Índice
Introducción al Prólogo del evangelio de san Juan
10. La Palabra y la luz interior
12. Los suyos no lo necesitaron
13. Bienaventurados los hambrientos
17. Padre, glorifica a tu Hijo
18. Nuestra plenitud en Jesucristo
22. El Hijo nos revela al Padre
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Porque os hago saber, hermanos,
que el Evangelio anunciado por mí
no es de orden humano, pues yo no lo
recibí ni aprendí de hombre alguno,
sino por revelación de Jesucristo
(Gál 1,11-12).
Gracias sean dadas a Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
único autor y creador de este libro,
y gracias también a la comunidad bíblica
María Madre de los Apóstoles,
en cuyas entrañas Él depositó
con amor estas palabras.
Introducción al Prólogo del
evangelio de san Juan
El crédito de la Palabra
Isaías nos presenta a lo largo del capítulo 53 de su libro la figura del Mesías como siervo sufriente de Yavé. El texto nos es bastante familiar ya que se proclama como primera lectura en los oficios del Viernes Santo. A través de su exposición, Isaías va describiendo con asombrosa precisión lo que siglos más tarde sobrellevará Jesús a lo largo de su pasión. Tomemos nota, por ejemplo, de Is 53,7.11:
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado [...]. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días [...].
Vistos algunos de los rasgos esenciales de esta profecía, quiero llamar la atención sobre algo que posiblemente y, a pesar de ser más o menos conocida, no hemos reparado; me refiero al introito que hace Isaías a la profecía mesiánica. Introduce su predicción con este interrogante: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?» (Is 53,1).
En realidad Isaías abre la puerta a una dificultad, lo que siempre hemos llamado el interrogante acerca de Dios. Recordemos la pregunta del profeta: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?». Sí, quién puede dar crédito a un anuncio que presenta a Dios expectante ante el mal, como si lo dejara campar a sus anchas hasta someter a su enviado, al Mesías. Es cierto que la profecía culmina en la victoria final del Mesías, pero ¿es creíble esta dimensión del amor de Dios dando, al menos así lo parece, una cierta autonomía al mal? ¿Podía esto ser creíble para Israel y por extensión