Esos velos que ya no nos cuelgan ante los ojos, esos velos que ahora nos cuelgan detrás de los ojos, de hilos tejidos con nuestras lágrimas, de tramas tejidas con nuestras muertes, esos velos que han reemplazado a nuestros nombres, que han reemplazado a nuestras vidas.
A través de estos velos,
seguimos viendo.
Te seguimos mirando, te miramos…
Con las bocas siempre abiertas, con las bocas ya abiertas. Pero ya no hablamos, ya no podemos hablar, solo podemos articular, en silencio:
¿Te importamos? ¿Alguna vez te importamos?
Nuestras bocas siempre gritan,
ya gritan, ya grita
esa boca:
Tu apatía es nuestra enfermedad; tu apatía, una plaga…
Habitamos más allá de la pena. Tienes la boca cerrada. Habitamos más allá del dolor. Tienes los ojos cerrados. Más allá de la aflicción y de la desesperación. Tienes los oídos cerrados, porque no nos oyes, porque no nos escuchas…
Y estamos cansados, muy cansados, increíblemente cansados.
Pero seguimos habitando, entre estos dos lugares.
Seguimos más allá del abandono y la ruina. Cuando te emborrachas, nos sueltas una arenga. Esperamos más allá de la extinción. Sobrio, no nos haces caso. Olvidados y sin que nadie nos atienda, enterrados o quemados, atormentados y agitados, bajo tierra y por encima del cielo, sin sueños y sin descanso. Estamos cansados, muy cansados. Eres ciego a nuestro sufrimiento. Estamos muy cansados, muy y muy cansados. Eres sordo a nuestras súplicas. Lloramos sin lágrimas, gritamos sin hacer ruido,
pero seguimos esperando, y seguimos
mirando.
Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma, esperamos y nos agitamos. En este sitio gris, en el que seguimos esperando,
mirando y agitándonos:
¡Maldito seas por habernos arrojado a este lugar! ¡Maldito seas por retenernos aquí! Veleidoso, eso es lo que eres.
Veleidosos es lo que sois, los vivos sois veleidosos…
Mientras nosotros seguimos olvidados, olvidados y denegados.
Vidas olvidadas y muertes denegadas.
Porque nos negáis la muerte…
Nos denegáis y nos atrapáis…
En la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, más allá de la Ciudad Ocupada, antes de la Ciudad Muerta, seguimos atrapados, atrapados en el color gris, atrapados en la ciudad. En esta ciudad que no es una ciudad,
este lugar que no es ningún lugar.
Aquí nos removemos, no paramos de movernos, de ir en círculos, con nuestras cajas. ¿Has oído nuestros pasos en tu corazón? Nuestras cenizas, colgando del cuello, nuestros huesos, en estas cajas. ¿Has sentido nuestras yemas en tu carne? Levantamos los hombros, levantamos la cara, levantamos la vista. ¿Has venido a llevarnos de vuelta, de vuelta a la luz? De vuelta a la luz, empezamos a arrastrar los pies. ¿De vuelta a la Ciudad Ocupada? En la Ciudad Ocupada, vamos en círculos, alrededor de estas doce velas, nos congregamos, damos vueltas y vueltas.
De vuelta en la Ciudad Ocupada, volvemos a ser las víctimas.
Aquí nunca somos los testigos. A cada minuto somos las víctimas.
Y por eso lloramos. A cada minuto estamos llorando.
Aquí, los que una vez estuvimos vivos.
Ahora lloramos todo el tiempo, aquí.
Aquí y esta noche, llorando.
En la Ciudad Ocupada, donde los que lloran buscan a los vivos. Pero los vivos no están aquí, no están aquí esta noche, ante estas velas.
Aquí, esta noche, están solo los que lloran.
Aquí, esta noche, estamos solo nosotros:
Esta noche volvemos a estar aquí Sutejiro Takeuchi, Yoshiyasu Watanabe, Hidehiko Nishimura, Shoichi Shirai, Miyako Akiyama, Hideko Uchida, Yoshio Sawada, Teruko Kato, Tatsuo Takizawa, Ryu Takizawa, Takako Takizawa y Yoshihiro Takizawa.
Pero seguimos llorando. A cada
minuto lloramos,
a cada minuto rompemos a llorar otra vez en la Ciudad Ocupada:
En la Ciudad Ocupada vuelve a ser 26 de enero de 1948.
Aquí es 26 de enero de 1948 a cada minuto.
Esa fecha es nuestra herida a cada minuto.
Nuestra herida que no se curará nunca.
Aquí, aquí, donde a cada minuto vuelve a ser esa fecha y esa hora, a cada minuto vuelve a ser la última vez:
Por última vez. Por la mañana nos despertamos en nuestras camas. En nuestras camas que ya no son nuestras camas. Por última vez. Nos vestimos en nuestras casas. En nuestras casas que ya no son nuestras casas, con nuestra ropa que ya no es nuestra ropa. Por última vez. Comemos arroz blanco. Ahora solo comemos arroz negro, el arroz negro que nos vacía el estómago. Por última vez. Bebemos agua limpia. Aquí solo bebemos el agua oscura, el agua oscura que nos vacía la boca. Por última vez. En nuestros genkan les decimos adiós a nuestros padres y madres, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestras mujeres e hijos, a nuestros maridos e hijas. A esos padres y madres, a esos hermanos y hermanas, a esas mujeres e hijos, a esos maridos e hijas que ya no son nuestros padres y madres, ya no son nuestros hermanos y hermanas, ya no son nuestras mujeres e hijos y ya no son nuestros maridos e hijas. Por última vez. Bajo la nevada, nos vamos a trabajar. A nuestro trabajo que ya no es nuestro trabajo. Por última vez. Entre las multitudes, cogemos nuestros trenes y nuestros autobuses. Esos trenes y autobuses que ya no son nuestros trenes y autobuses…
Por última vez. A través de la Ciudad Ocupada, vamos arrastrando los pies.
Salimos arrastrando los pies de la estación de Shiinamachi. Bajo el aguanieve. Por última vez. Nos alejamos por la calle, arrastrando los pies. Por el barro. Por última vez. Hasta el Banco Teikoku. El Banco Teikoku que ya no es un banco…
Por última vez. Abrimos la puerta corredera. Esa puerta que ya no es una puerta. Por última vez. Nos sacamos los zapatos. ¿Dónde están ahora nuestros zapatos? Por última vez. Nos ponemos las pantuflas. ¿Dónde están nuestras pantuflas? Por última vez. Nos sentamos a nuestras mesas. Esas mesas que ya no son nuestras, que ya no son nuestras mesas…
Por última vez.
Entre los papeles y entre los libros de contabilidad, esperamos a que abra el banco. Por última vez, en este último día, el 26 de enero de 1948.
Vemos que las manecillas del reloj marcan las nueve y media. Por última vez. El banco abre y empieza la jornada. Por última vez. Atendemos a los clientes. Por última vez. Escribimos en los libros de contabilidad.
Bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, oímos cómo la nieve se convierte