Este Evangelio que irradia vida e inmortalidad, como proclama gozosamente Pablo:
[...] y que se ha manifestado ahora con la manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro (2Tim 1,10-11).
«En ella estaba la vida», y la vida se abrazó a la muerte en la espantosa ignominia de la cruz. Clavado en ella el Maestro, expuesto al mayor y más grotesco de los espectáculos, se dejó perforar por una lanza ( Jn 19,34). Fue entonces cuando las infinitas riquezas del seno de Dios se derramaron sobre la humanidad, alcanzando a todo buscador de la verdad, como fue profetizado por el autor del libro del Sirácida:
Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis productos. Que mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel [...]. Todo esto es el libro de la alianza del Dios Altísimo, la Palabra que nos prescribió Moisés (Si 24,19-20.23).
En ella estaba la vida, y de palabras de vida se llena el mundo entero por medio de aquellos en quienes se cumple la profecía de Isaías, profecía que, por supuesto, alcanzó su plenitud en Jesucristo:
El Señor Yavé me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; el Señor Yavé me ha abierto el oído (Is 50,4-5).
Son palabras de vida capaces de poner en pie a los abatidos como, por ejemplo: «Hijo, tus pecados son perdonados [...] levántate, toma tu camilla y anda» (Mc 2,5.9). Sí, levántate y endereza tus pasos hacia tu casa, la de nuestro Padre, el tuyo y el mío. ¿Se puede dar mejor noticia a nadie? Esta es la vida que reside en la Palabra. Y ¿qué decir del aliento, soplo de vida, que reciben todos aquellos que creen en esta Buena Noticia proclamada por los discípulos del Señor Jesús?:
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,28-29).
En definitiva, el Evangelio es la Palabra de vida que despierta y eleva las aspiraciones eternas que todo hombre lleva como preciosísimo bagaje en lo más profundo de su alma. Podríamos citar un texto evangélico detrás de otro para confirmar todo esto, mas no es el caso. Nos limitamos a aseverar que todo el Evangelio es una Palabra de vida que resuena en todo aquel que la escucha. Sí, resuena el ¡Vive! Que Dios mismo dirige al hombre caído, tal y como fue profetizado:
Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tu sangre. Y te dije, cuando estabas en tu sangre: ¡Vive! (Ez 16,6).
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