Las españolas votaron dos años más tarde, en 1933, tanto en las elecciones municipales del 26 de abril como en las legislativas de noviembre. En algunos núcleos campesinos ni siquiera sabían que podían hacerlo y la diputada Campoamor decidió hacer pedagogía por los pueblos madrileños durante la campaña a las elecciones municipales parciales, que afectaban a 54 municipios de la provincia. La abogada recorrió parte de estos pueblos en automóvil, acompañada de una estudiante de Derecho, una periodista y Antoniette Quinche, de visita en España. La diputada conducía el coche. Meses después, en las generales, Campoamor hizo campaña para revalidar su propio escaño de diputada. Ganaron las derechas y algunos agoreros la responsabilizaron a ella. Empezaba el segundo bienio republicano con representantes que iban a rectificar o anular parte de los avances conseguidos. No sería justo concluir que las mujeres actuaron como fuerza retardataria. Campoamor achacó el fracaso electoral de 1933 a que los partidos de izquierda se presentaron a las elecciones divididos. Sin olvidar que los anarquistas pidieron la abstención.
La paradoja es que Clara Campoamor, la triunfadora de las Cortes Constituyentes, no revalidó su escaño en noviembre de 1933 y quedó fuera del Parlamento. Su jefe de partido, Lerroux, le propuso que se encargara de la Dirección General de Beneficencia y Asistencia Social. Campoamor optó por darle al cargo un contenido más social que benéfico: luchó contra la mendicidad infantil y trató de crear la asistencia pública domiciliaria. Entre sus colaboradores contó con Consuelo Berges. Esta, gran viajera y, años después, excelente traductora de autores franceses, trabajaba como bibliotecaria en el Archivo de la Junta Provincial de Beneficencia.
No pretendía enfrentarse a las fundaciones privadas, muchas de carácter religioso, ni controlarlas —aunque, debido a su cargo, fue vocal del patronato encargado de administrar los bienes incautados a la Compañía de Jesús—, pero sí racionalizar sus recursos y su ingente patrimonio. Con este fin presentó un proyecto de ley para que las Juntas provinciales supervisaran las cuentas de las fundaciones privadas. Llevaba la firma del ministro de Trabajo y Previsión Social, José Estadella, y fue publicado en la Gaceta de Madrid del 25 de agosto de 1934. Pero los convulsos días de la Revolución de Octubre, y la sustitución de Estadella en Trabajo por un ministro de la CEDA, provocaron su dimisión y dieron al traste con el proyecto.
Unas semanas antes de la Revolución de Octubre había sido enviada a Ginebra por el Gobierno como delegada suplente ante la Sociedad de Naciones de la delegación española. Y poco antes de la revuelta, el presidente del Consejo de Ministros, Ricardo Semper, la había incluido, junto con Elisa Soriano y Esmeralda Castells, en el Consejo de Sanidad y Asistencia Social, de cuarenta miembros. Pero la derechización del Partido Republicano Radical, tras pactar con la CEDA, y la represión de la revolución de Asturias, en 1934, la empujaron a dimitir y a la postre a dejar el partido en febrero de 1935. Mientras se formalizaba su dimisión de la Dirección General de Beneficencia, le pidió a Lerroux encargarse solamente de los huérfanos de las víctimas de la represión a través de la Organización Pro Infancia Obrera. Al llegar a Asturias comprobó la desproporción de las actuaciones políticas y militares. Intentó alejarse momentáneamente de España y refugiarse en Ginebra con la idea de realizar un trabajo sobre el seguro escolar obligatorio, pero no hay datos de que llegara a materializarse ni de que se desplazara fuera. Tras dejar el partido, solicitó el fin de la excedencia en el Ministerio de Instrucción Pública y volvió a disponer de su puesto de profesora de Mecanografía y Taquigrafía.
Una liberal a su aire
En la carta de dimisión a Lerroux, manifiesta su decepción por la polarización del partido.
De error en error camina hacia simas de responsabilidad el Partido Radical. De espaldas a su programa y a la misma vitalidad de la República. Con mi actitud yo he procurado advertir el peligro y llamar a la reflexión. Todo fue inútil. Me restaba plantear el caso democráticamente en la Asamblea del Partido. Mas a estos efectos el Partido no existe.
Este final abrupto, aunque coherente con sus ideas, iba complicar su futuro.
Acostumbrada a tomar sus propias decisiones, no analizó sus consecuencias ni supo anticipar que la marcha del Partido Radical iba a suponer su muerte política. Su espacio ideológico era el republicanismo liberal y centrista, aunque este sea un concepto fronterizo, y sabía que, para sobrevivir, tenía que ir hacia la izquierda moderada, tras el fiasco sufrido con el Partido Radical. A pesar de tener buenas relaciones con muchos socialistas, desconfiaba de algunos de sus líderes casi tanto como de la CEDA. No hay que olvidar que el PSOE, nacido como partido obrero y de clase, aunque atrajera muy pronto a la burguesía culta y contara con un ala moderada que representaba Julián Besteiro, ocupaba en la práctica la izquierda del hemiciclo (el PCE era minoritario y había surgido de una escisión radical del propio partido fundado por Pablo Iglesias Posse). Por su trayectoria, Campoamor era muy sensible a la cuestión feminista, pero, a pesar de ser una luchadora y de ser consciente de que venía de abajo, no se identificaba necesariamente con la clase obrera, sino con la pequeña burguesía en apuros. En cierto modo era una desclasada. Sus señas de identidad política eran eclécticas. Se desconoce si llegó a sopesar si la aceptarían en el PSOE, teniendo en cuenta su anterior militancia en el partido de Lerroux. Lo cierto es que decidió llamar a la puerta de su antigua organización, Izquierda Republicana (las nuevas siglas del partido azañista). Para ella era volver a los orígenes, ya que tenía buena relación con algunos antiguos compañeros. Solicitó el ingreso a través de Santiago Casares Quiroga y este le aconsejó que desistiera, ya que no contaba con suficientes apoyos en la organización. Su marcha al partido de Lerroux y sus críticas a Azaña por su actitud ante el sufragio femenino no se habían olvidado. Aun así, mantuvo su petición. Segura de sí misma y combativa, consideraba que tenía derecho a volver, dado que las circunstancias habían cambiado. Su solicitud fue desestimada por 183 votos en contra frente a 68 a favor. A pesar de su buena reputación como parlamentaria, aquellos varones republicanos recelaban de su independencia de criterio. Estaba sola. Republicana sin partido, en Mi pecado mortal, el voto femenino y yo, publicado en junio de 1936, unas semanas antes de que estallara el golpe militar, sostiene que defender los derechos femeninos, siendo mujer, era un deber indeclinable y que pagó un alto precio por ello. «Defendí esos derechos contra la oposición de los partidos republicanos más numerosos del Parlamento, contra mis afines [...]. Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor», escribió. Y al evocar el histerismo de los diputados que se opusieron al sufragio femenino en aquellos días, ironizó: «Pobres hombres políticos, aferrados a la esperanza de que nada se transformara en el país, a que nada evolucionara, a que nada ni nadie se despertara espiritualmente y caminara hacia el porvenir».
Política sin partido, no perdía ocasión de salir fuera y participar en foros jurídicos o feministas internacionales. Se encontraba en Londres cuando se produjo el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Gobernaría de nuevo la izquierda, lo que demostraba que las mujeres en su conjunto no habían sido las responsables directas de los resultados electorales en el 33. Antes de las elecciones había intentado participar en la coalición del Frente Popular representando a Unión Republicana Femenina, pero al no ser admitida, se desligó de la campaña y los resultados. El 11 de junio de 1936, el periódico El Sol anunciaba un folleto dedicado a la sufragista al que se había adherido una importante representación de mujeres de todas las ideologías, desde María de Maeztu y Concha Espina, a María Lejárraga, Elena Fortún, Victorina Durán, Josefina Carabias, Magda Donato, Matilde de la Torre, Trudy Graa de Araquistain, Luisa Carnés y María Teresa León. Gran parte de las socias del Lyceum Club, más sus compañeras Matilde Huici y Concha Peña y su amiga Benita Asas Manterola. No estaban Victoria Kent y Margarita Nelken. Ese mismo mes escribió para El Sol un artículo de tipo jurídico, El derecho de la mujer, por lo que el homenaje promovido por el periódico podría estar relacionado con su presencia en sus páginas. Otro artículo en la misma línea lo redactó para la Revista de Derecho Constitucionalista en Francia. Fue un mes prolífico en que se concentraron diversas publicaciones, como si la abogada cerrara sin saberlo una etapa. La misma editorial donde editó Mi pecado mortal, el voto femenino y yo recopiló en un