“La ciudadanía puede estar tranquila, pues la situación se encuentra perfectamente controlada y, pese a la gravedad y complejidad de los hechos, los servicios policiales y de seguridad han logrado determinar con precisión a los autores del plan y en cuestión de horas serán detenidos los participantes directos del hecho criminal en contra de la persona del presidente de la República. El Supremo Gobierno ratifica su decisión de preservar el clima de paz y tranquilidad en el que nuestro país se ha desenvuelto desde que iniciara el proceso de liberación nacional y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Consciente de su deber, por instrucciones del Excelentísimo Señor Presidente de la República, Capitán General, Comandante en jefe del Ejército y Generalísimo de las Fuerzas Armadas, el Gobierno ha dispuesto”:
“Primero: Declarar bajo Estado de Sitio todo el territorio nacional, ratificando la declaración provisionalmente formulada el domingo último en el mismo sentido.”
“Segundo: Aplicar, con todo el rigor de la ley, las facultades previstas en la Constitución Política a todos los responsables como autores, instigadores, cómplices y encubridores de esta conspiración. Con tal objeto se ha ordenado que, de acuerdo con el decreto ley ochenta y uno de mil novecientos setenta y tres se presenten ante la autoridad, en el cuartel de policía más cercano, los dirigentes políticos involucrados en los hechos y demás personas respecto de quienes hay antecedentes de haber participado en ellos. En el caso de no hacerlo así, se entenderá que asumen una actitud de rebeldía frente a la ley y a la Constitución Política del Estado. La lista completa será informada con posterioridad a este comunicado y será obligación de todos los ciudadanos dar aviso de inmediato a las autoridades sobre el paradero de las personas que son responsables de tan graves conductas delictuales. La ciudadanía sabe que la colaboración u ocultamiento de los extremistas cuyo arresto se ha ordenado, es sancionado con la misma penalidad que la que corresponde a los autores del delito.”
“Tercero: Todos los señores corresponsales que han dedicado sus esfuerzos a la difusión de noticias falsas sobre la realidad chilena, con la intención de desprestigiar al país y facilitar la conspiración extremista, serán expulsados del territorio nacional en las próximas horas. Se advierte que aquellos corresponsales extranjeros que están en ese caso deberán facilitar el cumplimiento de las medidas. Del mismo modo, todos los extranjeros que facilitaren información falsa al exterior o colaboraren directa o indirectamente con elementos terroristas, sin importar la profesión o la actividad que estén desempeñando en el país, serán expulsados sin dilación. Recordamos que el interés de la ciudadanía y la seguridad nacional está por sobre las consideraciones particulares que puedan esgrimirse.”
La voz del Secretario General de Gobierno no se alteraba, ni siquiera cuando debió ratificar las prohibiciones en virtud del Estado de Sitio, las cadenas de radioemisoras o la debida atención a las instrucciones de los Jefes de Plaza a cuya autoridad debía someterse la población. Su llamado final fue aterrador para muchos de los que veían o escuchaban el discurso.
“El Supremo Gobierno, siempre consciente de su responsabilidad, llama a la población a colaborar en la mantención del orden público, denunciando a los extremistas y los hechos o circunstancias que pudieren atentar contra la necesaria tranquilidad pública, en la seguridad de que los enemigos de la patria, vengan de donde vengan, serán derrotados y sancionados con el máximo rigor.”
El locutor oficial ocupó la escena de los televisores y su voz sonó muy fuerte en las radios: con parsimonia y energía dio a conocer primero las instrucciones sobre el toque de queda, luego leyó las disposiciones legales que afectaban a los colaboradores de los extremistas y que establecían la obligación de denunciar personas y hechos sospechosos, hizo lo mismo con la nómina de los señores Generales de las Fuerzas Armadas y de Orden a cargo de la seguridad de las respectivas provincias y regiones con sus títulos de Jefes de la Zona en Estado de Sitio; y, por último, dio lectura a la larga lista de personas, que en virtud de un decreto debían presentarse de inmediato ante las autoridades policiales o militares, anunciando que el llamado se repetiría cada una hora.
Mientras en las radios, que seguían en cadena, comenzaba a sonar música criolla, esas tonaditas o cuecas de la zona central, folclore de laboratorio, en las pantallas de los televisores apareció el anuncio de una antigua película de Jerry Lewis, con Dean Martin, por supuesto.
CUATRO
Tal vez fue una sorpresa. Se levantó de su sillón con lentitud y caminó hasta apagar el televisor. Otra vez el discurso de la campaña internacional, pero ahora en un tono más coherente, con algo que hacía más creíble el informe. No se trataba de aquellas frases hechas o monsergas elaboradas por los teóricos de la propaganda para justificar hechos puntuales. Esta era una maniobra en gran escala, derivada del atentado, pero que se estaba aprovechando para dar un nuevo golpe de Estado, con las mismas características del anterior, aunque ahora se daba desde la Moneda y con un país en una realidad muy diferente.
Parecía cierto que se había atentado contra el General, esa era la noticia, pero todo lo que se hacía y las decisiones que se tomaba eran demasiado trascendentales como para pensar que ésta era una operación política o militar más.
Quiso sacarse la idea de la cabeza, pensando que tal vez se había puesto demasiado suspicaz en los últimos años, desde que su posición había cambiado. Cuando supo, con certeza, que muchos “enfrentamientos” no eran sino asesinatos con un barniz de legalidad y que las armas y los panfletos eran llevados a los lugares allanados por los propios agentes, empezó a poner en duda todas las otras cosas que había creído siempre. Había creído hasta que supo lo de Patricia.
Mientras se servía un café con un poco de leche fría, preparándose para lo que vendría, descartó que en esto hubiera exageración. Por el contrario, tuvo la sensación de que el Secretario General de Gobierno había sido demasiado calmo, excesivamente tranquilo y que en realidad lo que estaba haciendo era minimizar una situación muchísimo más turbulenta.
¿Qué estaría tramando el General?
Carlos Alberto estaba sorprendido.
Aunque en los días previos había escuchado los rumores: que los yanquis, que la plata de Francia, que los españoles, que el envío interceptado, que iban a detener a los peces gordos, que había un autoatentado preparado. El Secretario General de Gobierno hablaba de que se había descubierto una compleja conspiración: entonces, ¿fue atentado o autoatentado? La sorpresa para Carlos Alberto era que hubiera verdad en los rumores, que no se tratara sólo de nuevas maniobras del Gobierno o de versiones antojadizas inventadas y difundidas por esos revolucionarios de pasillo y de café que siempre estaban contando en voz baja que el General estaba a punto de caer. Ahora, por lo que estaba sucediendo, parecía que las cosas eran de verdad y no sólo esos rumores a los que se había acostumbrado.
No sería sorpresa un nuevo montaje.
Si,