Con los géneros he tratado de ser condescendiente y respetar la importancia que les atribuye el mercado televisivo: historiar sobre todo la telenovela; después el humor; luego los concursos, talk-shows y programas periodísticos. Me detengo en los programas y personajes más populares e influyentes. No creo que alguien objete estos desvíos animados por personajes tan atractivos como Kiko, Ferrando, Gisela o César Hildebrandt.
Agradezco inicialmente a los entrevistados. Algunos ya nos dejaron como Luis Álvarez, Augusto Ferrando, Kiko Ledgard, Pepe Ludmir, Pablo de Madalengoitia, Guido Monteverde, César Miró, Vlado Radovich y Eduardo San Román. Gracias también a Eduardo Adrianzén, Federico Alarco, Michelle Alexander, Carlos Álvarez, Fernando Ampuero, Isaac Aquise, Mauricio Arbulú, Cusi Barrio, Carlos Barrios Porras, Ricardo Blume, Augusto Cabada, Daniel Camino, Rodolfo Carrión, Luis Carrizales, Bianca Casagrande, Eduardo Cesti, Adolfo Chuiman, Hugo Chauca, Mabel Duclós, Julio Estremadoyro, Fernando Farrés, Jorge Ferreyros, Rafaela García, Doris García, Carlos Gassols, Nicanor González, Fernando Herrera, César Hildebrandt, Baruch Ivcher, Saby Kamalich, Mario Kaplún, Ofelia Lazo, Tulio Loza, Alberto Llanos, Arturo McKay, Jesús Morales, Remigio Morales Bermúdez, Mario Mori, Hugo Muñoz de Baratta, July Naters, Camucha Negrete, Juan Ojeda, Carlos Oneto, Franco Palermo, Delfina Paredes, Ángel Parra, Luis Ángel Pinasco, Humberto Polar, Augusto Polo Campos, Gustavo Quintanilla, Rulli Rendo, Manie Rey, Rodolfo Rey, Bernardo Roca Rey, Hernán Romero, Rafael Roncagliolo, Guillermo Rossini, Rómulo Rubatto, Fernando Samillán, Alberto Sánchez Aizcorbe, Sonia Seminario, Fernando de Soria, Augusto Tamayo, Antonio Tineo, Guillermo Ubierna, Osvaldo Vásquez, Julio Vera Abad, Sergio Vergara.
Sin ser entrevistados específicamente para este libro, han contribuido en las conversaciones que hemos sostenido Jaime de Althaus, Federico Anchorena, Jimmy Arteaga, Jaime Bayly, Jorge Beleván, Juan José Beteta, Laura Bozzo, Eduardo Bruce, Montserrat Brugué, Roxana Canedo, Hugo Coya, Rosana Cueva, Rolando Chumpitazi, Raúl Dávila, Gustavo Delgado, Genaro y Manuel Delgado Parker, Mónica Delta, Marco Aurelio Denegri, Maritza Espinoza, Mauricio Fernandini, Iván García, Guillermo Giacosa, Alejandro Guerrero, Eduardo Guzmán, Gilberto Hume, Luis Iberico, Baruch Ivcher, Francisco Lombardi, Nicolás Lúcar, Martha Luna, Iván Márquez, Mariela Massey, Humberto Martínez Morosini, Magaly Medina, Milagros Mejía, Miguel Mejía Regalado, Beto Ortiz, Domingo Palermo, Verónica Palomino, Carlos Paredes, Ernesto Pimentel, Giovanna Pollarolo, Benito Portocarrero, Gonzalo Quijandría, Gladys Robles, Raúl Romero, Ximena Ruiz Rosas, Patricia Salinas, Ernesto Schutz, Gisela Valcárcel, Cecilia Valenzuela, Mónica Vecco, Fernando Viaña, José Watanabe, Samuel Winter, Mónica Zevallos, entre otros. También agradezco a Enrique Zileri y a la revista Caretas por prestar su valioso archivo fotográfico, así como al archivo fotográfico de El Comercio y a quienes prestaron fotos que ilustran su paso por la historia de la pantalla. Gracias a los amigos que colaboraron de impensadas maneras y a mi madre. Finalmente, agradezco a las diversas instancias de la Universidad de Lima por las que pasó este proyecto convertido ahora en libro.
Sobre la segunda edición
No han pasado muchos años —apenas siete— desde la primera edición, pero sí ha pasado el más grande ampay de la precaria industria televisiva: la difusión de los vladivideos que provocó un trauma general en el gremio y una profunda desconfianza del público que ha afectado, irónicamente, más a la ficción que a la noticia. Además, hubo mucha telenovela corta y miniserie larga, remedo, bronca, homenaje forzado, reporte duro y reality amañado.
A todo eso he pasado revista, deteniéndome rápidamente para no perder el ritmo acelerado, en algunos programas y en los monstruos que los animan. El empleo de este término no es injuriante, es asombro ante la capacidad dramática y la chispa de sus estrellas, y es también solidaridad con la masa que desconfía y empieza a dar señales de capacidad organizativa para reclamar reformas de contenido.
Verán, pues, que mi acercamiento al aparato es ambivalente como las mejores horas de nuestra tele, y que más que una proximidad ocasional es un seguimiento constante a la pantalla, que desde noviembre del 2003, tras dejar la revista Caretas, lo he continuado, en El Comercio. En el diario, el intenso ritmo me hizo reducir mi paseo por el medio pero incrementé mis entregas, a tres y hasta cinco columnas semanales. Por eso, para el capítulo 9 aumentado en esta segunda edición, más que observaciones in situ y entrevistas en persona, abundan llamadas telefónicas a amigos de la pantalla y amables figuras de esta. La memoria del medio suele ser frágil e imprecisa, pero la disposición para contribuir a un recuento y reflexión histórica es grande. (Eso sí, no puede ser del todo reconocida pues algunas revelaciones de los últimos años se deben a fuentes que no pueden ser citadas. Por esa razón, hacia el final del libro hay muy pocas notas a pie de página.).
A nadie escapará que la principal razón para reeditar hoy este libro es que la televisión peruana cumple sus bodas de oro. A la vez que aprovechar la efemérides para ganar la atención de los lectores, quiero contribuir a que se reconozcan hitos, tradiciones, manías, perversiones, picos creativos, que se suman a los descritos en la primera edición. A los nuevos lectores les digo que aunque algo encontrarán de referencias de rating, líos societarios, casos judiciales y la compleja relación de la televisión con otros poderes, esta es una historia escrita desde los contenidos de la pantalla. Esa es la sustancia y no podría ser otra para un crítico de televisión cercano a cumplir veinte años en el oficio y algunos más como crítico de cine.
A la nueva historia antecede una revisión de lo escrito en la primera edición, sin cambiar su contenido. Apenas he corregido algunas erratas, resuelto algunas imprecisiones, reagrupado capítulos y procurado nuevas fotos, que se reúnen en cuatro cuadernillos en un nuevo formato bien ejecutado por los profesionales del Fondo Editorial de la Universidad de Lima, a quienes agradezco su paciencia y rigor al volver sobre terreno conocido.
A diferencia de las páginas que lo preceden, el capítulo aumentado “Hacia las bodas de oro”, ofrece algo menos de información sobre cada programa. La razón es práctica: en los años recientes la Internet abunda en entradas sobre espacios y personajes. Fuera de las miles de entradas a foros y blogs de poca confiabilidad como fuente, hay notas periodísticas con mayor rigor que las viejas secciones de espectáculos, y está el informativo periódico de la asociación Valores Humanos, que más que ponderarlos manifiesta su rechazo moral a contenidos de la tele, pero es acucioso al registrar los datos básicos y describir cada edición. También uno se topa con entradas específicas en dos grandes bases de datos universales que registran algunos títulos y nombres de la televisión peruana: el muy organizado International Movie Data Base y la muy irregular Wikipedia que tiene algunas sorpresas de exhaustividad.
Reitero una advertencia obligada: esta no es ni en rigor ni en justicia una historia de la televisión peruana, porque todo está visto desde Lima. Tampoco exploro las redes y cadenas alternativas. Pero me atrevo a usar en el título la referencia del Perú pues mucho de lo que se hace en Lima tiene difusión nacional. Qué tanto tiene de placer o de malestar, de provechoso o de perverso, ustedes podrán juzgarlo, espero, con la ayuda de estas páginas.
Capítulo 1
Ensayos, debut y primeros pasos
La prehistoria
La televisión no tiene partida de nacimiento. Nació aquí y allá, de experimentos aislados en el campo de la telegrafía sin hilos, del cine y la fotografía pero, sobre todo, de la descomposición y transmisión de imágenes convertidas en impulsos eléctricos. Desde fines de la década de 1920, la televisión fue tímida pero progresivamente invadiendo, en Norteamérica y Europa, hogares y horas de ocio. A las primeras experiencias de circuito mezquinamente cerrado, con pocos metros de distancia entre cámara, transmisor y receptor, siguieron las primeras pruebas con público, la instalación de los primeros centros experimentales financiados por empresas públicas (así nació el modelo europeo)