Tejer la palabra, tejer vida, tejer sentido colectivo, grupo, red, también familia es construir significado a una existencia hoy marcadamente individualizada, enrutando muchas de las respuestas aquí recogidas: “Ser alguien para alguien”, “tener vínculos significativos”, “valer para la sociedad”, “valer por ser quien soy” son respuestas esperanzadas de cambio y entendimiento de las propias vidas.
Sufrimiento emocional profundo
El sufrimiento nos sitúa en la dimensión de la experiencia de un daño físico, emocional o moral, daño que conlleva sentimientos de dolor. Se le asimila a padecer penas, agravios, injurias o injusticias; pero sus acepciones también remiten a soportar, a tener paciencia, a tolerar algo nocivo. No podemos olvidar al sujeto sufriente, pues al tratarse de un sentimiento implica a un sujeto que, más allá de sentir como pura percepción ese daño doloroso, lo significa, le da sentido a su sentimiento y a las emociones o afectos que desencadena. Desde esta perspectiva, el sufrimiento es propio del ser humano. No podemos negar el sufrimiento de los animales; ellos perciben y frente a sucesos y percepciones sienten dolor y lo guardan en su memoria para defenderse de vivencias similares; pero a diferencia del ser humano, no significan, no interpretan y no historizan lo vivido, no asumen una posición subjetiva frente a las experiencias placenteras ni a las dañinas.
Nuestra condición simbólica, de seres hablantes y de lenguaje, que nos permite soñar, crear, volar, construir ilusiones e ideales y vivir más allá de nuestro mundo real, nos hace a la vez experimentar dicha o sentirnos infelices. Al significar y dar sentidos a aquello que vivimos, a los amores y desamores, a las acogidas, los abandonos o maltratos del semejante, fluctuamos entre la felicidad y la desdicha, y, según la historia de cada quien, dominará uno u otro sentimiento. Sin embargo, ante las vivencias felices y las que causan sufrimiento, en muchas ocasiones tienden a dominar las ligadas al dolor.
Freud (1990), en su texto El malestar en la cultura, se pregunta por la dificultad del ser humano para conseguir la dicha. Al respecto, señala tres fuentes generadoras de nuestro penar:
[…] la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan nuestros vínculos recíprocos entre los hombres (y mujeres) en la familia, el Estado y la sociedad. Respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación. […] Diversa es nuestra conducta frente a la tercera fuente de sufrimiento, la social. Nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no harían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos. […] gran parte de la culpa de nuestra miseria la tiene la cultura; seríamos mucho más felices si la resignáramos y volviéramos a encontrarnos en condiciones primitivas. (p. 85)
La cultura, organizada también por el lenguaje, genera saberes e introduce ideales y ordenamientos que regulan las formas de relación y de vínculo social, estableciendo modos de comportamiento, ideales, límites, prohibiciones y permisividades. La cultura eminentemente social es lo que humaniza. Inicialmente exterior, la cultura es asumida por cada ser humano, incorporándola de modo singular y propio en lo más íntimo de su subjetividad. El lenguaje funda la cultura y también el pensamiento, quedando estos dos últimos estrechamente ligados: “las categorías del pensamiento son tributarias de las categorías de la lengua, es decir, de la organización de los signos y símbolos que la fundan” (Le Bretón, 1998, p. 10).
¿Y por qué la cultura nos trae tanta desdicha? Los ideales, forjados las más de las veces inalcanzables, generan grandes frustraciones; muchos deseos son prohibidos, los límites y exigencias en ocasiones se tornan insoportables. Por otra parte, el lenguaje, creador de la cultura, a la vez elemento esencial y su producto, brinda un sinnúmero de posibilidades de creación, pero simultáneamente es fuente de malentendidos entre los seres hablantes. Muchos de los saberes que introduce son dolorosos: el saber de la muerte, de la enfermedad, del accidente, del desamor, de la injusticia, y la confirmación de estos, por nombrar algunos. Se adiciona el desengaño, la dificultad y el desencuentro entre los sexos, y, más allá de estos, el desencuentro en cualquier relación y de cada mujer u hombre consigo mismo.
Examinar el sufrimiento exige revisar la propia historia, compromete nuestros recuerdos, nuestros fantasmas, nuestras vivencias; demanda
la travesía de nuestras vidas con lo que ellas conllevan de trabajos, encierros, golpes y riesgos de muerte, injusticias y peligros incontables […] [lo vivido] deja trazas indelebles. Sin hablar del resto, de las preocupaciones de la vida cotidiana, de nuestra impotencia para aliviar las miserias, y la debilidad que nos habita. (Vasse, 1985, p. 11)
El sufrimiento emocional se vincula con un desgarramiento subjetivo, rasgadura que surge cuando llega un dolor inesperado, o cuando se instala uno paulatinamente, un dolor psíquico o moral, que necesariamente compromete el cuerpo o es derivado de un padecimiento físico; deviene también cuando se viven sucesos que contrarían lo deseado. La pérdida o descomposición de la imagen, de su valor, ante los otros o ante nosotros mismos, suman en sufrimiento y en angustia. La pérdida de un ser querido, una ruptura amorosa, el abandono, la soledad, el desamor, cambios repentinos e inesperados de la vida, el aislamiento social, la culpabilidad y, en general, toda vivencia desgarradora causa grandes heridas, dejando cicatrices subjetivas que marcan un antes y un después en quien las vive. Son experiencias generadoras de cortes que transforman el tiempo y el espacio de alguien, lo detienen en su penar, achican su horizonte y en muchas ocasiones lo llevan a aferrarse a su congoja, olvidándose de vivir y de los gozos que la vida trae.
Aunque tiene sus determinantes sociales y cada cultura y época tiene sus modos de vivir y de enfrentar el sufrimiento, este es ante todo subjetivo, así como la felicidad también lo es; ambos se viven subjetivamente y, por tanto, son hechos singulares. Un mismo suceso o vivencia es significada de modo diferente por personas distintas: mientras que para una puede ser algo banal, para otra es un signo o evento trágico. Es importante la lectura que se hace de la situación, y con esta, la interpretación y la significación puesta en la experiencia. La conciencia del sufrimiento convoca al sujeto, lo interroga, le pregunta por su deseo, situación que le exige su escucha.
Así, reconocer al sufrimiento causante de preguntas para algunos o algunas puede ser una ocasión de crecimiento, de construcción de fortalezas y de situarse de un modo distinto frente a la vida, de darle un nuevo sentido. Sin embargo, este modo señalado de relacionarse con el sufrimiento requiere del acompañamiento, del soporte y sostén de otros, que le permitan, a quien se siente perplejo y desgarrado, una travesía, aunque dolorosa, fructífera, y así encontrarle sentido a su sufrimiento para poder transformarlo.
Resaltar la subjetividad y singularidad del sufrimiento no impide también situar concepciones o explicaciones generales que se encuentran acerca de este. Su relación con sentimientos, emociones o afectos negativos lleva a que desde algunas perspectivas se le asocie con aspectos psicopatológicos y como deterioro de la salud mental. Por supuesto que el sufrimiento incide en la situación de la salud psíquica, pero al ser parte de la vida y al permitírsele su elaboración, su sentido y “sano” enfrentamiento, será aceptado como parte de los avatares que implica vivir y podrá ser tomado como una experiencia vivificante. Solo podrá vérselo como enfermizo cuando hay una detención en él, cuando al predominar este sobre todos los otros aspectos de la vida, esta se paraliza completamente y en periodos prolongados, recreándose el sujeto en su sufrimiento y, en ocasiones, regodeándose en él. Asimismo, la causa del sufrimiento, el tipo de acontecimiento y el grado de trauma vivido pueden generar un sufrimiento indecible que se vincula con la enfermedad.
Las condiciones de una sociedad y el tipo de vínculos que en ella se establecen, también pueden acarrear más o menos psicopatología. Una sociedad como la nuestra, la colombiana, en la que pulula la violencia intrafamiliar y social, el abuso, el maltrato, la