuando los niños ya han cenado y están bañados. Luego se sorprenden cuando la mujer los recibe con mal humor. Los jóvenes maridos tienen que concienciarse de que la vida de soltero se ha acabado. Las cosas no pueden seguir siendo como antes.
No hay que desanimarse, todo esto es pasajero. Y, cuando pase algún tiempo, se habrán acostumbrado a esta vida en común y empezarán a disfrutar de la independencia de su nueva familia: todo a su gusto, la casa, los muebles, la convivencia con la persona amada, su hijito: toda una aventura, cada día nueva.
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Reparto de tareas
«El matrimonio no es un contrato mercantil».
(A. Polaino)
Las tareas del hogar son un asunto importante en las familias jóvenes. Las mujeres ya no quieren asumir el papel de sus abuelas, de estar al servicio del hombre, más aún cuando también ellas ejercen una profesión —incluso de un modo más competitivo que el hombre— fuera de casa.
Es normal que se persiga un reparto equilibrado. Las mujeres no aceptan el “apoyo o ayuda” del marido, sino que quieren un reparto a partes iguales. Está bien: tú un 50 % y yo un 50 %. Tú planchas los miércoles y vas a la compra el sábado. Y yo plancho el viernes y hago la cena los lunes. ¿Funciona esto?
Parece que no. La mujer normalmente domina las tareas y la planificación del hogar. Esto ha sido siempre así y parece que no va a cambiar, por mucho empeño que se ponga en la lucha por la igualdad. La mujer es capaz de hacer varias cosas a la vez, mientras a los hombres les gusta hacer una cosa tras otra.
Tampoco las habilidades están repartidas de forma igual. A lo mejor uno guisa de maravilla, y el otro ordena los armarios a la perfección. Eso no tiene que ver con que uno sea hombre y la otra mujer: son dos personas distintas, cada una con sus habilidades. Cuando hay amor, uno hace lo que más le cuesta al otro, y no le fastidia obligándole a hacer cosas que le repugnan; si el marido es un desastre planchando, no le hagas planchar, déjale que vaya a jugar al fútbol con un hijo.
El mundo ha cambiado. Mejor dicho, siempre ha cambiado, respecto a la generación anterior. Un señor mayor, ex militar, consideraba humillante tener que hacer faenas de la casa. Como mucho se rebajaba a quitar el polvo que se acumulaba sobre los muebles. A otro le daba vergüenza comprar papel higiénico. Tenía miedo de que algún compañero de trabajo le pudiera ver con un rollo de papel bajo el brazo.
Todo esto ya ha cambiado. Las mujeres jóvenes, con sus buenas carreras, ya no aceptan estas mentalidades. Ahora exageran, basculando hacía el otro extremo: todo mitad/mitad. Pero eso tampoco funciona, como hemos visto antes.
A menudo algunos maridos desconcertados preguntan a sus mujeres qué quieren que él haga... Pero no es eso. Lo que quiere la mujer es que entienda que debe ser él quien detecte las necesidades del hogar en cada momento. No se trata de cumplir encargos...
En teoría, está bien. Pero seamos sinceros: esto es un sueño. Los hombres tienen otro concepto de la vida. La mujer a lo mejor ha dejado un montón de ropa para doblar en el cuarto de baño, o en un rincón de la salita. El marido pasa por allí y la ve. No le molesta en absoluto y, por tanto, ni la dobla, ni la recoge, o ni siquiera la ve. Si ella quiere que haga algo en el hogar, se lo tiene que advertir, o dejar todo escrito en un papel, pegado en la puerta de la nevera.
Si se quiere ahorrar disgustos, es aconsejable que le dé encargos fijos: quitar la mesa, vaciar el lavaplatos, bajar la basura y colocar bolsas limpias en los cubos de basura, regar las plantas y sacar a la perra.
No hace mucho, una joven esposa me decía que su marido es muy bueno, hace todo lo que le pide. Cuando ella le dice: «Vamos a hacer la cena», él enseguida está listo para prepararla, con ella. Pero lo que a ella le gustaría es que la iniciativa surgiera de él. Que él hubiera hecho la compra por su cuenta y dijera: «Vamos a hacer una tortilla de patatas y asar unas pescadillas».
Ella querría no tener que llevar encima todas las cosas de la casa, pues es una carga mental que pesa, y mucho. Y dice que todas sus amigas casadas se quejan de lo mismo.
Si los hombres no funcionan así, al menos deberíamos poder esperar de ellos que se acuerden de un aniversario (tienen fama de olvidarlos siempre), que conozcan el perfume favorito de su querida esposa, y que caigan en la cuenta de que, si ella se ha quedado contemplando