En realidad, existe poca diferencia entre el estatus chicano en la colonia tradicional del siglo XIX y en la colonia interna del siglo XX. Las relaciones entre anglos y chicanos siguen siendo las mismas: las de amo-sirviente. La diferencia principal es que los mexicanos de la colonia tradicional eran indígenas de la tierra conquistada. Ahora, si bien algunos son descendientes de mexicanos que habitaban en el área antes de la conquista, una gran parte no son más que descendientes de emigrantes. En efecto, después de 1910, casi un octavo de la población de México emigró a Estados Unidos, principalmente como trabajadores mexicanos “importados” para llenar las necesidades de mano de obra barata, y esta afluencia señaló el comienzo de una manipulación aún mayor, por parte de los anglos, de los establecimientos o colonias mexicanas.
Las colonias originales se expandieron en tamaño con el aumento de la inmigración y surgieron otras nuevas. En realidad, se convirtieron en naciones dentro de una nación, porque psicológica, social y culturalmente siguieron siendo mexicanas. Pero las colonias tenían poco o ningún control de su destino político y económico o educacional. Casi en todos los casos, siguieron siendo distintas y estando separadas de las comunidades angloamericanas. Los representantes elegidos por las colonias eran habitualmente angloamericanos o mexicanos bajo su control, y se originó una burocracia para controlar la vida política de los establecimientos mexicanos, en beneficio de los anglos privilegiados.
Además, los anglos controlaban el sistema educativo, administraban las escuelas y enseñaban en las aulas, y planeaban los estudios, no para satisfacer las necesidades de los estudiantes chicanos, sino para americanizarlos. La policía que patrullaba la colonia vivía, en su mayor parte, fuera de la zona. Su objetivo principal era proteger la propiedad anglo. Los anglos poseían el comercio y la industria de las colonias, y el capital que podría haberse utilizado para mejorar la situación económica dentro de ellas era llevado a los sectores angloamericanos, en forma muy similar a la empleada por los imperialistas para extraer dinero de los países subdesarrollados. Además, las colonias se convirtieron en centros de empleo de los industriales, puesto que ahí tenían asegurado un fácil abastecimiento de mano de obra barata.
Este patrón es el que se estableció en la mayoría de las comunidades chicanas, y que contradice la creencia en la equidad angloamericana. En suma, aun cuando el censo de 1960 reveló que el 85% de los chicanos eran ciudadanos nativos de Estados Unidos, la mayor parte de los angloamericanos siguen considerándolos mexicanos y extranjeros.
Al discutir la colonización tradicional e interna de los chicanos, no es mi intención despertar viejos odios, ni condenar a todos los angloamericanos colectivamente por las ignominias que han padecido los mexicanos en Estados Unidos. Por el contrario, mi propósito es crear una conciencia –tanto entre los angloamericanos, como entre los chicanos– de las fuerzas que controlan y manipulan a siete millones de personas en este país manteniéndolas colonizadas. Si los chicanos pueden tomar consciencia de por qué están oprimidos y cómo se perpetúa la explotación, podrán trabajar más eficazmente para dar fin a su colonización.
Comprendo que las etapas iniciales de tal forma de conciencia pueden dar como resultado la intolerancia entre algunos chicanos. Sin embargo, quiero advertir al lector que este trabajo no proporciona una justificación del brown power solamente porque con ello se condena las injusticias del poder anglo. Mis repetidas visitas a México me han enseñado que el poder chicano no es mejor que cualquier otro poder. Quienes buscan el poder pierden su humanidad hasta el punto de que ellos mismos se convierten en opresores. Paulo Freire ha escrito:
Ahí radica la gran tarea humanista e histórica de los oprimidos: liberarse a sí mismos y liberar a los opresores. Estos, que oprimen, explotan y violentan en razón de su poder, no pueden tener en dicho poder la fuerza de la liberación de los oprimidos ni de sí mismos. Solo el poder que renace de la debilidad de los oprimidos será lo suficientemente fuerte para liberar a ambos.3
Confío en que América ocupada pueda ayudarnos a percibir las contradicciones sociales, políticas y económicas del poder que ha permitido a los colonizadores angloamericanos dominar a los chicanos, y que demasiado a menudo ha hecho a los mexicanos aceptar y, en algunos casos incluso apoyar la dominación. Tomar consciencia de esto nos ayudará a emprender una acción contra las fuerzas que oprimen no solo a los chicanos, sino al propio opresor.
1 En el punto álgido de la candidatura presidencial de Donald Trump en el 2016 se puede apreciar un claro ejemplo de la propagación tendenciosa de este tipo de mitos sobre los mexicanos.
2 El inmigrante es el chivo espeatorio de la actualidad, su color de piel y estatus socioeconómico como minoría son la excusa para este tipo de prejuicios y sistemas de opresión.
3 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, New York: Harper & Row, 1972, 28.
PRIMERA PARTE
PANORAMA DE LA CONQUISTA Y LA COLONIZACIÓN
En esta parte presentamos un panorama de la historia del suroeste estadounidense que difiere en gran medida de la trazada generalmente por la historiografía angloamericana. Aquí negamos los supuestos tradicionales sobre los acontecimientos que condujeron a la guerra entre Estados Unidos y México, y sobre lo que sucedió desde que Estados Unidos surgió de esa guerra como propietario del territorio noroccidental de México. Los historiadores angloamericanos han tenido aversión a considerar que la guerra con México fue un acto enteramente imperialista, o que la ocupación del territorio es comparable al colonialismo llevado a cabo en otras partes del mundo. Con todo, esta sección intenta hacer ver la realidad de la conquista y la colonización, cuyo resultado ha sido la opresión de los mexicanos en Estados Unidos.
La conquista física del noroeste de México comenzó en la década de 1820, con la infiltración en Texas de pobladores angloamericanos que luego, en 1836, se apoderaron del territorio por la fuerza. Los mexicanos que vivían en la tierra conquistada pasaron a ser un pueblo colonizado bajo el dominio de los conquistadores angloamericanos. A pesar de que el gobierno estadounidense no participó directamente en la conquista y la colonización, los anglo-texanos siempre fueron angloamericanos leales a Estados Unidos. Además, la experiencia en Texas preparó el terreno para la invasión insidiosa, la conquista bestial, y la ocupación del resto del noroeste mexicano.
Esta parte también intenta demostrar que la guerra entre Estados Unidos y México no solo fue injusta, sino que, además, fue tan brutal como la represión que han perpetrado otros regímenes coloniales. El trato que dieron los anglo-texanos a los mexicanos fue violento y a menudo inhumano. La invasión angloamericana en México fue tan cruel como la de Hitler en Polonia y en otras naciones de Europa oriental, o, para dar un ejemplo reciente, como la injerencia de Estados Unidos en Vietnam. En el primer capítulo se traza un panorama histórico de la revuelta de Texas y de la guerra entre Estados Unidos y México, así como del legado de odio que dejaron estos conflictos. Hemos utilizado principalmente fuentes angloamericanas para demostrar que la información sobre las atrocidades de la guerra se consigue con facilidad, no obstante que, por lo general, los historiadores angloamericanos pasaron por alto la violencia.
Sustentamos que el racismo es medular al colonialismo. Facilitó y promovió la dominación social del mexicano. Abunda la evidencia para demostrar que los angloamericanos que poblaron el suroeste se consideraban racialmente superiores a los mexicanos morenos, a quienes consideraban una raza cruzada, de mestizos. La tradicional antipatía del gringo hacia el indio se traspasó a los mexicanos. Asimismo, estas actitudes racistas se trasladaron a la colonización y se utilizaron para sojuzgar a la población nativa.
La concomitante del racismo de los angloamericanos fue su pretendida superioridad cultural y racial. Muchos conquistadores odiaban el catolicismo de los mexicanos y, además, los tildaban de vagos, apáticos, supersticiosos y deficientes en otros aspectos morales. Es preciso recalcar este etnocentrismo, puesto que desencadenó