Poeta canónico
Sobre los poemas del Arcipreste Oleg Stelman
Hoy en día es difícil encontrar poesía que remita a los tiempos del Siglo de Oro, cuando el verso extravagente al estilo de Derzhavin con su mesura tónica reinaba en el firmamento poético. Toda la obra de Oleg Stelman hunde sus raíces ahí, en la época de las odas clásicas y los niveles más altos de concentración poética filosófica. Al mismo tiempo es curioso que no que no se sospeche de la imitación o de la estilización deliberada.
Es uno de esos poetas que se expresan de forma muy orgánica, sin afectación ni búsquedas artificiales. Esto hace que su escritura artística sea sencilla y hermosa. En la estructura estándar de su verso, en la acuñación de rimas y formas de palabras consigue encontrar flexibilidad sintáctica y dar a los versos una correcta afición rítmica. He aquí un ejemplo del poema «Rusia está viva»:
La multitud de santos en batalla espacial
Con coronas de honor en sus cabezas
Están luchando por Rusia contra el mal
Guiados por el Zar hacia nuevas altezas.
El tema, más bien declarativo y directo, se ve aquí en una faceta precisa del canon poético, y de ahí que su efecto dirigido sólo se intensifique.
Es muy interesante una paráfrasis poética del famoso «Internacional». Este poema Stelman lo llama «Internacional espiritual». A pesar de lo arriesgado de la intención, el autor consigue el efecto que desea. El poder de la canción revolucionaria es sinérgico con sus pensamientos de hermandad y la unidad de todas las personas en virtud de la bondad y el perdón:
Nadie nos dará la redención,
Ya no es espíritu ni el actor.
El Señor enviará su salvación
A los que viven en amor.
En el poema «El cocinero», Stelman se adentra en el camino espinoso de la poesía narrativa. Esta es una de las pruebas literarias más difíciles: si puedes formar un argumento comprensible en una alternancia de cuartetas, eres un maestro. Stelman lo consigue, aunque el tema y las imágenes que adopta no son sencillos. Aquí hay historia humana, y un fondo de recuerdos del autor, y cuestiones de fe y oración por los fallecidos. El poema es bastante largo pero va, como se dice, al grano. Y lo más importante es la pureza de la instancia, que es uno de los factores fundamentales de la forma.
El ciclo de poemas «Hablemos de la verdad» es una obra de monumentalidad poética. Para el autor no sólo es importante crear un conjunto en una serie de pasajes poéticos, sino también demostrar que su modo de comprender el mundo tiene derecho a existir. Dentro del ciclo, el autor crea un sistema de oposiciones semiológicas y construye series semánticas, desarrollándolas tanto semántica como entonadamente. Como resultado, varias capas filosóficas que se complementan y enriquecen mutuamente viven simultáneamente en el ciclo según las leyes del tiempo poético.
El poema «Reflexión ante el retrato de Nicolás II» no sólo revaloriza las posibilidades que esconde este género, sino que aclara mucho la visión del mismo autor y nos permite convencernos de su habilidad. Al principio del poema, Stelman hace un retrato de Nicolás con trazos ascéticos, pero muy precisos y psicológicos:
El retrato hecho con pintura gris,
De forma simple y cariñosa,
El Zar vos mira como padre. Dirigís
Miradas a su postura tan endiosa.
Uniforme de gala, cordones militares,
Galardones, placas de honor,
Los himnos y canciones titulares…
Pasó el tiempo ganador.
Es como si un rostro familiar, el rostro de un santo, nos estuviera mirando. Hay tanta armonía aquí que uno quiere releer estas líneas sin parar. El autor crea una constante de toda la obra, una exposición, un impulso. Y luego evalúa todo lo que sucedió en Rusia por la muerte de Nicolás II, la catástrofe diabólica que le sucedió al país y a cada ciudadano, que traicionó al ungido de Dios.
En un instante, el orgullo
Se apoderó de multitud,
Un hijo santo, en barullo,
Perdió su mente en solitud.
Fue matado el juramento,
Surgió engaño y dolor,
Muerte, fallo, sufrimiento
Está en todo esplendor.
Gentío rugiente y ardiente,
Ansiado por poder vivir
Sin Diós ni presidente,
Por su destino elegir.
La tensión crece en el poema con cada cuarteta. El autor combina elementos del realismo poético con la fantasmagoría, y la imagen del zar, como un semblante, se eleva por encima del texto y sus personajes:
El Zar rogó: «No sean vengativos.
Soy yo quien asume la culpa.
Sólo el Señor les deja vivos
Mis méritos y así me disculpa».
Reza con ojos llorosos:
«Perdona a los engañados,
Encantados por bienes lujosos,
Perdona a todos alzados».
Para Stelman, la fuerza radica en el perdón, en la alteza del espíritu, no en la búsqueda de culpables ni en la venganza. Sabe que nada es más importante que la fe. Y su capacidad de persuasión es impresionante:
Insensatas las lecciones de historia.
Pero nos asciende el amanecer.
Guardando al Señor en su memoria,
Recordarán a zar de Rusia al atardecer.
No hay fruta sin rabillo.
Tal como dice el Señor:
Dejemos campo sin rastrillo
Hasta el juicio, a lo mejor.
Todo el poema está escrito en verso yámbico cuadrangular, pero se ha evitado la tentación de una simetría excesiva. El verso es flexible, narrativo hasta cierto punto, pero lleno de imágenes. Y, lo que es más importante, que en cada línea el Señor vive y brilla con su verdadero poder libre. Y todo ello, repito, sin un afán destructivo de experimentación, en el marco de la milagrosa estética del clasicismo ruso, que, quizás, es la única que tiene una posibilidad real de resurgir.
Maksim Adolfovich Zamshev, redactor jefe de Literaturnaya Gazeta
Poesía
En pesebre
En el pesebre lleno de amor
El Dios nonato llega a nacer.
Prepara todo el interior
Para lo divino proteger.
Con su amor nos quiere abrazar.
En su aspecto es de igual
A un amigo o un familiar,
Nuestro padre espiritual.
Él tiende manos hacia ti
Para ser un solo porvenir
Del claustro materno y así
Hasta el día de morir.
Entrando en el río de Jordán,
Asume los pecados de nación.
Quizás un día le dirán:
Hemos hallado salvación.
Nos hace todo sin pedir
Ningún favor a trueque.
Debemos