Sugar, daddy. E. M Valverde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: E. M Valverde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788419367037
Скачать книгу
que Takashi abriera la puerta, ya que no quería interrumpir nada de su tan privada vida. Era un poco maníaco con su despacho y lo que había dentro, con la jerarquía del control.

      Abrí el buscador de Google para hacer tiempo, y busqué las colaboraciones que Hyundai había tenido, para investigar si había hecho guarradas con más herederas. Takashi no me aclaró la duda cuando se lo pregunté, pero con lo jodidamente atractivo que era y lo bien que follaba, aunque fuera un capullo...entendía que tendría a alguna mujer más. Tipos como él no se conformaban solo con una.

      Google solo me dio resultados de Wikipedia, empresas vehiculares y fotos de Takashi para promociones de Gucci, pero ni rastro de mujeres. No había ninguna con quien pudiera empatizar.

      —Qué paciente, Señorita So –casi se me cayó el móvil de las manos cuando su voz rompió el silencio, y me senté recta y tensa–. Pasa, cielo.

      Ahí estaba, apoyado en el marco de la puerta como si fuera el dueño de todo y todos. Abrí la puerta entreabierta de una patada, molesta sin saber por qué. Un pesado suspiro a mis espaldas me indicó que ese no había sido el comportamiento de niña buena que se esperaba de mí. Uy qué pena.

      Me quedé extrañada al ver al heredero de Nespresso dentro, pero supuse que en breve se iría.

      —Me alegro de verle, Señor Yoshida –doblé mi torso en una reverencia formal, dedicándole una sonrisa coqueta que se disipó cuando sentí unas manos grandes y anilladas en los hombros, controlando.

      —Se porta muy bien cuando le conviene –la voz y comportamiento de Takashi me puso incómoda, y traté de que me soltara aún manteniendo la sonrisa. ¿Qué hacía diciendo eso en público?–, pero a veces es una maldita niñata.

      Miré al chico cafeína, quien parecía acostumbrado al comportamiento de su amigo. Tampoco quedaba rastro de la bonita sonrisa de dentista, ahora no era más que una línea seria, atenta y también algo incómoda.

      ¿Por qué parecía tan despreocupado?, ¿acaso era como Takashi? Dicen que entre amigos se sobrellevan los vicios...

      —Yo le veo cara de niña buena –Yoshida se encogió en hombros, y el atractivo que una vez vi en sus hoyuelos se apagó. Era como Takashi, definitivamente, y me comencé a sentir muy incómoda.

      Algo fino y alargado se paseó por mi cuello, y decidí mantener la calma para no empeorarlo todo, pero aquel nudo en la garganta permaneció.

      —¿Se te ha curado ya la herida de la rodilla, Areum? –Takashi me cortó la respiración durante milisegundos, su susurro intencionadamente alto para que su amigo lo escuchase. Genial, esto era una exposición de poder para él y una humillación para mí.

      —Sí.

      —Ponte de rodillas –aflojó la mano en la base de mi cuello pero no me soltó del todo, nunca dejando que olvidara mi posición. ¿Había oído bien?, ¿que me arrodillara aquí y ahora?

      —Pero no estamos solos... –me giré mirándole horrorizada, pero forzó un dedo sobre mis labios para hacerme callar, y por esa vez guardé silencio.

      —Todavía está en esa época en la que me hace repetir las cosas dos putas veces –habló con Yoshida como si yo no estuviese delante, y había aprendido de mala mano, que cuando decía palabrotas se acababa enfadando. Volvió a acercarse a mi oreja, susurrando en una octava más baja e intimidatoria–. Venga nena, pórtate bien y arrodíllate.

      Ya me temblaban las rodillas desde hace rato, por lo que no fue muy difícil dejarse caer contra el duro suelo. Dejé las manos sobre la falda, ignorando las miradas altivas de los dos. cogí la falda solo para aferrarme a algo, la mirada recta en los rascacielos.

      —Nena –unos largos dedos me acariciaron la mejilla desde arriba como si fuera porcelana, y permanecí neutral–, estamos aquí arriba –Takashi me levantó la cabeza, y ya no oculté la vergüenza al estar a la altura de sus zapatos, al lado de su pierna, arrodillada. Quería llorar. La mano grande y anillada me acariciaba con tal de reconfortarme, me daba náuseas, y necesitaba estar sola.

      —Estáis de foto, tío –Yoshida no fue tan depredador sexual como imaginé, pero aún así miró a Takashi durante unos segundos largos en los que pareció pedirle permiso. Sentí ganas de vomitar cuando me acarició el pelo como a los perros, como si fuera una mascota.

      Aquella exhibición no duró mucho, y los dos hombres caminaron hacia la puerta para despedirse.

      Casi me eché a llorar ahí sola, intentando adivinar por qué me había hecho eso.

      La puerta se cerró, hubo silencio. Respiré como las guías de meditación sugerían, y extendí el brazo con tal de alcanzar el bolsillo pequeño de mi mochila, pero cuando cogí el teléfono, sus zapatos negros se pararon a escasos centímetros de mi cara. Olía el perfume nuevo de su traje, la colonia herbal, su sonrisa desde aquí abajo.

      Mis dedos temblaron raquíticos. Takashi no dijo nada y lo dijo todo con su silencio, porque me sentí obligada a mirar hacia arriba. Tenía un brillo sádico en los ojos, le gustaba verme de rodillas frente a él.

      —El móvil –dejó la mano extendida con total seguridad de que le iba a obedecer, y lo hice. El Samsung desapareció en su bolsillo, y mi conexión con el mundo exterior también–. ¿Quieres ver las fotos nuevas que tengo, Areum?

      1. hentai: sub-género de manga (en papel) o anime con escenas explícitas para adultos.

      13. [ahogándose en azúcar]

      Areum

      —¿Por qué tienes más fotos?

      —Simplemente me es divertido –miró unos papeles desinteresado–. ¿Esta mañana no has tenido clase de educación física? –una pregunta retórica, genial. ¿Y cómo sabía él mis horarios de clase?–. He captado el momento exacto en el que tu amiguito te miraba el culo –la actitud nerviosa de Kohaku de esta mañana cobró sentido.

      No me había dado cuenta de que Kohaku me veía de esa manera. Sí, sabía que le gustaba, pero no podía relacionar su aparente inocencia con hormonas adolescentes.

      —¿Y qué quieres que haga? –proyecté mi voz, violenta y maleducada, cansada de sucumbir–. No puedo hacer nada respecto a eso. Ya firmé el contrato, ¡no tomes más fotos!

      Más que estremecido, me dedicó una sonrisa obscena, y se metió las manos en los bolsillos para cubrir algo.

      —¿Qué pasa...? –seguía incómoda mirándole desde abajo, tenía una parte concreta de su cuerpo demasiado cerca para mi gusto. Pero cuando me fui a levantar, presionó mi cabeza en su lugar.

      —Quédate ahí –extendió la otra mano, tendiéndome una cajita negra alargada–. Esto es más difícil de quemar que mi pañuelo. Ábrela.

      Había una inscripción minimalista en una esquina. Swarovski. Al levantar la tapita, unos reflejos me dejaron ciega por microsegundos. Cambié el ángulo para que la luz no diera en el objeto, y entonces aprecié el fino collar de cristales.

      —¿Te gusta? –bajó la mano para acariciar mi cara, pellizcando una mejilla, tocando mis labios, y luego volviendo a acariciar mi pelo. Era complicado describir lo que me gustaba cuando se ponía así de “afectuoso”.

      —¿Por qué me lo has comprado? –le pregunté, un poco más tranquila debido al chantaje oculto con caricias. Era un detalle precioso y delicado, pero no me daba buena espina viniendo de él. ¿Y si me lo había comprado porque esperaba algo de mí? ¿No había mujeres que prostituían su compañía a sugar daddies? ¿Era eso lo que Takashi quería de mí? Yo también tenía dinero de sobra para mis caprichos...algo no cuadraba.

      —Quería tener un detalle contigo –sonrió natural, dejando relucir su sonrisa cuadrada que no duró mucho–. ¿Es que no te gusta, nena? –dejó de tocarme, ahora mirándome con la cabeza inclinada a un