Los olmecas como miembros de un ámbito cultural desaparecen en el Preclásico Tardío (400 a.C. a 200 d.C.). Sin embargo su influencia se esparce como el viento, incontenible, desde los pantanos del golfo, a los cuatro puntos cardinales y con ella, la cultura y el mundo de Quetzalcóatl, convertido en dios, con especial incidencia en las culturas mexica y maya.
Las otras culturas preclásicas
“En aquel tiempo vino sobre ellos un gran ejército de gente que se decían olmecas. Estos, dicen que vinieron de hacia México y que antiguamente habían sido capitales enemigos de aquellos que estaban poblados en el despoblado que ahora es entre Xoconochco y Tecuantepec. Estos olmecas dieron guerra, vencieron y sujetaron a los naturales…”.
Juan de Torquemada, Monarquía Indiana
La expansión
Los olmecas dejan fuertes cimientos de una civilización en Mesoamérica: estelas, altares, Cuenta Larga, el cero, la cultura monumental, tallas de jade, atlantes, cabezas colosales, sarcófagos, tumbas, pisos de mosaico enterrados, cráneos de cristal de roca, espejos cóncavos, ofrendas bajo las estelas, plataformas de terrazas, grandes pirámides de tierra, ciudades alineadas astronómicamente, el comercio, el Ejército, el Estado, el imperialismo, las clases sociales y la religión ceremonial. Enorme bagaje cultural que sirve de plataforma para uno de los periodos más impresionantes del mundo mesoamericano, el Periodo Clásico (200 d.C. a 650/900 d.C.) que reúne, a su vez, diversas facetas de desarrollo.
El mundo Preclásico no se agota con la desaparición de los olmecas como cultura. Existen asimismo otras áreas que se superan y tejen, a nivel regional, otros entramados culturales. Es en esta fase en la que se desarrolla la cultura maya. Debemos observar lo que se mueve en el entorno desde que los olmecas –en su lenta decadencia, quizá como producto de la presión de otras áreas más desarrolladas o una revolución que despoja de su poder al sacerdocio, “ya convertido –como lo sugiere Robert Heizer– en un grupo opresor”: hay una expresión cultural periférica, en favor del Valle de México, Oaxaca, Occidente y, por supuesto, el sudeste, el sugerente mundo maya.
Estos antiguos mexicanos carecen de animales para el transporte y no conocen aún los metales ni la rueda. Pero levantan pirámides como la de Cholula o el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá. El esfuerzo es extraordinario, porque no se limitan sólo “con amontonar bloques ciclópeos de piedra, o al contrario, con ir puliendo pacientemente estatuillas de jade, sino que se empeñaron en aliar la búsqueda de la perfección en el modo de seleccionar y tratar la materia, la firmeza del trazo y la fuerza del estilo a las concepciones arquitectónicas y al vigor del pensamiento simbólico”, escribe Jacques Soustelle.
Por otro lado, la influencia y el estilo olmeca en otras zonas de Mesoamérica son patentes gracias al comercio y la religión. Sus redes comerciales alcanzan 2.500 kilómetros de extensión desde el centro de México a Costa Rica. Su interacción dentro de una vasta región heterogénea, es muy diversa. Se difunde su cultura a partir del año 900 a.C. por Tlapacoya, Cuicuilco, Cahlcatzingo, Monte Albán, Dainzú, Izapa, Chiapa de Corzo, Kaminaljuyú, Tikal, Dzibilchaltún o Edzná.
Miguel Covarrubias demuestra la evolución estilística que va del jaguar al dios de la lluvia –Tláloc, Chac o Tajín– en culturas posteriores. Pero el Tláloc azteca ya no es un felino; fundamentalmente su nahual es la serpiente. “Es la creencia mágica de que la vida individual está unida a la suerte de un animal que es el nahual de ese individuo”. Las implicaciones religiosas vienen después.
En el centro (Valle de México, Toluca, Puebla-Tlaxcala, el norte del Eje Volcánico, por encima de los 2.000 metros de altitud, y Morelos, la única zona cálida) los pobladores evolucionan hasta el inicio de la gran transformación de Teotihuacán. Sus personajes “humanos o divinos”, los felinos rampantes, los animales fantásticos y los motivos fitomorfos de calabazas y bromelias, “todo relacionado directamente con la agricultura, revelan un culto complejo a la tierra y a la lluvia, y una rica mitología”, basada en la relación jaguar-ave-serpiente, antecedente de una deidad del agua.
De Cuicuilco y Tlapacoyan se desprenden categorías sociales con funciones diversificadas y actividades rituales alrededor de dos deidades cuyos rasgos esenciales hacen pensar que más tarde son conocidos como el Dios Viejo o Huehuetéotl y el dios de la Lluvia, o Tláloc. La clase sacerdotal aún asume las funciones religiosas y políticas, apunta Martha Carmona Macías. Cuicuilco, al sur del valle de México, es uno de los centros principales de la cuenca de México; emergen plataformas escalonadas de base circular; desaparece tras la explosión del volcán Xitle, en el año 100 a.C. Después se levanta Teotihuacán, al norte del valle. Sus habitantes proceden de los que escapan de las ruinas de Cuicuilco, en las inmediaciones del lago de Texcoco. Aquí se construyen pirámides de piedra de estructura cuadrada entre el año 200 y el 300 d.C. Es relevante la importancia de Cuicuilco y Tlapacoyán y sobre este último centro, sus edificios parecen el primer ensayo de lo que fue más tarde Teotihuacán, una ciudad que es la culminación de un proceso evolutivo de los hombres del Altiplano mexicano; su poder será suprarregional.
Oaxaca evoluciona al sur de la superárea. Es una de las zonas más desarrolladas a partir del año 1150 hasta el 500 antes de la era. La región, montañosa, tiene un clima árido templado y de gran potencial agrícola por el aluvión de los ríos Atoyac y Salado. En este entorno aparece Monte Albán. Por el año 900 surge San José Mogote, junto al río Atoyac. Aquí se esculpen los llamados “danzantes”. Parecen representar “un cautivo sacrificado, lo que robustece la idea de un clima bélico en la época”. El Glifo 1 Temblor en dicho monumento, “constituye el más antiguo testimonio del calendario adivinatorio de 260 días”. Cuando San José Mogote pierde influencia entre los años 500 al 250 antes de la era, surge Monte Albán, la capital zapoteca: se construye sobre un monte de 400 metros de altura –de difícil acceso a fuentes de aprovisionamiento de agua– que centraliza el poder económico, político y religioso de la región, en las tres fases que le atribuyen los arqueólogos. Alfonso Caso descubre aquí el tesoro de la tumba 7 que contiene más de quinientos objetos de oro, plata, turquesa, jade, perlas o cristal de roca, entre otros objetos.
Los estados de Nayarit, Jalisco, Colima, Guanajuato, Michoacán, Guerrero y la parte sur de Sinaloa, forman la cultura de Occidente. Región de mesetas, cuencas, sierras, llanura costera estrecha cercana a la sierra, carece de una clara unidad cultural y de una historia común, como ocurre con el altiplano de México, el golfo, Oaxaca o el Sudeste. En el Preclásico Tardío sobresalen los tarascos de Michoacán y forman una nación fuerte, nunca dominada por los aztecas. Como potencia militarista somete y controla una gran parte de Jalisco, Guanajuato, parte del estado de México y Guerrero.
En el norte de Mesoamérica predomina la cultura “del desierto”: se distinguen aún los cazadores-recolectores. El área se delimita con las sierras occidental y oriental y forman un enorme escudo apenas interrumpido por algunas estribaciones montañosas de poca altura. Algunos grupos del desierto evolucionan cuando encuentran áreas más favorecidas. Entre ellos, los grupos de Casas Grandes o Paquimé; posteriormente, los de La Quemada. La irrigación y el comercio caracterizan estas culturas pero Brian Hamnett dice que el derrumbe de Teotihuacán a mediados del siglo VIII “aisló esta zona del centro y la dejó expuesta a las tribus nómadas conocidas genéricamente como las chichimecas”. Hacia el siglo X, esta zona marginal se recupera con el ascenso de los toltecas y se debilita con la caída de Tula, en el siglo XII, época que empiezan a controlar los chichimecas a partir del norte del río Lerma. Como ocurre con los tarascos, los aztecas fracasan en sus intentos de controlarlos y tras la caída de México-Tenochtitlán, los conquistadores españoles tienen muchas dificultades para someterlos.
El Sudeste
Es una gran extensión que abarca varios estados de México (Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo), las repúblicas de Guatemala, Honduras, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Belice. En total, un territorio de más de 400.000 kilómetros cuadrados de planicies costeras meridionales, tierras altas, valles, selva y llanuras. En el Preclásico Tardío (400 a.C a 250 a.C), se desenvuelven aquí dos complejos culturales de lengua mixe-zoque y maya. En esta tierra de “artistas