De Eva a Cristina. Mario Parisi. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mario Parisi
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878724737
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href="https://es.wikipedia.org/wiki/Maximiliano_Kosteki">Kosteki y Santillán, anticipó seis meses el llamado a elecciones presidenciales, fijándolo en marzo de 2003. Casi en simultaneo Néstor Kirchner, en ese momento gobernador de la provincia de Santa Cruz, anunció haber transferido fondos provinciales por 500 millones de dólares, primero depositados en un banco de Nueva York y luego girados a un banco en Suiza. Su objetivo habría sido protegerlos frente a la pesificación. Se decía que Cristina había avalado la decisión.

      A lo largo del año las huellas de la crisis en las calles de Buenos Aires eran profundas. Los feriados bancarios y cambiarios se sucedieron. La brutal caída de la actividad económica golpeó con fuerza y la instalación de una olla popular frente al Hotel Savoy, en avenida Callao, fue un botón de muestra de lo profundo de la crisis. En abril se celebró en Argentina el Congreso Mundial de Biofísica, del que mi amigo Mario había sido uno de los organizadores. Muchos congresistas fueron instalados en ese hotel. Sorprendidos, los invitados fotografiaban a los manifestantes frente a la entrada. El clima paradójicamente era no violento, casi “amable”.

      En septiembre la situación se había calmado en parte y la población trataba de salir del obsesivo tema de la crisis económica. Para colmo la Argentina fue eliminada en cuartos de final en el mundial de futbol de Corea–Japón y para la Copa América 2012 la AFA decidió no concurrir ante una ola de atentados terroristas del narcotráfico en Colombia…

      Mientras caminaba por Riobamba para dirigirme hacía el edificio del Congreso, especulaba sobre el contenido de la entrevista que tenía por delante. Tras las experiencias de mi infancia, la historia y el destino de Eva habían atravesado mi juventud y continuaban vigentes en este momento. Era casi seguro que me recibiría un asesor o asesora que, si la cosa marchaba bien, me derivaría a alguno de los colaboradores de Cristina.

      Ingresé al Congreso por Hipólito Irigoyen. Me Presenté en Mesa de Entradas donde me orientaron hacia el despacho de “la señora senadora”. Una mujer que supuse era colaboradora de Cristina leyó la citación.

      —Pase por favor. En unos instantes será recibido.

      Quedé descolocado pero no tuve tiempo de pensar o reflexionar. La oficina mostraba un primer espacio más bien pequeño, probablemente el lugar de trabajo para su secretaria. Más atrás vi la puerta que supuse daría acceso al despacho personal. Mi guía golpeó levemente, abrió sin intervalo y me hizo pasar, anunciándome al mismo tiempo…

      —El señor Rizzo, estaba citado.

      Cristina vestía traje sastre oscuro y una blusa blanca. El pelo largo, negro con reflejos cobrizos, enmarcaba su rostro. Sobre la frente caían una serie de pequeñas mechas. Sus ojos oscuros eran cubiertos por el aleteo circunstancial de parpados bordeados por densas pestañas. Me miró fugazmente. Luego volvió su interés hacia el expediente que tenía ante ella. Era la primera vez que la veía personalmente y en ese momento no imaginé que sería el inicio de una serie de reuniones que, con altibajos temporales, tendría con ella.

      Al enfrentarme a una mujer mis reacciones no se si son banales u originales. Dejando de lado los casos triviales en que mi atención no se centra en el contacto humano, están aquellos en que siento que interacciono con alguien del sexo opuesto. En esa situación veo en la mujer una de dos actitudes posibles. Una de ellas es la que se manifiesta en una actitud sensual, casi sexual, que involucra la totalidad del cuerpo. En la otra la interacción se centra en el rostro y sobre todo en la mirada. El resto pasa a un segundo nivel. Este último fue el caso en mi aproximación a Cristina.

      Está sentada tras su escritorio y sin preámbulos dice:

      —Su forma de acercarse a nosotros es por lo menos original. Dos preguntas: ¿Quién es o era José Rizzo? Y otra ¿Usted quién es?

      Tragué saliva y sin reflexionar demasiado intenté responder.

      —La respuesta es complicada. José Rizzo era mi padre. En lo que hace a mi persona fui criado en un hogar de clase obrera, insólitamente antiperonista para la época. Viví un acercamiento inesperado a Eva y a Juan Perón, lo que marcó fuertemente el resto de mi vida. Soy médico, pero eso ahora no viene al caso.

      Vi que había atraído su atención. Levantó la cabeza y su mirada cruzó la mía esbozando una sonrisa.

      —Me interesa lo de su “acercamiento” a Eva y a Perón. ¿Me puede explicar en qué consistió?

      —Una aclaración previa. Debo decirle que existe la intención de publicar parte de esta historia, en forma novelada. Lo planea hacer un amigo, a quien yo describí mi experiencia. Aquí le entrego un fragmento del manuscrito escrito por él. Le pido que lo lea.

      Tomó las hojas que le acercaba, se colocó un par de anteojos y leyó.

      * * *

      En 1945 yo tenía seis años. Fueron días agitados y solo años después pude reconstruir, al menos en parte, el diálogo que presencié en ese mes de octubre. Mi padre entró en casa mostrándose agitado y con el rostro congestionado. Se dirigió hacia mi madre que lo miraba sorprendida y asustada, con una interrogación en la mirada.

      —La fábrica está parada. Se improvisó una asamblea y muchos salieron para Plaza de Mayo. Parece que a Perón lo tienen en Martín García y se quiere exigir su liberación. Cuando lo renunciaron nombraron en la Secretaria a un tal Solanet pero su discurso no convenció a nadie. El clima está revuelto y no se en que va a terminar todo esto… Dicen que hace cinco días hubo tiros en Plaza San Martín con heridos y hasta un muerto. Un médico parece ser. Poné la radio, a ver si dicen algo…Yo regreso a la fábrica.

      —No te metás en líos, volvé pronto…

      —Se corre el rumor de que Eva Duarte va a pasar otra vez. Los de la interna cuentan que hace tres días vino a hablar con ellos. El que la trajo fue su hermano Juan.

      —¡Evita Duarte! ¡Si no es más que una actriz de radioteatro!

      —No te creas. Parece que tiene polenta. Ya lo demostró en lo de San Juan. Ahora se está moviendo mucho, especialmente en la zona de Avellaneda. La verdad es que todo esto no lo entiendo del todo. Perón es un milico. ¿Se puede esperar algo bueno de ellos? Dicen además que es medio fascista. Justo cuando el Eje se vino abajo…

      Mi madre regreso a su cocina, preocupada y cabizbaja. Lejos estaba de imaginar el proceso que se desencadenaba en nuestro país. Menos aún el rol que esa mujer iba a jugar en el futuro de su hijo de casi seis años. Yo la miraba con sorpresa tras escuchar el diálogo entre ella y mi padre.

      * * *

      Cuatro años después las vacaciones se acercaban. Las esperaba con una extraña mezcla de alegría y tristeza. Por un lado estaba el verano, las fiestas de fin de año, la pileta del club. Por el otro el aburrimiento de los largos días en casa esperando las cinco de la tarde, hora a la que mi madre me autorizaba a salir a la calle… Nosotros no tomábamos vacaciones, ni yo ni los otros chicos del barrio. ¿Ir a Mar del Plata, a Córdoba? Eso era cosa de ricos… Por eso la calle era el centro de todas nuestras distracciones. Pero mi madre desconfiaba de la calle, sentimiento compartido por las otras madres del barrio. La calle era el comienzo del vicio. ¡Y no digamos nada del bar! La entrada a los bares estaba prohibida a los menores de dieciocho años. Por otra parte ninguna mujer, respetable a no, entraba sola en un bar. Aun acompañadas, solo tenían acceso al sector “reservado para familias”, separado por una mampara de madera y vidrio despulido del resto de la sala. Nos pasábamos horas en la puerta de “El Descanso”, mirando a través de las vidrieras a “los grandes” que jugaban al billar. Entrar al bar y jugar al billar significaba la autorización de compartir el mundo de los hombres, que se presentaba ante nosotros como algo prohibido, atrayente y perverso. Vivíamos en esa época en una sociedad terriblemente represiva. ¿El sexo? Oficialmente, no existía. Las chicas y los chicos íbamos por supuesto a escuelas separadas y para mí “ellas” representaban un misterio y una fuente de envidia y de miedo. Mis padres se pretendían evolucionados y de izquierda. Yo no recibía ninguna formación religiosa y sabía desde hacía mucho tiempo que los