Ester y Mandrágora 2. Sophie Dieuaide. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sophie Dieuaide
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789561236301
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a la puerta de metal. Solo había publicidad. Ágata los llama “folletos”. Al principio pensé en botarlos a la basura, pero Mandrágora pasa horas observándolos.

      Así que tomé el montón y allí, al fondo, lo vi: “Ester Fortecilla, Avenida de las Acacias, 12”. ¡Un gran sobre blanco con mi nombre escrito!

      Un sobre solo para mí.

      Me olvidé de mis dedos congelados y rompí el sobre.

      –¡Ester, entra pronto! –escuché gritar detrás de mí–. ¡Te vas a congelar!

      En la entrada, Mandrágora y Ágata sonreían. Afirmé los folletos y la carta, y corrí hacia la casa.

      Ágata estaba feliz y me ofreció su mejilla.

      –¿Y bien? ¿Le damos un beso a la mejor bruja del mundo que le dio a Estercita la mejor sorpresa?

      La besé.

      –¿Y bien? –desafió mi gato–. ¿Acariciamos al gato más lindo del mundo que logró guardar el secreto, aunque fue muy difícil?

      Lo acaricié.

      Subí las escaleras de cuatro en cuatro hasta mi habitación, en lo más alto, justo bajo el techo. Quería estar sola para terminar de leer la carta de Lucía.

      Y para releerla y volver a leerla una vez más.

      –¿Qué te dice?

      No logré estar sola en mi habitación por mucho tiempo. Apenas tuve tiempo de acomodar los cojines y sentarme en mi cama cuando Mandrágora abrió la puerta y asomó la cabeza.

      –Vamos, no seas egoísta, Ester... ¿Qué cuenta Lucía? ¡Léeme!

      –¡Entra, siéntate y cállate!

      Mandrágora saltó sobre mi cama y se acurrucó contra mí. Ya estaba ronroneando.

      Sonreí y me imaginé a mi amiga saliendo apresuradamente de nuestro dormitorio y revoloteando por los pasillos vacíos de la escuela hacia la tienda de pociones. Lucía no es una bruja como las demás: es diminuta. Los humanos dirían unos treinta centímetros, yo diría que ni siquiera me llega a la rodilla. Ser tan pequeña le permite volar con solo una gota de ungüento de sapo en el cuello, pero sin el polvo de Scribus no podría escribir más que unas pocas palabras.

      La señora Mira le dio el polvo y el permiso para usarlo. Esa noche, la directora apareció en nuestra sala, en plena clase de Hechizos. Me estaban interrogando y yo me complicaba cada vez más.

      –¡Pero no, Ester! –la profesora estaba enojada–. ¡No es Sine Perpetuo! ¡Sé más precisa! ¡Sine Vox... Perpetuo! Debes esforzarte, siempre olvidas una palabra.

      Entonces, repetí:

      –¡Sine Vox... Perpetuo!

      La señora Mira cayó de espaldas al piso y gritó:

      –¡Cuidado, Ester Fortecilla! ¡Eres muy imprudente! ¿Cómo puedes lanzar un hechizo mientras me miras? ¡Casi quedo muda para siempre!

      La ayudé a levantarse y la directora le dijo a mi amiga:

      –Lucía, hemos hablado de ti con tus profesores, sobre tus dificultades para escribir... ¡Y, a tamaño excepcional, medidas excepcionales! Te traigo una botella de polvo de Scribus. Acércate, lo que voy a decirte a continuación, solo tú puedes saberlo.

      Lucía voló y aterrizó en el hombro de la señora Mira. Escuchando los susurros de la directora, comenzó a gritar de alegría: “¡Oh!”, “¡ah!”. Y un misterioso: “No lo repetiré a nadie, ¡se lo prometo!”.

      Cuando la señora Mira se fue, Lucía volvió a su lugar en nuestra mesa. Con ambas manos abrió el tapón de la botellita, esparció una pizca de polvo y susurró algo, seguramente la fórmula. La profesora sonrió y todas las demás estudiantes estaban tan hipnotizadas como yo.

      De repente, el aire se iluminó alrededor de Lucía. Su pluma de ganso se levantó y saltó al tintero. ¡Splash! ¡Splash! Dos gotas de tinta y la pluma se colocaron justo encima del cuaderno.

      –Siento que estás celosa... –me susurró Lucía al sentarse en nuestra mesa.

      –¡No es cierto!

      La pluma rasguñaba la página y Lucía sonreía con los brazos cruzados, apoyada contra mi estuche. La pluma escribía y escribía a una velocidad increíble. De repente, Lucía, acostada sobre la mesa, se echó a reír.

      –¡Miren! ¡Es fantástico! ¡Estoy echada y estoy trabajando!

      De acuerdo, estaba un poco celosa. Maruja, Miranda, Adelaida, Bertita, Eloísa, Malvina, Matilde y Herminia también. Se levantaron para acercarse al cuaderno de Lucía. ¡Increíble! ¡Tan rápido como hablo, la pluma había llenado la página!

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