Entonces, Dios mandó a mi atención la historia de Job para verme reflejada en su danza entre dolor, amor y fe, y relatar la mía. El libro de Job fue su respuesta a mi petición de ayuda, a mi clamor en medio del dolor. Luego comprendí que de esto debía tratarse mi libro, sobre la vida, sobre lo bueno y lo malo, el dolor y la alegría. Y es que así vivió Job, buenos y malos momentos, pero siempre con los ojos puestos en la confianza de saber que todo lo que Dios permite es porque es necesario y podemos atravesarlo para bien.
Me quedé con esta reflexión en mente y observé cómo en ocasiones de mi vida, al igual que Job, había perdido mucho en ámbitos distintos, pero a través de mi fe inquebrantable y apegada siempre a mis valores, había recibido con creces siempre mucho más de lo perdido. Lo asumí como una especie de justificación o comprensión de lo vivido, sin saber que me esperaba más. No fue hasta enero del 2021, cuando me enfrenté a mis miedos más grandes, que supe que era el momento de vivirlo profundamente.
Atravesar esta crisis de salud me hizo poner todo en perspectiva. Por un lado, me movió a hacer las paces con mi padre, haciéndome admirarlo de una forma que en vida nunca pude, y reconocerlo como un hombre valiente, honesto, trabajador, que nos dejó un gran legado de gallardía. Papi, te amo.
Por otro lado, me hizo reflexionar sobre cómo viví mi vida bajo la sombra del miedo a la enfermedad, a la muerte. Pensé en todo lo que dejé de hacer por temor. Venía de 1 año de la pandemia por la COVID-19, en la cual fui testigo de tantas muertes a destiempo y en solitario, y pensé en todos los planes que se quedaron en nada para tanta gente y tantas familias. Pero también vi planes acelerarse estrepitosamente por la urgencia de vida generada por, precisamente, tanta muerte súbita y tanta enfermedad. Todo iba cobrando sentido, como fichas estratégicamente colocadas en el tablero de la vida.
Y así es. Los planes de Dios son perfectos. Él me enfrentó a mis grandes miedos para liberarme de ellos. Pude entenderlo después. Ese periodo de prueba fue la muestra de amor más grande que me dio. Me liberó y me permitió vivir a partir de mis 50 años una vida de libertad y felicidad. Precipitarme al vacío en tan corto tiempo y recibir tanto amor incondicional y apoyo de mi esposo, mis hijas, mis familiares, mis amigos y claro, de mi psicóloga de cabecera, me fortaleció para atravesar una crisis que me desgarró el alma, pero me hizo vivir mi vida totalmente diferente.
Ya Dios me lo había dicho, que vendría una época de crisis pero que mi vida no sería tocada y que la recompensa iba a ser mayor que el sufrimiento. Tuve que desarrollar una fe que nunca había tenido y reunir el valor para finalmente escribir ese libro que siempre sentí tener dentro de mí, pero que siempre estaba posponiendo junto a otros planes. De repente, ya no sabía cuándo podía dejar de estar para mi familia, por lo que decidí estar por siempre, por lo menos en tinta, en anécdotas y en sus corazones.
Este es un libro sencillo, simple. Una fuente de amor que espero acompañe en el camino a mis hijas y a todos aquellos a quienes llegue, porque eso es la vida: un caminar a veces de rosas, a veces de espinas. Que cuando tengan dudas, estén confundidos, no sepan qué hacer o cuando quieran reírse un poco, recuerden que está ahí para ellas y para todos. Encontrarán vivencias, recursos, herramientas positivas que fui recolectando en mi caminar, claves para procesar lo que se vive y comprender un poco más allá de lo evidente.
Porque representa que esa es la vida: lo bueno, lo malo, lo feliz y lo triste, un espectro en el que podemos crear magia si así lo deseamos. Pero, sobre todo, se trata de construir resiliencia desde el amor. Por esta razón quise llamarlo C’est la vie (Así es la vida), desde mi profunda relación con el mágico París de mis años universitarios; empaparme de la filosofía de vida que engloba este sencillo lema que hace las vidas de los franceses ligera y llevadera, a pesar de los obstáculos.
¡La vida sigue! Y se justifica a sí misma cuando la dejas ser, en vez de pelear contra las circunstancias en que transcurre. Está para navegarla, caerse, equivocarse, aprender siempre algo —vivirla—. ¡C’est la vie!
Tus valores te enseñarán a hacer lo que debes
y no lo que quieres.
Anónimo
Mientras me animaba a plasmar estas reflexiones para ustedes, me vi en medio de la pandemia por la COVID-19, algo que la historia no había experimentado desde 1918. Ha sido toda una montaña rusa de la que no quisiera recordar detalles, pero sí quedarme con lo observado a nivel social. He visto gente que creía conocer bien, comportarse de maneras muy divorciadas de lo que en mi vida han representado, y así mismo he visto cosas pasar que pensé no eran posibles. En fin, mucho de lo que unos dicen y proyectan, hoy día se hace muy difícil disfrazar, pues sus valores personales reales al final dirigen sus acciones.
Existe un núcleo de valores principales que rigen a las familias y son el ancla a la cual se aferran sus miembros cuando se sienten perdidos, cuando no saben qué hacer, quiénes son, hacia dónde se dirigen. Se hace evidente que nos hemos desconectado de estos para dar paso a las oportunidades frescas que mucho prometen, pero nada construyen. Esto lo he visto en primera fila a lo largo de estas 5 décadas que agradezco haber vivido, pues al ver crecer hermanos, primos, hijos, sobrinos —desde el vientre hasta convertirse en profesionales— muchas son las señales de la importancia de compartir, inculcar y contar historias de ese núcleo que ha formado la familia a la que han llegado.
En su Carta Encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco reflexiona acerca de la sociedad actual y dichos valores, y llamó mucho mi atención el siguiente párrafo:
«Por eso mismo se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que di a los jóvenes: si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que solo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que solo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes».
Fuera de cualquier perspectiva política o económica, y más aplicando esto a nuestras vidas personales, creo de mucha importancia que volvamos al origen, a nuestra historia familiar, a conocer el camino recorrido por nuestros padres, abuelos y demás ancestros, y rescatar ese marco de acciones que los ayudaron a salir adelante. Devolverle el valor a esa sabiduría hecha a mano y sudor por ellos, puede ser un faro que nos ayude a llevar nuestro barco a puerto seguro tras la tormenta.
Claro, la evolución de la vida y sus avances nos dan el poder de construir nuevas historias más justas, menos opresivas, más favorables; pero en esta ocasión me refiero a preservar las bondades de una moral clara, un sentido de familia que empodere a sus miembros y busque su mejoría continua y su integración. Así podremos mantenernos firmes cuando nuestras elecciones sean retadas y cuestionadas hasta por nosotros mismos, cuando nos encontremos en situaciones con la tentación de dejar de lado los valores, pues sabremos que lo que nos roba la paz no es buena elección para nosotros. Así también, podremos ser inspiración para aquellos que han crecido en familias desprovistas de ese marco de valores centrales y deseen construirlo para las generaciones venideras.
Estamos viviendo en una sociedad que nos acerca virtualmente, pero nos separa en corazón. Perder el sentido de la historia nos hará repetir errores; quizás de maneras más modernas, pero errores al fin. Que nuestros antepasados se hayan equivocado, no quiere decir que las generaciones actuales estén en lo correcto, pues los patrones de comportamiento que no se sanan se traspasan a los que vienen creciendo; y este círculo se rompe solo con tomar conciencia.
Rescatemos la curiosidad