―Ah, bienvenida, Kiru ―le dijo por último antes de marcharse y dejarla sola en la habitación.
VIII
PLEGARIAS
Taras avanzó un tramo de camino, agarrado todavía de la ritualista porque sabía que el guardia de la puerta lo estaría observando, y porque ella no parecía querer soltarlo.
―Me llamo Seyla ―le dijo ella―, y es maravilloso que haya decidido usted unirse a la expedición lunar esta noche. La luna está esplendida…
―Bueno, verá ―comenzó Taras, intentando soltarse suavemente del abrazo de Seyla―. Con todo el respeto, yo es que iba a…
―Alzar una plegaria a la luna rojiza, ¿verdad? ―otra persona lo había cogido por el otro brazo.
Taras intentó zafarse y giró la cabeza para decirle a su nuevo acompañante que no pretendía hacer tal cosa cuando vio quien era. Vila. Empezó a sofocarse.
―Creo que sería una muy buena idea alzar la plegaria, señor consejero ―repitió Vila―. Desde luego que no nos vendría mal un poco de ayuda, ¿no cree?
Sin esperar a que Taras respondiera, Seyla apretó más fuerte su brazo al otro lado.
―Efectivamente, con ese asunto del ataque a la mina estamos bastante preocupados. Yo sé que ustedes los consejeros lo tienen todo solucionado ―añadió Seyla, acariciándole el brazo―, pero una no puede evitar preocuparse.
―Pero no hay nada de lo que preocuparse, ¿verdad, consejero? ―dijo Vila, apretándole el otro brazo.
―No, bueno… ―llego a decir Taras confuso.
―En cualquier caso, la luna rojiza nos ayudará ―dijo Vila.
―Efectivamente ―añadió Seyla.
Taras se dejó llevar por el camino del bosque entre las dos algo nervioso, pero ya no tan apurado. Si tenía que reunirse con Vila, desde luego la había encontrado. Taras suponía que Vila había necesitado también una excusa para salir de la ciudad con el cierre de puertas y se había unido a la expedición lunar de la misma manera que él. Sin embargo, no estaba muy seguro de cómo iba a hablar con ella de lo que debía, delante de toda esa gente…
Llegaron al claro del bosque junto al acantilado, el lugar en el que Taras había quedado con Sethor, o Vila. No había nadie más que el grupo de lunáticos. Por fin lo soltaron y Taras sintió que la sangre volvía a circular por sus brazos. Agitándolos un poco, miró el acantilado y se preguntó cómo iban a reunirse a partir de ahora. En la distancia, veía el mar y la playa, completamente vacías. Al parecer las noticias sobre el toque de queda se había extendido con velocidad.
Se dio la vuelta y vio al grupo de personas haciendo estiramientos. Confuso buscó la mirada de Vila, que imitaba al resto, como si siempre hubiera formado parte del grupo. Vila alzó la ceja y le indicó a Taras que los imitara. Sin ganas, Taras copió los últimos estiramientos e intentó hacerlos al ritmo de los demás, lo que le resultó totalmente imposible.
Al acabar los estiramientos, todos se tumbaron en el suelo boca arriba. Vila aprovechó y, fingiendo que buscaba sitio, se acercó a Taras para situarse a su lado. Vila se tumbó a sus pies y le hizo gestos para que hiciera lo mismo. Con un gemido apenas audible, Taras se agachó también al suelo, y se tumbó junto a ella. Su capa quedaría para el arrastre, y su pijama también. Iba a matar a Sethor y sus malditas ideas.
A la altura de sus ojos podía ver la luna rojiza brillando con más fuerza que nunca. Oyó la voz de Seyla algo más lejos, que comenzó a entonar una canción dedicada a la luna. La mayoría del grupo la siguieron a distintos pulsos, formando un canon musical. Entre el sonido y la imagen de la luna, parecía realmente una experiencia mística hasta que Vila susurró en su oído, rompiendo la magia.
―¿Qué has oído de las minas?
Taras tuvo que hacer casi un esfuerzo para recordar por qué motivo había salido casi corriendo del Consejo. Giró el rostro hacia Vila y encontró el suyo bastante cerca. Se sintió incómodo y apartó la mirada. Volvió a mirar a la luna, mientras susurraba:
―El Gran Líder ha pedido colaboración de los consejeros, pero no ha dicho mucho más. Había intrusos. ¿Eran…?
―Sí ―respondió Vila.
―¿Y dónde…?
―Llegaron a la ciudad. Han sido vistos por unos guardias.
Taras cerró los ojos. Si atrapaban a estas personas, probablemente les sonsacarían el paradero de la escuela…
―Tranquilo, los encontraremos antes. El resto han ido apareciendo.
Taras abrió los ojos. El grupo cantaba a la luna con cada vez más intensidad.
―¿Han sobrevivido a los frigoríficos?
―Claro ―dijo Vila, sonriendo, como si la respuesta fuera obvia.
―¿Y no odian a Sethor? ―comentó Taras.
―¿Y quién no? ―dijo Vila, reprimiendo una carcajada.
―Parece que la vigilancia en la ciudad se ha extremado. En el Consejo hablaron de peligro para la autonomía de Gathelic.
―Ya ―respondió Vila―. No podremos andar tan libremente. Necesitaremos una excusa para poder vernos.
―Me pregunto qué…
―La luna es preciosa. Creo que me apetece unirme a los ritualistas… ―dijo Vila, mirando al frente.
―¿Qué? No lo dirás en serio…
A modo de respuesta, Vila comenzó a cantar con los demás, repitiendo el estribillo que llevaban un rato oyendo. Taras suspiró y miró a la luna. La verdad es que la religión lunática podía ser una buena tapadera… Nadie le haría preguntas y entenderían que se marchara del Consejo con frecuencia. Muchos consejeros tenían fe en alguna religión del continente; no sería tan raro. Vila volvió a susurrar a su lado:
―Creemos que podemos encontrar la mina.
Taras volvió a mirarla, sobresaltado.
―¿La mina? ―no entendía. ¿Qué importaba ya la mina si los refugiados habían escapado?
―Hay que descubrir qué hay en ella y por qué tanto revuelo.
Taras la miró con asombro. ¿Pretendían volver a adentrarse en la mina? ¿Querían causar un conflicto?
―Es solo una mina del líder, una fuente de recursos importante para Gathelic ―dijo Taras, repitiendo las palabras de la presidenta.
―¿Sí? Entonces, ¿por qué tienen tanto miedo? ―preguntó Vila.
―Porque amenaza nuestra autonomía en el continente… ―dijo Taras, repitiendo las palabras que había oído en el Consejo. Se quedó callado, dándose cuenta de que ese no podía ser el único motivo. Giró la cabeza y vio que Vila lo miraba sonriendo.
―Hay que investigar más.
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