Novela de culto de la cultura lolita japonesa. Libro escrito por Novala Takemoto.
Momoko vive en Shimotsuma, un pueblo rural de Japón, y está obsesionada con la estética «lolita», un movimiento que adora el rococó francés del siglo XVIII y su forma de vestir.
Su manera de ver la vida no encaja con la del lugar, que considera demasiado pueblerina para ella, por lo que decide vivir al margen de todo y pasar su tiempo dedicada a bordar, leer, escuchar música clásica y viajar a Tokio a comprar ropa lolita.
Su vida cambia el día que conoce a Ichigo, una motera integrante de una banda juvenil de chicas y aspirante a sukeban que la embarca en la búsqueda de un mítico bordador de chaquetas de yakuza, al que nadie ha visto jamás, y del que necesita un trabajo muy especial.
Durante esta empresa las dos vivirán lo que es la amistad, la lealtad, la bondad o el desamor. Un torbellino de emociones que anuncia un paso a la madurez al que intentan resistirse con pesar.
Kamikaze girls
Una historia de Shimotsuma
Novala Takemoto
Traducido del japonés por: Raúl Sanz Merino
I
Una verdadera lolita debe albergar un espíritu rococó y llevar una vida rococó. El rococó es el periodo más elegante y opulento que dominó la France de segunda mitad del siglo xviii. Si hablamos del rococó en la historia del arte, este se desarrolla desde aproximadamente el año 1715 hasta la década de 1770, a finales del periodo barroco, cuyo ideal de belleza se basaba en la solemnidad y magnificencia de la fe católica. El rococó adoptó la belleza de la línea curva con argumentos tan poco elaborados como «lo redondo es más mono que lo cuadrado, ¿a que sí?» y, frente al dinamismo masculino del majestuoso barroco, que era un tanto opresivo, además de aburrido y horriblemente serio, planteaba un estilo femenino, colorido y decorativo, lo que suena muy bien, pero, en realidad, apunta hacia un estilo ornamental más bien frívolo.
El nombre rococó deriva de la antigua palabra francesa rocaille, que significaba «piedra pequeña deformada» (perdón por ponerme pedante; pido a los que son algo cortos que aguanten un poquito más, por favor), y este periodo fue tratado tras su momento de gloria como una mancha en la historia del arte porque carecía de pensamiento. «¿Y si hacemos como si ese periodo no hubiera existido? Parece bastante estúpido». «Sí, hagamos eso». Y quedó sepultado en la oscuridad. Por eso a los pintores del periodo rococó, como Watteau y Boucher, se los minusvalora en la actualidad más de lo que merecen.
Parece que los conocedores de la historia del arte no solo desearían que no hubiera existido el rococó como periodo artístico, sino que también eliminarían la época entera, desde su moda hasta sus costumbres y modos de vida. Incluso en los estudios de historia universal, las explicaciones sobre el periodo rococó son supercompactas y generales y están aderezadas con comentarios nada positivos.
Bueno, cuando pensamos en personajes representativos del rococó, el primero que se nos viene a la cabeza es María Antonieta, que disfrutaba de una vida de lujos en el Palacio de Versalles y que, cuando su pueblo no tenía dinero ni para comprar pan, soltaba frases como: «¡Oh! ¡Pues si no tienen pan, que coman pasteles!», que denunció e hizo pública Hiroshi Kume en el programa News Station, y que provocó que la tomaran por una malvada integral y se ganara el odio del pueblo, que la pasó por la guillotina tras montar una revolución (lo cierto es que si habláramos de alguien representativo del rococó, esa sería Madame de Pompadour, quien, gracias a su belleza e inteligencia, escaló desde lo más bajo hasta la cumbre de la sociedad como gobernante en la sombra de la corte de Luis XV. De hecho, no exageraríamos si dijéramos que sus gustos y aficiones reflejaban perfectamente la cultura rococó). Por esto tal vez sea inevitable que el rococó sea entendido como la antítesis de la libertad y la igualdad. A pesar de todo, y digan lo que digan los demás, yo vivo en el rococó.
Respecto a Boucher, uno de los pintores representativos del periodo que reflejaba los elementos rococós de las composiciones de Watteau de manera aún más exagerada, su contemporáneo Diderot (no sé muy bien qué hizo este hombre. Solo sé algo de que compiló una enciclopedia. ¿Algo así como un Kyōsuke Kindaichi francés? Kindaichi compiló un diccionario de japonés… Quizás. O no) declaró lo siguiente: «Está moralmente corrompido, no entiende la elegancia, desconoce la verdad, es alguien que nunca ha visto la Naturaleza y que carece de gusto». También dijo que los cuadros de Boucher no tenían más que «elegancia, empalago, galantería fantasiosa, coquetería, simpleza, cambio, brillo, pieles de aspecto maquillado y obscenidad». Este tipo, Diderot, se contradice horriblemente en sus declaraciones, diciendo, por un lado, que no entiende la elegancia y, por otro, que sus cuadros eran elegantes, pero bueno, seguramente odiaba todo lo que era rococó.
Pese a todo, los amantes del rococó interpretan como elogios estas críticas que utilizan la pintura de Boucher para dar una imagen negativa de esa cultura. Respetar las emociones dulces, la elegancia y la fantasía por encima de la verdad y la moral; sumergirse en el amor del momento en lugar de intentar darle un significado a la vida ante un futuro que desconocemos; dejar de lado la lógica y las costumbres para conceder valor al disfrute de lo que experimentamos en el momento. Eso es el alma del rococó (es un intento de juego de palabras1. Podéis reíros). Si por mucho que pensemos las cosas obtenemos resultados angustiosos, y si aun consiguiendo el resultado esperado, este es aburrido o carece de belleza, lo rechazaremos. Si algo te agrada, aunque se haya hecho medio en broma, debes darle valor. El rococó se apoya en el individualismo extremo como fundamento, en tomar las decisiones en función de lo que uno mismo siente, «esto me gusta» o «esto no me gusta», sin tener en cuenta las opiniones y el esfuerzo de los demás. El rococó partiría de una ideología anárquica punk. Solo a través de este principio denominado rococó, en el que lo elegante es vulgar y lo precioso es extravagante y desafiante a la ley, puedo encontrar el significado de la vida.
Los bebés lloran cuando se les arranca del vientre materno, enfadados porque no entienden para qué se les echa a vivir en este mundo absurdo. Poco después, se les revela su destino de vivir con una enorme desesperanza, y piensan: «Así que me obligas a vivir en este mundo irracional, ¿eh? Pues esto es lo que pienso yo: no me quejaré desagradecida y amargamente por tener que vivir una vida estéril; viviré desobedeciendo las normas que me obligan a llevar una vida pacífica y tranquila; viviré haciendo lo que me dé la gana». Cuando el bebé se dé cuenta de esto, reirá por primera vez. Así que no os enternezcáis cuando oigáis reír por primera vez a un bebé. Fijaos bien, pues, mientras ríen, su mirada se mantiene fija y penetrante. Sin embargo, la mayoría de la gente va perdiendo esa determinación a medida que crece. A medida que vamos entrando en razón, comenzamos a seguir las reglas sociales que una vez nos propusimos ignorar. Pero aún existen unos pocos que no han olvidado esa predisposición del día de su primera risa. Estas personas, aunque hagan llorar a sus padres, aunque se vean condenadas a una vida de pobreza o aunque sean sermoneadas por su comportamiento en algún programa de televisión, como el de Monta Mino, no tendrán otra opción que seguir el estilo de vida rococó.
El estilo «lolita» se define como un estilo de moda urbana propio de Japón. Aunque para mí no se limita exclusivamente a la moda, sino que existe como un conjunto de valores personales absolutos e inamovibles. Mi manera de expresar mi consagración al rococó es vestir una blusa de volantes abiertos, llevar la cintura ceñida con un corsé, una falda sobre un miriñaque y un tocado de ensueño en la cabeza. Me suelen aconsejar no llevar un aspecto tan raro y llamativo para hacer amigos de manera natural y tener éxito con los chicos… Pero cuanto más lo hacen, más se aviva mi alma de lolita y más se fortalece mi determinación de ser una.
El periodo rococó, por lo que he visto y leído a través de diversas obras, era una locura. Las damas del periodo rococó podían llegar a lugares a los que las lolitas