¿Qué hacemos con la obra de la escritora de fantasía y ciencia ficción Marion Zimmer Bradley, feminista, que fue acusada por su propia hija de abusos sexuales, además de consentidora de los abusos de su pareja masculina también sobre la niña? ¿Dejamos de leer sus obras, la serie Darkover o la tetralogía Las nieblas de Avalón, a causa de esto?
Puede que Sheldon-Tiptree fuera una asesina, puede que Harper Lee escribiera una novela con sesgos racistas y que Zimmer Bradley fuese, ni más ni menos, la abusadora de su propia hija. ¿Cómo enfrentamos, desde el feminismo, estos tres casos?
¿Cuáles serían las últimas consecuencias de este tipo de decisiones? Porque nadie está libre de mancha. ¿Se nos juzgará, en el futuro, a algunas de nosotras, como escritoras interesantes y, sin embargo, a las que no se debería leer porque éramos carnívoras? ¿Justificamos igual la cancelación cuando se trata de un varón cis, heterosexual, blanco, o una mujer como Sheldon-Tiptree, Harper Lee o Zimmer Bradley?
Las decisiones individuales (que yo determine no ver más las películas de un/a determinado/a director/a o no leer los libros de un escritor/a) pueden ser perfectamente legítimas, pero cosa muy distinta es una convocatoria al boicot a través de las redes, con la violencia, acoso y linchamiento que puede suponer.
¿Es posible que la cultura de la cancelación se convierta en una actitud fanática, totalitaria? Perfectamente, ya que hay personas así y pueden ser ellas quienes promuevan esos boicots. Y a esto se añade que ese tipo de conductas no suelen ser reconocidas como tales por quienes las ejercen. La cancelación como censura podría beneficiar, asimismo, a determinados gobiernos y grupos de poder. Sin embargo, quiero centrar estas reflexiones sobre los casos en que son los grupos sociales, incluso progresistas, incluso feministas, los que promueven el boicot.
Personalmente, creo que la cancelación como forma de boicot colectivo supone muchos más riesgos que beneficios. El análisis feminista no conlleva ni la prescripción ni la proscripción de un contenido. Por otra parte, no se debe confundir e identificar sin más los temas y personajes de una obra con la ideología del/la autor/a de la misma. Resulta imprescindible darse cuenta, por ejemplo, de cuándo estamos ante un texto simbólico que no se tiene por qué interpretar literalmente.
¿Hay que separar autores y obras? No, debemos tener en cuenta ambos factores, sin que ello implique una prohibición o censura. Esto no supone tampoco negar evidencias, ideologías ni mucho menos delitos.
La solución no es la equidistancia, sino el conocimiento para leer y analizar a autores y obras en su contexto de lugar y época, y, lo más difícil de todo, la autoconciencia para saber cuándo estamos cayendo en la desmesura.
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