“Aquestes gents qui han nom almogavers són unes gents qui no viuen sinó d’armes, e no estan en ciutats ne en viles, sinó en muntanyes e en boscs; e guerregen tots jorns ab sarra’ins, e entren dins la terra dels sarra’ins una jornada o dues, enladroint e apresent, e en traen molts sarra’ins preses e molt d’altre haver”.
[Son gente que no vive más que de la guerra, lejos de villas y ciudades, en montes y bosques, y guerrean todos los días contra los musulmanes. Entran en la tierra de los sarracenos una jornada o dos, robando y cogiendo cautivos y de eso viven].
Los almogávares se caracterizan por su manera de efectuar las incursiones y luchar. En una época en la que el pesado hierro se impone en el atuendo de los soldados, los almogávares usan ropas y armas ligeras que les permiten un veloz ataque y aun una más rápida huida. Las armas que utilizan son lanzas cortas, dardos arrojadizos y un cuchillo largo de doble filo, el colirtell. Las incursiones son a pie, lo que a priori les da desventaja sobre las imponentes caballerías existentes, pero son hombres hábiles y tremendamente fuertes. El modo que tienen de luchar es muy curioso: cuando se enfrentan a soldados a pie arrojan sus lanzas y dardos contra ellos con tal fuerza que atraviesan sus corazas; pero el problema aparece cuando se tienen que enfrentar a los caballeros montados en grandes caballos. Los almogávares lanzan sus armas contra los caballos, hiriéndoles o matándolos, y cuando las monturas caen se lanzan con sus largos cuchillos contra los caballeros. Son guerreros implacables que nunca se rinden y que no tienen piedad con los enemigos. Luchan con bravura y al grito de “Desperta ferro” [Despierta hierro] animan a su arma que despierte y combata con fiereza. El cronista Ramón Muntaner nos relata cuáles son las armas de los almogávares y cuáles sus costumbres, pues su condición de soldado le da conocimiento de la fabricación y el uso del armamento. Hace referencia al colirtell como una espada que puede ir recubierta con piel de serpiente o de cuero negro. Aunque el colirtell o coutell suele ser espada de caballero, el coutell catalanesc se parece más a un cuchillo de cortar. Muntaner hace referencia a otra arma de uso frecuente entre los almogávares, la lanza. Describe que la parte inferior se llama aristol y no suele ser muy larga, y la parte superior, relló [rejón]. El relló es la punta de hierro, de la que proviene el famoso grito de guerra de los almogávares: “Desperta ferro”. Muntaner relata con exactitud a qué se debe este grito, durante la narración de la batalla de Gagliano, en el año 1300:
“E com cascuna de les host se veeren, los almogavers del comte Galcerán e de don Blasco cridaren: Desperta, ferro! Desperta!; e tots a colp van ferir les ferres de les llances en les pedres, si que el foc ne fa’ia cascun eixir, així que paria que tot lo món fos llumenaria, e majorment com era alba. E los francesos, qui veeren aço, meravellarense’n e demanaren que volia allo dir; e cavallers que hi havia, qui ja s’eren atrobats ab almogavers en Calabria en fet d’armes, diguerenlos que aço era costum d’ells, que tota hora que entraven en batalla despertaven les ferres de les llaces”.
[Cuando las huestes se vieron, los almogávares del conde Galcerán y de don Blasco gritaron: ¡Despierta, hierro! ¡Despierta! Y todos golpearon a la vez los hierros de las lanzas en las piedras, haciendo aparecer fuego y así iluminando a todo el mundo, aunque fuera al alba. Los franceses, viendo esto y maravillándose, preguntaron qué era aquello; los caballeros, que ya se habían encontrado a los almogávares luchando en Calabria, contaron que eso era costumbre de ellos, que antes de entrar en batalla despertaban a los hierros de sus lanzas].
El uso de las lanzas, a veces, perjudica a los almogávares, ya que tienen que luchar junto a su propia caballería y hieren a sus caballeros y sus caballos. Para evitar estas situaciones, los mismos soldados prefieren romper las lanzas y utilizarlas como arma corta junto a las mazas. El no vivir en castillos ni ciudades y refugiarse en las montañas les obliga a organizarse, aunque no lo hacen como un ejército tradicional. Nadie acepta el liderazgo de nadie como general porque no creen en un único guía. Se rigen por una peculiar democracia castrense en la que ellos mismos eligen a un grupo de jefes. La graduación dentro del grupo es muy simple: almogávar o soldado, almocadén o sargento y adalid o capitán. Solo cuando se agrupan con un ejército eligen a un general, el cual debe ser un bravo combatiente que haya demostrado su valor en la batalla. Se agrupan en reducidos grupos de 50 a 200 soldados, aunque esto varía en el momento en que se unen a un ejército. Cuatro mil son los almogávares que llegan a Sicilia para defender la isla. A medida que las tierras aragonesas se van pacificando, los almogávares no tienen enemigos contra los que luchar y deciden unirse al ejército aragonés como cuerpo de mercenarios. Su primera actuación se produce junto a Pere el Gran en la lucha por Sicilia. Al llegar a la isla, la gente se asusta de ellos, puesto que su apariencia física no es la de los nobles caballeros medievales; incluso Muntaner, que luego les sigue en todas sus aventuras orientales, los describe así:
“[…] al verlos tan mal vestidos, con las antiparas en las piernas, las abarcas en los pies y las redecillas en la cabeza, exclamaron: ¡Dios mío! ¿Qué clase de gente es ésta que van desnudos y sin ropas y sin llevar más que unas calzas y no llevan ni siquiera un escudo? Poco podemos confiar si todos los soldados del rey de Aragón son como éstos”.
Pero los recién llegados son poseedores de un carácter y una fortaleza moral increíbles. Una anécdota que demuestra perfectamente su fuerza interior sucede cuando en 1304 entran en Anatolia (la actual Turquía asiática). Después de una larga y fatigosa marcha por territorio ocupado por los turcos, se encuentran ante las llamadas Puertas de Hierro frente a un poderoso ejército. Las Puertas de Hierro están situadas en un estrecho desfiladero en la cordillera del Tauro. Los almogávares, capitaneados por Rocafort, no superan los ocho mil soldados, mientras que el ejército turco alcanza los veinte mil y diez mil a caballo. Ante tal desventaja, la reacción de los almogávares es felicitarse unos a otros por luchar en un lugar como éste, tan lejos de su hogar y contra un enemigo muy superior. Su voluntad les lleva a vencer. Los almogávares no solo son fuerzas de asalto contra las tierras enemigas, sino que también realizan acciones defensivas: se agrupan cuando los musulmanes realizan incursiones, vigilan los pasos y los caminos para así coger desprevenido al enemigo… y además llevan a cabo servicios de espionaje y vigilancia para el ejército aragonés. Penetran sigilosamente en territorio enemigo para observar cualquier movimiento extraño. Pero volvamos a sus orígenes. Aunque son grupos bien organizados y con clara dedicación militar, su modo de vivir y las incursiones provocan que algunos se dediquen al bandolerismo e incluso saqueen pueblos de musulmanes que viven en paz en territorio cristiano, haciendo prisioneros y vendiéndolos como esclavos. Los almogávares peninsulares van desapareciendo con el paso del tiempo: la recuperación de las fronteras cristianas y el hecho de que la mayoría se embarque en la aventura mediterránea con la Gran Compañía Catalana hacen disminuir considerablemente el número de efectivos. El final de los almogávares como tal en la Península se produce con la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos. La victoria sobre Granada significa que no queda ninguna frontera peninsular directa con territorio musulmán; el trabajo de los almogávares ha tocado fin. Los