LA EXPIACIÓN 213
DE SUS CUADERNOS 216
NOTAS SOBRE LA SEMANA SANTA 216
PARA VIVIR LA SEMANA SANTA 225
LA AGONÍA DE GETSEMANÍ 230
NOTA SOBRE EL SALMO MISERERE 255
CHARLAS: SEMANA SANTA 258
DE SUS PREDICACIONES 279
HOMILÍA JUEVES SANTO 1983 279
CONSIDERACIONES SOBRE LA LITURGIA DEL VIERNES SANTO 286
HOMILÍA VIERNES SANTO 1983 289
VIGILIA PASCUAL 295
DOMINGO DE RESURRECCIÓN 301
DE SUS CUADERNOS 327
NOTAS PARA RETIRO DE PENTECOSTÉS 1979 327
RETIRO ESPIRITUAL EN LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS 1981 334
NOTAS RETIRO VIGILIA DE PENTECOSTÉS 1982 338
DE SUS PREDICACIONES 341
EL ESPÍRITU SANTO: PERSONA DIVINA 341
EL DON DEL ESPÍRITU SANTO 367
INTRODUCCIÓN
«RESONANCIAS DE UN DIARIO»
Así me gustaría introducir estos escritos del Venerable José Rivera sobre la liturgia y su vivencia que la Fundación José Rivera desea publicar. Vienen a recoger —aunque enriquecidos con otros textos— aquellos primeros Cuadernos sobre los diversos tiempos litúrgicos publicados no mucho después de su muerte. Y que nacieron precisamente como las primeras sorpresas ante el hallazgo de un Diario, escrito del Venerable, que sorprendió a todos, propios y extraños, por su volumen y su transparencia espiritual.
Quien tenga ocasión de acercarse a su Diario constatará que estos textos son resonancias del mismo, en el que refleja esplendorosamente su modo personalísimo de vivir toda su vida «pegado» a la liturgia de la Iglesia madre. Es decir, viviendo siempre al compás del año litúrgico de la Iglesia, fiesta tras fiesta de las que nos propone la liturgia, en la compañía y amistad de los santos que nos acompañan especialmente desde la propia liturgia. Y sobre todo, sabiendo vivir e iluminar todos los acontecimientos de la vida diaria y del ministerio sacerdotal desde el hontanar de la liturgia, que en su valor más profundo es Cristo resucitado y su Espíritu acompañando y fecundando nuestras vidas, en permanente camino de Emaús.
En el tesoro de la liturgia, el Venerable Rivera encontró siempre la ternura de Dios, que lo acariciaba y levantaba una y otra vez de sus desánimos y dificultades. Volver al agua viva de la liturgia era promesa de nuevas gracias y avances en el camino de la santidad siempre buscado y pretendido. Así, al compás de la liturgia, Dios supo hacer con él el camino de su personal historia de salvación. Comenzaba el año litúrgico y cada nuevo tiempo como quien estrena gracia, como quien se abre a la sorpresa del amor de Dios Padre, que en la liturgia gusta de despertar en nosotros la sed de él más fuerte y santificadora.
En un Sábado Santo, de esos ajetreados por la abundante predicación y entrevistas, acompañado por un fuerte dolor de cabeza que «se resiste a las cafiaspirinas», encuentra el momento de ternura divina «tan recalcada en estos días santos», en un detalle concreto:
«Ayer, un tanto al azar, en uno de esos momentos en que estás “haciendo tiempo”, tomé el libro Dios les basta, y lo abrí y topé con aquella frase —ya conocida— de santa Teresa de Lisieux: “Hermana mía, usted quiere la justicia de Dios, y la tendrá. Porque el alma recibe exactamente de Dios lo que de él espera”. Salí llorando, porque en unos momentos en que tengo tan presente mi fracaso, me asegura cabalmente el éxito. Pues, esto es cierto, siempre he esperado de Dios el amor sin más, y lo he esperado en circunstancias, diríamos, desesperantes. Y por ello estoy seguro de recibirlo. Exactamente eso, pero en abundancia infinitamente mayor» (Diario, p. 56).
La liturgia es para don José, junto con la Palabra de Dios, la fuente principal de la vida cristiana y la fuente de todo el vivir del hombre, de la sociedad, de la Iglesia y del mundo. Como el hontanar donde el hombre de fe, que vive del misterio, sabe encontrar siempre nuevas gracias. Es incesante su preocupación por encontrar en la liturgia, sobre todo en la eucaristía, el texto o el momento que ilumina la tarea y la acción concreta, la circunstancia y la prueba que el amor de Dios nos procura cada día y en cada momento. Don José contempla la Iglesia y el mundo, a cada persona con la que trata, como brotando del amor de las personas divinas, que se nos revela amor personal en la liturgia y también se nos comunica eficazmente.
Además, entraba en la liturgia, en el año litúrgico, como pastoreando y sabiendo llevar hasta el altar de la Palabra y de la ofrenda a cada uno de todos:
«Entremos yo y todos los que Dios me ha confiado en el Adviento. Tiempo de gracia peculiar. Esperemos realmente su venida, la arremetida especialmente intensa de su amor sobre nuestro egoísmo disimulado, disfrazado de mil modos. Y esperemos en primer lugar una intensificación de sus iluminaciones para discernir nuestros disfraces de sus confortaciones, para dejarnos desnudar de ellos» (Diario, p. 273).
Así, con frecuencia comentaba esperar más —infinitamente más— de la liturgia, de un tiempo litúrgico fuerte, que de todos los planes pastorales juntos.
El comienzo del año litúrgico es actualización de grandes promesas y gracias por parte de Dios. Abre el horizonte de nuevas gracias, de nuevas acciones de Dios, como una historia de salvación renovada. Frente a esas gracias, don José responde siempre dejándose avivar y espolear en la esperanza cristiana.
El año litúrgico es como el ámbito de vida, celebración y ministerio que le envuelve en su santificación y en su vida sacerdotal. Estima continuamente que es bueno apreciar los «lugares sagrados», pero no menos los «tiempos sagrados». Y por eso se siente en todo momento cuidado por la liturgia, por el tiempo litúrgico, por las fiestas, por la celebración: es la expresión, para él, más sublime del cuidado providente de Dios Padre, que en Cristo y por su Espíritu vuelcan sobre el mundo y la Iglesia su gracia a través de la liturgia.
Además gustaba de testimoniar en la predicación y en la vida que la liturgia es para todo cristiano fuente del agua viva del Espíritu que se nos da abundantemente, como torrentera, para fecundar toda nuestra vida, y para él, sobre todo, su santidad y su ministerio sacerdotal. A muchos sorprendía que don José no «preparaba» inmediatamente las homilías o las charlas, pero todas brotaban en él especialmente enriquecidas por la liturgia celebrada, vivida, saboreada largamente en la contemplación y el estudio. Y hemos constatado todos que, a partir de su vuelta a Toledo, en los comienzos del pontificado de don Marcelo, avivó el gusto de la liturgia con retiros en los tiempos litúrgicos fuertes, con la recomendación del Misal litúrgico para todos, con la invitación a la vivencia de la misa diaria. Ciertamente lo hacía desde el estudio orante de los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo los que se refieren a la Palabra de Dios y la liturgia.
Me gustaría subrayar solamente algunos matices de toda la riqueza que presenta su testimonio y su vivencia constante de la liturgia:
1.- Vivir la realidad
Vivir de la realidad personal, que es Dios, que es la Trinidad, es la obsesión santa de don José Rivera. Y por eso le hemos conocido tan sensible a lo personal, a lo sobrenatural y, por contra, rechazando todo lo que es mentira, apariencia, espectáculo, falsedad, hipocresía, mediocridad…