Sombras. Victoria Vilac. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Victoria Vilac
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789942884688
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      Victoria Vilac

      Sombras

      Primera edición: marzo 2022

      ©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

      © Del texto 2020, Victoria Vilac

      ©Edición: Genessis

      ©Portada e ilustraciones: Magda Chonillo

      ©Maquetación: Gabriel Solórzano

      ©Ebook: New ebook moon

      ©Ilustración final: Santiago Cárdenas

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      Luna Nueva Ediciones.

      Guayas, Durán MZ G2 SL.13

      ISBN: 978-9942-8841-7-6

      ISBN DIGITAL: 978-9942-8846-8-8

      Resolución N° 001-2019-DG-NI-SENADI

      Certificado N° QUI-058973

      Este libro está dedicado a las mujeres de mi familia.

      Sus historias de vida me inspiraron a escribir sobre el amor y el valor.

      Para ustedes estas líneas que he escrito, sin mayor ambición que el deleite, que brinda la creación literaria.

      Prefacio

      A inicios del siglo XX, el mundo experimentó uno de los más crueles capítulos de su historia; guerras absurdas que marcaron el devenir de la humanidad, cimentadas en teorías de supremacía racial, en diferencias étnicas, en la locura que el poder ejerce sobre los hombres. El deseo de muerte y destrucción se sentía en el aire. Alemania, con Adolfo Hitler a la cabeza, comandaba legiones de soldados cautivos de sus discursos, orgullosos de pertenecer a un nuevo orden que proclamaba una Alemania victoriosa, una Alemania unida, una Alemania superior, una Alemania blanca.

      Atrás quedaban las imágenes de un país derrotado, quebrado, fracasado luego de la Primera Guerra Mundial, sin un norte hacia el cual mirar y poder dirigirse. Habían encontrado a su líder: “un orador vehemente, un brillante estadista que haría de su patria la más grande, para la mejor raza: la aria”. Pero Europa no era una sola, era un crisol de diferentes nacionalidades, pueblos, culturas, todas distintas y todas valiosas. Pero no para él.

      Los fantasmas de Hitler no solo atormentaban a los judíos, a quienes veía como los causantes de la crisis alemana. Homosexuales, discapacitados mentales, comunistas y gitanos fueron considerados inferiores e indignos de vivir junto al pueblo alemán. Quizá porque no eran una mayoría o carecían de territorio, el exterminio de los romaníes o gitanos a manos de los nazis no tuvo la importancia que la historia le otorga al holocausto judío, aunque cerca de medio millón de romaníes murieron durante el triste intento de Hitler para concebir una raza pura, una raza aria.

      Ciertamente, no fue el primero, ni el más cruel. En la memoria del pueblo romaní persisten otros tiranos y demonios con forma humana que los utilizaron y esclavizaron a su antojo, aunque no pudieron doblegar su esencia y por eso su legado permanece hasta el día de hoy, pues no hay lugar en la tierra en donde no se encuentre un gitano, así lo describen ellos “mientras haya una estrella en el cielo, habrá gitanos en el mundo”.

      Estimado lector, es nuestro deber advertirle que los hechos que se narran en estas páginas han permanecido ocultos para evitar afectar la honra de quienes aquí se exponen, sin embargo, la verdad debe salir a luz aunque hiera susceptibilidades. Sumérjase en la lectura de estas líneas con los ojos del alma, pues la razón nubla los sentidos cuando lo oculto está por develarse.

      ¡Sea bienvenido!

      Lea esta historia por su propia voluntad y no olvide las palabras de Bram Stoker: “Los muertos van de prisa”.

      Capítulo 1

      El Ángel de la Muerte

      Leena era una joven gitana que vivía con su familia en un pequeño pueblo rural ubicado entre Alemania y Francia, cuando los nazis los tomaron prisioneros. El miedo se respiraba en el ambiente, la incertidumbre, la resignación se habían convertido en parte de su rutina. Eran pocos los gitanos que tenían una vida sedentaria como ellos, ya que la mayoría vivía en casas rodantes tiradas por caballos; viajando de una ciudad a otra, de un país a otro.

      El cielo era gris y hacía frío aquel día en el campo, pero en la casa el ambiente era cálido. La familia estaba sentada en torno a la mesa y Leena ayudaba a su madre a servir el desayuno un poco de leche y pan de centeno, cuando observó por la ventana a varios soldados bajándose de camiones que los habían transportado. Se dispersaron en varias direcciones y uno de ellos avanzó hacia su casa.

      El padre les ordenó quedarse adentro mientras salió e intentó dialogar con un joven soldado; no tendría más de veinte años pero sus facciones eran duras, inexpresivas ante la súplica del gitano. La joven seguía la escena consternada. Mientras tanto, su madre abrazaba a sus tres hermanas menores; la última tenía tan solo ocho años.

      El sonido del disparo y la abrupta caída de su padre la paralizaron momentáneamente. Segundos después se precipitó hacia la puerta, abriéndola con fuerza, sin importarle que el militar apuntara su fusil directamente a su pecho.

      Su madre y sus hermanas la siguieron y todas lo rodearon, gritando y llorando. Leena le levantó la cabeza y lo abrazó. Su padre las miró tratando de guardar sus rostros en su memoria por última vez. Poco después un estertor le recorría el cuerpo y el hombre fuerte, de tez canela y ojos turquesa, moría en sus brazos.

      Como un rumor escuchó las órdenes del soldado; debía dejarlo y proseguir. Ella se despidió dándole un beso en la frente y se marchó junto a su madre y sus hermanas. Lo dejaron tendido en el suelo y avanzaron en silencio hacia el camión que las trasladaría junto a otros gitanos, hacia lo desconocido.

      —También nos matarán —susurró en voz baja y su madre la miró con angustia, sabiendo que tal sentencia se haría realidad tarde o temprano.

      —Deben prometerme que harán lo posible por mantenerse con vida —les conminó la mujer, tomando sus rostros entre sus manos, acariciándolos con dulzura como la primera vez que las tuvo en sus brazos. Jayah, Zita y Adrya, entre sollozos, asentían con la cabeza, sin estar muy seguras de qué quería decir su madre. Leena, sin embargo, lloraba en silencio, sin entender para qué seguir, si su padre ya no estaba con ellas—.

      —¡Monshé! —era la palabra que su madre utilizaba para llamarla con cariño—. ¿Me lo prometes también?

      La joven inclinó su rostro con suavidad, para contemplar en su mano un hermoso anillo de plata labrado, con una piedra de color liliáceo, que brillaba a la luz del sol. Su padre se lo había regalado no hacía mucho, al cumplir dieciocho años. De aquel emotivo día recordaba las palabras de su abuela al leer su mano: “¡martyia mule!”, había exclamado con temor la anciana, al ver en la línea de la vida que surcaba su palma, lo que el destino le tenía preparado.

      Todos los presentes permanecieron en silencio