Primera digresión:22 Explotación por desposesión. Sobre la esclavitud africana y afrodescendiente
El caso de la esclavitud es uno de aquellos que podríamos denominar de “explotación por desposesión extrema”. Tuve por enorme suerte ser invitado un par de veces a la ciudad de Nantes al Foro Mundial de los Derechos Humanos. Esa ciudad se desarrolló económicamente durante siglos gracias a la trata de esclavos. Allí operaba un mercado de esclavos y sobre todo salían de su puerto fluvial los “barcos negreros” rumbo a las costas de África y luego seguir hacia Haití, Nueva Orleans y los mercados de esclavos americanos principalmente colonizados por franceses. Lo mismo ocurría al regreso en que traían a esa ciudad las piezaspara ser vendidas y repartidas por los mercados europeos. Esa ciudad ha planteado una suerte de “memoria contrita”, señalando sus responsabilidades históricas en ese maldito comercio humano. Por ello allí se realiza cada dos o tres años este foro multitudinario, que tiene especial dedicación a los temas africanos subsaharianos. Se ha construido un monumento al lado del río Loira en que se camina por encima de una especie de cubierta de buque y se ve abajo lo que serían las personas amarradas con grillos de fierro y el sonido de esos dolores terribles. Allí, leyendo materiales y viendo testimonios, comprendí el sentido de esos grilletes. Era por cierto para que no escaparan los esclavos secuestrados del África, pero sobre todo para que no se arrojaran por la borda —en especial las mujeres con sus hijos—, en una forma horrible de suicidio.
En el caso de la esclavitud existe por cierto en su grado máximo la conciencia del abuso. Conduce esa conciencia normalmente a la desesperación. Por ejemplo, en las “reales ordenanzas” se establecen permisos firmados —en el caso que conozco— por el rey de España, para “sacar piezas” del Golfo de Guinea, y si se daban permisos a un negrero para mil piezas (esto es, mil personas esclavizadas) se daban quinientos más de reposición, ya que se sabía muy bien que esa era la cifra promedio que moría en el camino. Por ello se los engrillaba a la cala del buque, tal como lo podíamos ver en la reconstrucción realizada por los artistas en las orillas del río Loira, en Nantes.
Afortunadamente, muchas veces asaltaron el barco negrero, se apoderaron de él y se fueron a las costas, como el caso del Chota en el río San Lorenzo en el norte de Ecuador casi fronterizo con Colombia. Cuentan las historias que varios barcos fueron llevados por los rebeldes a las costas y allí incendiados. Los cimarrones, que así se los denominaba y hasta ahora se conoce a los que huyeron, se fueron desparramando en las costas y otros se adentraron por el San Lorenzo hasta encontrarse con población indígena con la que se mezclaron, formando una sociedad en los valles del Chota. Esmeraldas, hasta el día de hoy, es una ciudad mayoritariamente de población afrodescendiente, al igual que las caletas pesqueras de la zona, tales como Atacames, una de las playas más famosas. Las costumbres africanas, a lo menos hasta la década del setenta en que conocimos bien la zona, dominaban. Enormes marimbas de sonidos pastosos se combinaban con toda clase de tambores y ritmos sabrosos propios de la vida en libertad.
La profesión como sublimación de la alienación
Probablemente no hay escapatoria humana a la alienación. Siempre habrá una brecha (gap) entre expectativas y resultados. El trabajo en sí mismo es un proceso de transferencia de energía desde el individuo a un objeto. Sin embargo, una cosa es la idea abstracta de alienación y otra el trabajo alienado del sistema capitalista expansivo y, sobre todo, de la explotación por desposesión en el capitalismo tardío. Veamos el asunto con más detalle.
Max Weber desarrolló el concepto de profesión, de indudables resonancias protestantes e incluso calvinistas propiamente tales. Consistiría, dicho en palabras coloquiales y actuales, en el sentimiento de tener una misión en la vida, consistente en colaborar mediante el trabajo en y con la creación de la naturaleza, del mundo que toca vivir, de la sociedad; es decir, completar la obra de Dios. La profesión es el camino al cielo, para decirlo con una frase fácil de comprender. La maldición divina al primer hombre, “ganarás el pan (trabajarás) con el sudor de tu frente”, fue dada vuelta por la reforma y transformada en “camino de perfección”.23
Dice Max Weber en su famoso estudio sobre el “espíritu” del capitalismo:
Evidentemente, en el vocablo alemán “profesión” (beruf) (…) existe por lo menos una remembranza religiosa: la creencia de una misión impuesta por Dios. (...) En cualquier caso, lo nuevo, de manera absoluta, era que el contenido más honroso del propio comportamiento moral consistía, precisamente, en la conciencia del deber en el desempeño de la labor profesional en el mundo. Esa era la ineludible secuela del sacro sentido, por así decir, del trabajo y de lo que derivó en el concepto ético-religioso de profesión: concepto que traduce el dogma extendido a todos los credos protestantes, opuesto a la interpretación que la ética del catolicismo divulgaba de las normas evangélicas en praecepta y consilia y que como única manera de regirse en la vida que satisfaga a Dios acepta no la superación de la moralidad terrena por la mediación del ascetismo monacal, sino, ciertamente, la observación en el mundo de los deberes que a cada quien obliga la posición que tiene en la vida, y que por ende viene a convertirse para él en “profesión”.24
En el lenguaje del Marx joven —con el que hacemos contrapunto en este escrito—, sería un caso perfecto de “falsa conciencia”. El trabajo alienado se sublima en la propuesta profesional, en la perfección, puntualidad, rigor, y en la idea de una retribución ascética que se posterga al más allá. Una vida ordenada, dedicada al trabajo se compensará con la “gloria eterna”.
El Código de la decencia
La idea de “decencia” se relaciona con la de profesión. Las personas decentes, se dice, se afirma y se cree, son aquellas que justamente trabajan de modo ordenado, consciente, respetuoso de sus mayores y de las jerarquías. La apariencia además es de una persona decente. Esto significa signos exteriores acordes con estas ideas: limpieza, cabellos cortos y bien ordenados, ropa bien planchada, corbata o, en el caso campesino, camisa blanca abotonada, y así según las costumbres.25
Cada sociedad y sobre todo las sociedades populares tienen su “Código de la decencia”. Es un conjunto de ideas, imágenes, cuidados, gustos y símbolos que expresan lo que es una persona decente y no decente. Una persona digna de consideración social, éticamente irreprochable, y por tanto valorada socialmente. La valoración social se refleja como un espejo en la autovaloración, autoestima; en fin, en una cantidad de valores de la mayor importancia social.
En el estudio citado, realizado en base a entrevistas, se observaba que a pesar de que el trabajo por cuenta propia, por ejemplo vendedor de super8 (un chocolate o galleta famoso en los noventa que se vendía en los autobuses y cruces de calles), retribuía más que el trabajo asalariado, este último era considerado como más decente. Por razones éticas, se prefería un trabajo menos remunerado a otro lleno de incertidumbres y en el borde de la marginalidad o incluso de la delincuencia. Las entrevistas señalan por ejemplo la importancia de que los vecinos vean la persona saliendo de casa temprano en la mañana rumbo al trabajo. En cambio el ambulante duerme hasta tarde y se levanta sin arreglarse al modo operario; por el contrario, busca una tenida deportiva pobre, de modo de correr entre los autos vendiendo sus productos.
Es interesante analizar que estos estudios de los años ochenta y noventa realizados en Santiago de Chile mostraban un fuerte componente de la ética de la clase obrera minero-industrial; fragmentos aún no demolidos de lo que fue el largo proceso de formación de la clase obrera chilena, the making, en la voz de W.P. Thompson.26 Por cierto que estas ideas no fueron tomadas en cuenta por los gobernantes, y ni siquiera fueron consideradas estas variables de tanta importancia en el futuro.
Con el paso de los años ese Código de la decencia se fue esfumando y ganó crecientemente sobre todo en los jóvenes el “Código del consumo”, y por