Sin embargo, en el siglo XVI persistieron las explicaciones o las ignorancias medievales en cuanto a la vejez, aunque creció el interés en su estudio. Ambrosio Paré, el cirujano, tomó de nuevo los postulados de Galileo y dividió la vida en periodos exactos, más por características morales que por aspectos fisiológicos. La Escuela de Montpelier reprodujo la teoría de la evolución de los humores, la Escuela de Padua habló de transpiraciones insensibles que causan las enfermedades y, en ausencia de comprensiones o explicaciones acerca de la vejez y el envejecimiento, los médicos se dedicaron a buscar recetas que protegieran contra esos humores. En consecuencia, los regímenes de salud se popularizaron y entraron en boga, por ejemplo, el Tratado de la vida escrito por Cornaro en 1558.
Otra reconocida teoría del envejecimiento data del siglo XVI cuando Sartorio planteó la hipótesis de la pérdida del poder de regeneración, para explicar el envejecimiento. En su libro De la médicine chifrée, publicado en Venecia en 1614, plantea que la explicación de las diferentes enfermedades que aquejan a los ancianos se debe buscar en la incapacidad del cuerpo para reparar los daños que sufre, en la lentificación del metabolismo y en la disminución de la sudoración. Posteriormente Francis Bacon retomó este concepto en muchas de sus obras.
Existen otras teorías que atribuyen el envejecimiento al ataque de ciertos órganos específicos. La involución del sistema cardiovascular ha sido mencionada por muchos, pero fue Laurens quien desde 1597 se dedicó a desmentirla. El citaba la hipótesis de autores griegos y egipcios que pensaban que el envejecimiento se debía a un adelgazamiento del corazón, órgano mítico que contenía la “energía vital” del ser. Esta hipótesis fue rechazada por sus trabajos de necropsia que mostraban que el peso del corazón estaba aumentado en una gran cantidad de individuos después de la muerte. En el siglo XIX ya no se consideraba que el corazón fuera responsable del envejecimiento, sino que se creía que este hecho se debía a las arterias.
En el siglo XVII aparecen las primeras críticas a las teorías de los humores. A partir de los estudios de la hemodinámica (Harvey, 1578-1657) se inicia una explicación mecanicista de la vejez. Descartes está de acuerdo con Harvey en que el cuerpo humano es diferente al alma y que obedece a las reglas de la mecánica. Esta teoría se extendió y dominó el panorama durante muchos años. Sin embargo, la definición y las explicaciones de la vejez continuaron siendo imprecisas y la terapéutica no progresó.
A Morgagni, médico de Padua (1682-1771) se le atribuye la demostración de la correlación entre los síntomas clínicos y las observaciones al examinar el cuerpo. En 1761, consagró a la vejez una enorme sección de su Tratado de las enfermedades. Sus sucesores introdujeron la vejez dentro de las teorías biológicas, de las cuales la más conocida es el vitalismo, que considera el envejecimiento y sus manifestaciones dentro de un orden natural caracterizado por la disminución de la fuerza vital inicial de cada individuo, concepto similar al postulado por Galeno. Dentro de esta corriente, la medicina permanece expectante, no actúa, por tanto, no propone ni diagnósticos, ni terapéutica.
La teoría del envejecimiento por involución anatómica fue desarrollada por Lobstein (1777-1835) quien fue el primero en describir las lesiones de la arterioesclerosis. Él concluye que es la obstrucción progresiva de las arterias la responsable del envejecimiento. Sin embargo, existe otro órgano que ha sido considerado como la causa del envejecimiento: el cerebro. Desde el siglo V antes de nuestra era, con Alcmeón de Crotona y, después, a todo lo largo de la historia, se la ha atribuido al cerebro la responsabilidad del envejecimiento, esto pareció confirmarse en el siglo XIX con el descubrimiento de la atrofia cerebral y la acumulación de lipofucsina en las células cerebrales. La lipofucsina es una substancia neutra que se acumula en las células a medida que se envejece.
Es importante recordar que las hipótesis basadas en la involución glandular, especialmente de las glándulas sexuales, fueron muy populares y se remontan a la antigüedad. De estos postulados nacieron numerosos tratamientos basados en la ingestión de glándulas o de extractos de glándulas, en forma de polvos o de inyecciones (hormonoterapia). Ciertos métodos de rejuvenecimiento en la antigua China estaban basados en la absorción de extractos testiculares de diversos animales o en el consumo de sangre fresca de jóvenes decapitados o aun de la leche de mujeres jóvenes. A lo largo de la historia, y aún en la actualidad, las terapias hormonales tienen muchos adeptos. El desarrollo de las técnicas modernas en biología ha permitido incluir otras hormonas y tejidos en el proceso de envejecimiento: la hormona de crecimiento (Evans y Long, 1921), las gonadotrofinas (Smith, Zondej y Ascheim, 1927) y el timo (Sir Mac Farlane Burnet, 1974).
En realidad, durante largo tiempo se ha confundido causa y efecto en el envejecimiento. Aunque el corazón y el cerebro cambian, esto no significa que sean la causa del envejecimiento. En cambio, el deterioro de ciertos sistemas biológicos acentúa el envejecimiento de una parte o de la totalidad el organismo, sin ser la causa primaria.
La teoría de la sobrecarga tóxica es tan antigua como la anterior. Consideraba el envejecimiento como la consecuencia de una intoxicación progresiva de origen endógeno o exógeno. Esta idea fue presentada en numerosas obras tanto de la Edad Media como del Renacimiento, por ejemplo, en las obras de Paracelso. El descubrimiento de depósitos de lipofucsina en las células cerebrales por Mulhmann en 1900 pareció confirmar esta teoría. En 1902 Metchnikoff planteó la fabricación de toxinas responsables de una intoxicación progresiva del organismo por gérmenes contenidos en el sistema digestivo, estas toxinas conducirían a la atrofia del sistema nervioso central, a la senilidad y a la muerte.
La edad del racionalismo y la Revolución Industrial trajo un nuevo paradigma, el mecanicista, que explicaba el cuerpo como una máquina, sujeta a uso y desgaste. Darwin definió el envejecimiento como una pérdida de la irritabilidad y disminución de la respuesta en los tejidos. Benjamín Rush hizo una aproximación a la fisiología del envejecimiento, puesto que en su obra describe la clínica de varias enfermedades y concluye que estas, más que el envejecimiento, eran las causas de la muerte. También se dice que la primera diferenciación de enfermedades propias del anciano se encuentra en el trabajo clínico de Jean Astruc, quien ejerció en hospitales de París y las dio a conocer en unas leçons redactadas en 1762, pero, por razones que se ignoran, sus estudios quedaron en el olvido.
Francis Bacon y Benjamin Franklin esperaban descubrir las leyes que gobernaban el proceso de envejecimiento para establecer después un rejuvenecimiento. Como se había dicho anteriormente, se buscaba evitar la “pérdida de energía vital” y trabajos como el de Hufeland (1762-1836) autor del Arte de prolongar la vida y de Darwin (1731-1802) lo confirman. Todos estaban convencidos que el envejecimiento no era más que el reflejo del consumo de un principio activo que se llamaba energía vital.
Otros autores consideran que las primeras investigaciones sobre las enfermedades de los ancianos fueron desarrolladas por Pinel quien en 1815 señaló la importancia de su estudio. Fue seguido por otros en Núremberg, Frankfurt y Berlín que fueron presentados a la academia de medicina en 1840. Todos estos trabajos atribuyen las enfermedades relacionadas con la edad a modificaciones anatómicas o fisiológicas del organismo, la misma orientación del Atlas de anatomía patológica de Cruvelhier publicado en 1828.
En el transcurso del siglo XIX, los cambios sociales impuestos por la industrialización, con el incremento en la esperanza de vida fruto de conquistas médicas y del acceso de la población urbana y campesina al disfrute de algunos privilegios que hasta entonces se reservaba una minoría, entre otros el de la ayuda médica, condujeron, aunados en su influencia, a cambios decisivos en la organización de las instituciones hospitalarias en las que iba a cumplirse una actividad profesional, médica, acorde con el nivel científico alcanzado. Así, en el siglo XIX, basados en la investigación experimental, muchos autores ampliaron el conocimiento sobre el proceso de envejecer, Burkhard Seiler, a partir de disecciones post mortem publicó un tratado de anatomía del envejecimiento. Carl Cansta en Alemania y Clovis Prus en Francia publicaron descripciones sistemáticas de enfermedades de la vejez.
Probablemente