Así que, Fernando, después de todo lo que te acabo de contar, creo que los israelitas tuvieron que contar con algo más que sus trompetas para poder entrar en Jericó[3].
Otras perspectivas
Así da gusto enterarse de cómo funciona el sonido, Ana. Sin embargo, he de confesarte algo: el texto que te he sugerido de Josué no es el que más me gusta. El tema de la conquista de la tierra de Palestina ocupa un lugar importante en las tradiciones de Israel. Precisamente, la interpretación belicista del libro citado no es por ello mi favorita –aunque para hablar de «armar lío» y de «hacer ruido» sea genial, de cine, sacando a colación tu imagen del sonido–. Hay otra visión pacifista en la que los fundadores de Israel, unos pastores trashumantes, se van quedando de un modo pacífico, poco a poco se van asentando en la tierra de Canaán (cf Gén 12-35). De esta manera se van convirtiendo en dueños de la tierra. También en la Biblia encontramos una posesión de la tierra que vino por la vía de la revolución social –o sea, que este tipo de revoluciones no son tan recientes como a veces podemos pensar–. Esta perspectiva la podemos contemplar en el libro de los Jueces y en otros textos, como cantos de victoria, del principio de la historia de Israel[4].
El capítulo 6 completo de Josué es el más conocido del libro. Resulta ciertamente inolvidable. Uno se lee lo de las trompetas con la consiguiente caída de la muralla, y ya no se le olvida jamás. Queda impreso en la memoria, como esas oscarizadas películas que despiertan ampliamente lo mejor de nuestra creatividad. Lo que sucede es que es un pasaje litúrgico no científico. Leyendo el texto podemos imaginarnos el arca llevada en procesión, las vueltas en riguroso silencio, el estruendoso toque de las trompetas… Josué comenta en realidad el sentido teológico de esta versión litúrgica del hecho. Ese sentido es que el pueblo encontró una tierra y sintieron la cercanía, compañía y el cuidado de Dios. Eso es lo realmente maravilloso, más que el hecho de que las trompetas derribaran o no la muralla. Porque resulta que, a través de los datos de la arqueología, podemos saber que en aquella época Jericó no tenía murallas ni estaba habitado. Así que llevas razón, Ana, seguramente lo de las trompetas no sucedió: hubiera dejado sordo al pueblo santo y a sus enemigos, pero lo que sí sucedió es esa relación maravillosa entre Dios y su pueblo. La Biblia es precisamente el libro de la tierra prometida, lugar de vida y de plenitud para la humanidad.
Mucho se ha escrito sobre este famoso capítulo. De hecho, ha habido autores medievales que han leído de manera simbólica este pasaje. Ahí han visto en los muros de Jericó las fuerzas del mal; en las trompetas, la fuerza y la pasión de la predicación de los apóstoles y otros detalles curiosos[5].
Dejando de un lado ya a Josué y sus trompetas, creo que este asunto del sonido da para mucho. En la Escritura encontramos los más variados cánticos e himnos. Algunos ejemplos:
En Nehemías 12, 27-47 se narra cómo en la dedicación de la muralla de Jerusalén hubo música, fiestas de alabanzas con cánticos, címbalos, salterios, cítaras, cantores y trompetas; y cómo el pueblo de Dios cantaba los coros y usaban instrumentos musicales de David.
En los salmos brota continuamente la alabanza a Dios: «Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas: tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro rey, tocad» (Sal 47,6-7).
En el Apocalipsis, con un lenguaje marcadamente simbólico, se describe una adoración celestial con arpas donde se menciona la letra de un cántico celestial: «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos cayeron sobre sus rostros delante del Cordero, teniendo cada uno arpas, y cuencos de oro llenos de perfumes, que son las oraciones de los santos y cantaban un cántico nuevo, diciendo: “Tú mereces recibir el libro y abrir sus sellos; porque tú fuiste degollado, y con tu sangre adquiriste para Dios hombres de todo linaje, lengua, pueblo y nación; hiciste de ellos linaje real y sacerdotes para nuestro Dios, y serán reyes en la tierra”» (Ap 5,8-10).
Pero si hay algo que me ha maravillado es imaginarme los coros de los ángeles, porque a veces hay determinados coros en la tierra que nos despistan en la alabanza celestial. Seguro que ángeles y arcángeles no necesitan siquiera ensayar. ¡Qué arte!
«¡Señor cura, no se le oye!»
Pues fíjate que a mí los coros también me han llamado siempre la atención, aunque creo que por motivos bien diferentes a los tuyos. Una vez, hace años, estuve en Praga y asistí a un concierto de música clásica en la iglesia de San Nicolás. Bach y Haendel. El evento fue espectacular, no solo por la calidad de la orquesta, cuyo nombre no recuerdo, sino también por la grandiosidad del lugar.
Y estando allí, me dio por pensar en la acústica del templo. ¿Tú sabes la cantidad de veces que le llega un mismo sonido a un espectador? ¿O que la voz del sacerdote puede llegar perfectamente a unos sitios muy alejados y con mucha dificultad a otros más cercanos?
Si nos ponemos a hablar de acústica debemos conocer dos cosas muy importantes. La primera es que el sonido viaja a través del aire, y cuando encuentra algo en su camino puede rebotar y volver al aire o ser absorbido por el material del obstáculo. También puede ocurrir que el obstáculo absorba solo una parte y el resto rebote, repartiendo la energía de la onda original.
La segunda es que cuando el sonido rebota contra una pared u objeto lo hace manteniendo el ángulo de incidencia. Eso significa que si llega de frente a una pared volverá a salir de frente, pero en dirección contraria. Si llega inclinado por la derecha a la misma pared, saldrá con la misma inclinación, pero hacia la izquierda.
Cuando un foco, ya sea una persona hablando, un instrumento musical o un coro, emite sonido, este se propaga en todas las direcciones. Habrá ondas que lleguen directamente al espectador y otras que vayan a parar a las paredes del recinto. Las que lleguen a las paredes rebotarán y parte alcanzarán a los espectadores y parte volverán a rebotar. Como las ondas sonoras pierden potencia a medida que se desplazan, llegará un momento en que la falta de energía hará imposible que sigan rebotando. Así a cada espectador le llegará el sonido directo del foco, con una energía variable dependiendo de la distancia a la que se encuentre, más el sonido rebotado de las paredes, tantas veces como la energía de la onda sonora lo permita. A estos sonidos rebotados se les llama reverberaciones.
Cuando el recinto tiene mucha superficie de paredes lisas y pulidas las reverberaciones se multiplican. Si el foco deja de emitir sonido la gente sigue escuchándolo por un espacio de tiempo. La presencia de materiales como el corcho o las telas de las cortinas minimizan estas reverberaciones porque absorben buena parte de la energía de las ondas sonoras, haciendo que la parte reflejada no alcance de nuevo al espectador.
Las reverberaciones pueden ser buenas o malas según la naturaleza del foco emisor. En un concierto de órgano aportarán plasticidad y grandiosidad a la música, sin embargo en uno de jazz harán que se pierda el ritmo. Si se trata de una persona hablando, un exceso de reverberaciones mezclará unas palabras con otras, dificultando el entendimiento del discurso.
El rebote del sonido no solo produce reverberaciones. También es el responsable de la aparición de zonas de máxima intensidad sonora y de puntos sordos. Hemos dicho hace un momento que las ondas rebotan con el mismo ángulo que inciden, y este ángulo dependerá de la forma de las paredes. En un recinto rectangular con techos horizontales el sonido llegará por igual a todos los rincones. Pero ¿qué ocurrirá si tiene forma de estrella y techos abovedados? Seguro que hay puntos en los que el sonido, por muchas reflexiones que sufra, no pasa nunca y, sin embargo, habrá otros a los que parezca tener especial cariño. Las zonas curvas, tanto en techos como en paredes, son las más conflictivas. Por la naturaleza de su geometría tienden a