—No puedes venir, estás aún con los exámenes y no dejaré que suspendas por mi culpa. Además, en dos semanas como mucho estaré de vuelta, no te darás cuenta de que me he ido. —Puse morritos fingiendo enfado, algo que le gustaba a él demasiado.
Cada uno tenía su talón de Aquiles. Sergio me abrazó fuerte y ya todo daba igual. Ninguna palabra más hacía falta. Yo lo amaba, lo amaba con toda mi alma, pero él se iba y por mucho que me jurase de que volvería, una parte de mí sabía que eso no sería así.
A la mañana siguiente estábamos en el aeropuerto, su vuelo salía en una hora y había llegado el momento que tanto me estaba costando, la despedida. No quería que se fuera, incluso le rogué que no lo hiciera, pero de nada sirvieron mis súplicas porque al final se iría de todos modos. Había sido tan bonito estar entre sus brazos la noche anterior, cómo me hizo el amor por última vez.
—No me iré para siempre Lucía... En dos semanas estaré aquí, te lo prometo —aseguró encerrándome entre sus brazos con tanta fuerza que su corazón y el mío se habían unido mucho más.
Era una estupidez lo que estaba pensando, ni siquiera debería creer que no iba a volver. Sergio volvería en dos semanas, me lo había prometido, él cumplía sus promesas, pero ¿por qué tenía esta sensación de que no volvería a verle nunca más? ¿Por qué creía que todo acababa aquí y ahora? Cogió mis mejillas y besó mis labios con dulzura. Las lágrimas querían salir, querían demostrarle cuan rota estaba por dentro, pero me hice la fuerte, la dura a la que no le importaba nada. Qué estúpida era, igualmente las lágrimas hicieron de las suyas y anegaron todo a su paso. Sergio me secó cada una de ellas con sus dedos y besó cada rastro de tristeza, algo difícil de conseguir.
—¿Me querrás siempre? —Pregunté en un hilo de voz.
—Te querré eternamente —declaró haciéndome más daño aún.
Sus labios volvieron a unirse a los míos y tan solo unos segundos después se alejó, dejándome completamente destrozada, dejando mi boca desnuda, dejando mi corazón paralizado. No quise ver cómo se marchaba, como desaparecía entre la muchedumbre. Prefería quedarme con su última sonrisa, su último beso y su último te quiero.
Ese fue el último día que vi a Sergio, mi primer amor. Es decir, a mi único y verdadero amor.
1
Sergio
Dos semanas después.
La llegada a Alemania fue de lo más caótica. Pensé que sería algo más relajado y no el ajetreo en el que mi hermano Nick me ha tenido metido. Ya había llegado el día de volver y para ser sinceros, estaba deseando pisar Madrid y ver a mi pequeña de ojos azules. Cuánto la echaba de menos. Habíamos hablado casi a diario, cosa que no le había gustado a mi hermano; me lo hizo ver el día que llegué diciendo que tenía novia, pero me dio igual. No podía dejar de hablarle, de decirle lo que sentía por ella a cada instante y mucho menos lo que necesitaba de sus besos y caricias.
Al menos me iba alegre, pues mi abuelo parecía estar un poco más recuperado y así no me sentiría mal por abandonarle en estos momentos. Sabía que sería algo momentáneo, que volvería a recaer, un cáncer de colon no se curaba y era cuestión de tiempo que se fuese de nuestras vidas, pero no por ello iba a parar la mía. Era joven y tenía planes, unos planes en los que Lucía + boda + familia= a vida feliz. Eso era lo que quería y lo que conseguiría.
Mi vuelo salía por la mañana y no he querido decirle nada a ella para darle la sorpresa.
Miré la hora en mi reloj de muñeca y bostecé al tiempo en el que me recostaba en mi cama. Deseaba que amaneciera para salir de este encierro. En todos estos días lo único que me habían obligado a hacer, era ir a la empresa familiar, enseñarme su funcionamiento, cosa en la que no he puesto ningún tipo de interés. Y la verdad, no sabía a qué venía tanta insistencia por parte de mi hermano cuando era él quién debería coger las riendas de la empresa cuando mi abuelo faltara. Aunque, por otro lado, éramos él y yo, nadie más que mi hermano y yo. Mis padres fallecieron en un accidente de avión hacía ya diez años y me crie con mi tío, el hermano de mi madre, por eso viví toda mi vida en Madrid. En cambio, mi hermano prefirió venir a Alemania con mis abuelos y así fue formándose para llevar la empresa algún día. Por eso no entendía nada.
Escuché unos golpes en mi puerta, del susto, casi me caigo de bruces contra el suelo, pues estaba dormido. Me levanté y caminé hasta la puerta donde, al abrir, mi hermano tiró de mí sin decirme nada. Aunque sí me fijé en sus ojos, estaban hinchados y rojos, había llorado y eso me puso en alerta. Me paré y me puse frente a él.
—¿Qué ocurre? —Pregunté aun sabiendo la respuesta.
—El abuelo... Se muere —titubeó al decirlo.
Sabía lo que me iba a decir, pero escucharlo fue como si me arrancasen el corazón, como si una parte de mí se quebrara. Siempre quise a mi abuelo, aunque no lo viese a menudo. Él fue en parte, esa figura paterna que me faltó, aunque me hubiera criado con mi tío. Y también pasaba alguna que otra temporada con él. Además de las visitas que me hacía constantemente. Corrí hasta su habitación y ahí estaba... Sus ojos estaban cerrados, respiraba con dificultad y su semblante era blanquecino, sin un ápice de color en sus mejillas. No era lo mismo escucharlo, que verlo. No era lo mismo verlo, que sentirlo. Era muy, pero que muy triste ver morir a alguien y si encima era alguien de tu misma sangre, mucho peor.
—Abuelo, sé que me escuchas —murmuré en su oído—. Despierta, lucha. Tú eres fuerte, eres el hombre más fuerte que conozco —aseguré sintiendo como unas pequeñas lágrimas comenzaban a mojar mis mejillas.
Mi hermano se puso a mi lado y apretó mi hombro, intentaba darme fuerzas, unas que él mismo ya había perdido. Mi abuelo no respondió al instante, pero sí abrió los ojos unos milímetros. Al menos me había escuchado. Una diminuta sonrisa se dibujó en su arrugado rostro y pensé que haría como siempre. Se levantaría para demostrarnos que sí, que era ese hombre fuerte que yo le había mencionado, que era ese pilar en la familia indestructible. Pero no, no lo hizo y solo le dio tiempo a pedirme algo, una simple cosa me pidió, algo que cambiaría mi vida por completo y con lo que yo no estaba de acuerdo, pero que tampoco podía negarme. No cuando me lo pedía a punto de morir.
—Te necesito en la empresa —dijo con dificultad.
No quería escuchar, no necesitaba saber más sobre lo que estuviese pensando en ese momento. ¿Por qué yo? ¿Por qué cuando siempre me había negado a hacerlo?
—Prométeme que lo harás, que llevarás en mando de Fisher Enterprise. —Lo miré fijamente—, por favor.
Miré a mi hermano que aún seguía con su mano en mi hombro y él asintió, ayudándome o, más bien, obligándome a aceptar algo con lo que no contaba en este viaje que pondría mi relación con Lucía en la cuerda floja, tan floja que se rompería haciendo que ambos cayésemos en diferentes lugares, así como estábamos ahora. Una parte de mí, la parte racional, no podía negarle nada a mi abuelo y la otra, la parte del corazón se negaba... Negaba cualquier cosa que pusiera la relación con Lucía en peligro.
Me quedé callado, pensando en algo que pudiera hacer para no joder ninguna de las dos cosas, pero no había nada que pudiese remediar el caos de mi vida. Mi hermano me miraba suplicante, mi abuelo prácticamente parecía estar esperando mi respuesta para morir en paz y me sentí acorralado. Así que acepté, acepté ese puesto que me jodería la vida por el resto de mis días, que haría que no volviese a ver a Lucía, a no ser que ella aceptara venir conmigo. Era otra opción.
—Está bien abuelo, lo haré —anuncié al fin dejando que diera su último suspiro. Y con una sonrisa se fue, nos dejó para siempre.
Tras eso, las horas pasaron sin parar, sin darme si quiera un mísero respiro, un mísero minuto en el que poder llamar a mi novia para comentarle