Esta es la mejora que, según los humanistas, conducirá a la felicidad plena. A esto lo llama el Manifiesto transhumanista «rediseñar la condición humana». Estos objetivos recuerdan la famosa novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz. Allí se describe un mundo en el que la felicidad se consigue mediante un fármaco llamado «soma». Que el fármaco se llame «soma» (cuerpo) es un dato significativo. Aldous Huxley, por cierto, era hermano de Julian Huxley, uno de los precursores y representantes del transhumanismo. Aquí está en juego un interrogante trascendental para la persona humana: ¿En qué consiste la verdadera y duradera felicidad?
Tenemos pues enfrentadas dos formas de procurar la mejora de la humanidad: mediante la educación y mediante el progreso científico-técnico, mediante la modulación del alma humana y mediante la intervención en el cuerpo (soma). Queda pendiente una meditación sobre la gran pregunta: ¿Qué camino es más directo y más eficaz para llegar al núcleo de la identidad de la persona? ¿Cuál ofrece una felicidad más certera y auténtica? Para llegar a la raíz de la identidad humana, al hondón de la conciencia, a la fuente de los sentimientos y las emociones, a la raíz de las pasiones y las virtudes, ¿basta la educación o hay que acudir a la tecnología?, ¿es suficiente la tecnología o se necesita la educación de las personas?
El transhumanismo marca otro punto de inflexión en el intento de mejora de la humanidad. Este punto consiste en el enorme poderío de la ciencia y la tecnología. La aceleración y el poderío son los dos rasgos más destacados del progreso científico-tecnológico. Cada nuevo descubrimiento en la historia de la humanidad significó un paso hacia delante en la búsqueda de la mejora humana. Cada nueva herramienta o nueva técnica descubierta supuso también un avance en la mejora de la humanidad. Ahorró trabajo humano o hizo más eficaz el esfuerzo de las personas. Pero nunca se consiguieron descubrimientos tan trascendentales como los descubrimientos científicos que están teniendo lugar en este momento. Basta pensar en la nanotecnología, la ingeniería genética, la informática... Nunca tuvieron lugar tecnologías tan poderosas como las que se están desarrollando en este momento en todos los ámbitos de la vida.
Pero la aceleración y el poderío del progreso científicotécnico plantean nuevos problemas a la humanidad.
La aceleración del progreso desborda nuestra capacidad psicológica, nuestro ritmo personal. A sus 95 años contemplaba mi padre una máquina escalando la montaña más alta de su pueblo, a la que no llegaban carreteras de asfalto ni caminos de tierra. Se trata de una pendiente que él había escalado muchas veces con sudor y fatiga. Este fue su comentario: «Este mundo se está volviendo loco, no hay quien lo entienda». El cambio ciertamente en las últimas décadas ha sido tan radical que a las personas no les resulta fácil asimilar tantas transformaciones, tan profundas y tan aceleradas.
Por su parte, el poderío de las nuevas tecnologías no conoce precedentes en la historia. Es como si encontrara a la humanidad sin preparación ni recursos para controlar tanto poderío. El progreso científico y el poderío tecnológico parecen haberse vuelto autónomos o haber escapado al control humano. Científicos y técnicos se consideran sujetos del desarrollo, pero ya no están seguros de mantener el control sobre las consecuencias de sus inventos y sus experimentos. Se escucha con frecuencia este lamento: «No tenemos ética para tanta técnica». Es como si en una competición a toda velocidad la ciencia y la técnica hubieran adelantado a la ética. De esta forma la ciencia y la técnica se quedan sin dirección. Y la ética se queda sin capacidad de orientar y dirigir la historia humana.
La innata tendencia de la ciencia y la técnica hacia la desmesura hace más necesaria la ética en nuestro tiempo. Y ya no basta la mera ética personal; es necesaria la ética política y ecológica. Para potenciar esta ética es importante tomar en cuenta el terror creciente que invade a la humanidad y promover la cultura de la austeridad y la moderación. H. Jonas advierte que la renuncia a la libertad absoluta se hará necesaria en proporción al crecimiento del poder científico y tecnológico. Científicos y técnicos han de ser los primeros en el ejercicio de la autocensura en nombre de la responsabilidad.
En semejante situación las propuestas del transhumanismo plantean serias preguntas sobre el futuro de la humanidad e invitan a una seria meditación sobre el sentido y las consecuencias del actual progreso científico y del desarrollo tecnológico. Tales preguntas y tal meditación deben prestar especial atención a las cuestiones éticas. Es preciso recuperar unos valores y unos criterios éticos suficientes para orientar y mantener bajo control el acelerado y poderoso progreso científico-tecnológico.
Ante este fenómeno del desarrollo científico-técnico, en muchos científicos y técnicos e incluso en algunos representantes destacados del transhumanismo va apareciendo la preocupación por responder a tres preguntas fundamentales. En primer lugar, si todos los avances científico-técnicos que pronostica el transhumanismo a corto y medio plazo son viables. Algunos ya han dejado de pertenecer a la ciencia ficción, pero otros quizá aún pertenezcan al mundo de la ficción. Está en juego el importante asunto de la verdad. En el campo de la ciencia y de la técnica es exigencia ética no ocultar la verdad, no engañar al público. En segundo lugar, es importante plantearse la cuestión ética sobre su licitud, si verdaderamente son lícitos y justificados los proyectos científico-técnicos que ya son posibles. Están en juego valores tan importantes como la justicia, la libertad, la dignidad humana y los derechos humanos. En tercer lugar, es decisivo para científicos y técnicos adelantarse a las consecuencias de sus inventos y sus prácticas preguntándose si son verdaderamente convenientes para la mejora de la humanidad. Está en juego la sabiduría humana y en algunos casos hasta la misma supervivencia de la humanidad.
Son tres preguntas fundamentales para meditar sobre las propuestas transhumanistas: si son viables, si son lícitas y si son convenientes. No todo lo propuesto es viable. No todo lo viable es éticamente lícito, incluso aunque sea legítimo. Y no todo lo que es lícito es conveniente. Lo decía san Pablo en sus cartas ya en el siglo primero: «Todo es lícito, mas no todo es conveniente. Todo es lícito, mas no todo edifica» (1Cor 10,23). Lo subrayó con fuerza Erich Fromm en su libro La revolución de la esperanza. Hacia una tecnología humanizada, en pleno siglo XX, cuando aún no se hablaba de transhumanismo.
Es quizá este último punto el que resulta más difícil de asimilar a algunos científicos y técnicos. La curiosidad en el campo de la investigación y de la experimentación es una tentación demasiado grande para ellos. La carrera del progreso científico y técnico empuja cada vez con más fuerza hacia delante. Una vez iniciada la carrera, es muy complicado echar el freno. A la curiosidad cuasi connatural del ser humano se añade la competición. Nadie quiere quedarse atrás. Todo el mundo pretende hoy ser puntero en ciencia y tecnología. Por aquello que desde Bacon se repite sin cesar: «El conocimiento es poder». Y nadie quiere quedarse atrás en el poder. El hombre moderno renuncia con frecuencia al sentido con tal de conquistar el poder.
Pero el problema ético adquiere hoy una nueva dimensión ante las nuevas propuestas hechas por el transhumanismo. Como hemos advertido ya, no basta la ética individual, la reacción ética a nivel individual para afrontar los grandes retos que presentan las propuestas más atrevidas del transhumanismo. Un científico o un técnico puede oponerse a determinados experimentos científicos y proyectos tecnológicos aduciendo objeción de conciencia. Un médico puede oponerse a determinados experimentos y programas relativos a la salud. Pero las instituciones son más poderosas que los individuos. Los intereses de las multinacionales farmacéuticas pueden más que la ética individual de los farmacéuticos. Los intereses políticos y económicos se imponen con frecuencia sobre la conciencia individual,