Como bien advierte la filósofa española Concha Roldán, en filosofía (como en ciencia), el mensaje es claro: las mujeres son la excepción, no la regla.4 Eso significa que ni la filosofía (ni la ciencia) es lugar para ellas. Y como no es lugar para ellas, su contribución apenas merece una mención de ‘cortesía’ en los libros de historia de la filosofía, que son los mismos que después utilizará el cuerpo docente dentro del aula pedagógica donde se formará a las siguientes generaciones en filosofía y en historia de la filosofía, las que enseñarán y escribirán nuevas historias de filosofía basadas en las anteriores, replicando las ausencias. Se cumple, así, el ciclo del silenciamiento. No hago esta afirmación a la ligera: me baso en datos obtenidos del estudio de diecisiete obras historiográficas dedicadas al análisis de la filosofía en México publicadas entre 1943 y 2018.5 El siguiente es un ejemplo claro: once de las diecisiete6 obras no incluyen en su índice ni una sola filósofa, mientras que en las seis restantes la ratio hombre/mujer refleja una importante desigualdad numérica: 37/2, 62/9, 59/8, 20/2, 31/9, 16/1.7 Estas historias de la filosofía han privado a las filósofas de voz, de presencia y de identidad epistémica, esto es, de aquello que Miranda Fricker identifica como la “humanidad misma” de la persona.
El fenómeno constituye una injusticia epistémica, y bajo ese marco teórico es que habré de realizar esta crítica ética de la historia de la filosofía en México desde el punto de vista de género.
Probaré que la subrepresentación de mujeres en las historias de la filosofía en México no constituye un reflejo objetivo de la realidad – es decir, no se trata de un hecho histórico –, sino que es el resultado de un sesgo, de un prejuicio de género. Argumentaré que el sesgo no es una consecuencia histórica del bajo número de mujeres en filosofía, sino que el bajo número de mujeres en filosofía es una consecuencia del sesgo: en otras palabras, el bajo número de mujeres en filosofía no es una consecuencia del sesgo, sino que lo presupone.
No está de más aclarar algunos de los criterios con los que, luego de revisar varias historias de la filosofía, armé la lista de diecisiete libros que incluyo en este estudio. Primero que nada, acudí a diferentes fuentes bibliográficas, pero una que me resultó de gran utilidad fue la Relación Bibliográfica de Historias de la Filosofía en México. Obras impresas durante el Siglo xx y principios del xxi, del Prof. Juan Guillermo González Rivera (2016).8 Ahora bien, el listado del Prof. González Rivera contiene 96 obras –con algunas ausencias llamativas9–, pero una mayoría de ellas se ocupa de tiempos históricos que no resultan pertinentes a mi investigación (ceñida, como detallaré más adelante, al México de los siglos xx y xxi) y/o contempla temas como humanismo, cultura o pensamiento en términos generales, que caen fuera del propósito de este estudio. De cualquier manera, el gran esfuerzo del Prof. González Rivera por compendiar en una lista la historiografía filosófica de México debe aplaudirse por su gran utilidad. Debo agregar que consideré oportuno incluir historias de la filosofía que tuvieron más de una edición, entendiendo que esto quizá sería indicio de que fueron utilizadas como libro de texto, lectura obligada y, por tanto, formadora de opinión.
No me fue posible indagar en los propios criterios de selección de los/as autores/as de estas historias de la filosofía por la sencilla razón de que rara vez los hacen explícitos; en vez de ello, abandonan a sus lectores/as a su suerte y al aprieto de deliberar, a ciegas, sobre por qué incluyeron estos/as autores/as y no otros/as: ¿acaso hubo alguna valoración académica, siguieron la tradición o se dejaron guiar por sus simpatías personales?
La ausencia de un marco teórico explícito es un obstáculo metodológico para poder explicar, más allá de las especulaciones, por qué en el índice de once de estas diecisiete historias de la filosofía no figura una sola mujer, por qué a menudo tampoco se las menciona en el contenido o por qué incluso en aquellas en las que sí hay algunas filósofas, frente al número de colegas hombres en las listas la relación es tan desproporcionada. ¿Es que entre 1943 y 2018 no hubo filósofas con méritos académicos suficientes como para ser incluidas en las historias de la filosofía?
En términos filosóficos, deliberar sobre las intenciones no expresadas de un/a autor/a no tiene demasiado sentido: ¿cómo asegurar que se puede conocer lo que quisieron hacer? Por eso, mi propuesta es llevar a cabo un análisis de las obras desde una perspectiva de género, esto es, someterlas a criterios que ayuden a determinar si hay sesgo en dichas obras, lo que, eventualmente, haría posible determinar si sus autores/as pueden ser llamados/as a responder por las obras que escribieron o compilaron.
Sin embargo, aclaro que mi objetivo principal no consiste en deliberar en torno al espinoso –como he de mostrar en el capítulo primero de este estudio– asunto de la responsabilidad, sino seguir la huella de la injusticia epistémica cometida contra las mujeres filósofas en las diecisiete historias de la filosofía en México aquí sometidas a análisis. Sostendré que la confirmación de que en dichas obras en efecto se cometió una injusticia epistémica contra las filósofas ha de persuadir a sus lectores/as de dos cosas: la primera es la conveniencia de poner en serio cuestionamiento la validez ética y epistémica –y, desde luego, histórica – de esos libros; la segunda, y acaso más importante aún, es que resulta imperativo emprender una labor de conjunto, en tanto comunidad filosófica, en una dirección que permita hacer una reparación de daños y sentar las bases para una rectificación prospectiva de lo que ha sido una visión distorsionada de nuestra historia del pensamiento y las ideas, que no sólo empobrece nuestra autoconciencia histórica sino que no muestra, con objetividad y justicia, el papel que han desempeñado las mujeres en la filosofía en México. Dicho en otros términos, propongo que dejemos de considerar esas obras como reflejo de una realidad histórica e invito a historiadores/as, investigadores/as, instituciones educativas, docentes y alumnado a trabajar en historias de la filosofía incluyentes e inclusivas que verdaderamente nos hablen de la aportación de las mujeres y los hombres a la historia del pensamiento en México.
Puesto que me valdré para este examen del concepto de injusticia epistémica, en el Capítulo 1 rastrearé el origen del mismo mediante el análisis de una discusión entre la propia Fricker y las filósofas Michelle Moody-Adams y Cheshire Calhoun, debate que además arroja una interesante luz sobre algunas de las complejidades inherentes, precisamente, al tema de la responsabilidad moral.
Después de eso, haré una exposición más detenida del concepto de ‘injusticia epistémica’, para luego ampliar el modelo al caso específico de México, lo que llevaré a cabo en el Capítulo 2. El Capítulo 3, parte final de esta investigación, consiste en presentar conclusiones y en formular algunas sugerencias prácticas para revertir el silenciamiento al que la historia de la filosofía en México ha sometido a las filósofas. He tenido especial cuidado en ver que estas sugerencias sean aplicables de manera personal e inmediata tanto para quienes tienen a su cargo la formación de alumnado como para quienes estudian filosofía académica. Sé muy bien que la respuesta institucional resulta invaluable para consolidar los cambios, pero mientras ésta llega, podemos apurar el avance del progreso moral, como individuos y como filósofos/as, hacia una mayor equidad.
1 La versión en español de Editorial Herder, intitulada Injusticia epistémica, se publicó en 2017, pero el libro original en inglés, Epistemic Injustice: Power and the Ethics of Knowledge, data de 2007.
2 Esta afirmación se sostiene con base en la información oficial disponible al año de 2018 sobre la licenciatura en filosofía de los sitios web de las siguientes universidades: Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad Iberoamericana, Universidad del Claustro de Sor Juana, Universidad