Hoy sabemos qué ocurrió el 26 de septiembre en Iguala, cómo fueron los muchachos agredidos, detenidos, llevados a las instalaciones policiales en Iguala, entregados a la policía de Cocula y a un grupo de narcos, trasladados al basurero de ese municipio, incinerados y sus restos arrojados al río. Hay más de un centenar de detenidos, testimonios y confesiones; restos identificados que confirman los dichos; autores materiales e intelectuales detenidos y confesos. Por supuesto que falta por hacer, pero manipular los hechos como intentan algunos grupos es inaceptable, en primer lugar, para los familiares de las víctimas, pero también para el resto de la sociedad. No fue el Estado el que mató a los jóvenes de Ayotzinapa, no participó en esos hechos el ejército, fueron narcotraficantes, ligados a policías y autoridades municipales y posiblemente locales.
Hay manipulación en los voceros y los abogados de los familiares, y también en el llamado giei. Existe manipulación cuando se dice que los jóvenes estuvieron en un cuartel militar cuando no existe una sola prueba en ese sentido; es un sinsentido decir que se usaron hornos crematorios para quemar sus restos; o asegurar que no pueden quemarse los cuerpos en las condiciones en las que dicen los investigadores. Primero, porque no existe razón alguna, móvil alguno, para haber realizado esas acciones. Segundo, porque lo que sí existe es el testimonio de los actores reales sobre cómo sucedieron los hechos.
De lo que no hay respuesta es de otras cosas. La primera es saber por qué esa noche mandaron a los jóvenes desde la Normal de Ayotzinapa hasta Iguala. Primero les dijeron que irían a Chilpancingo, y ya en los autobuses, robados, por cierto, les dijeron que iban a Iguala. A esa misma hora se estaba realizando el informe de la esposa del presidente municipal, María de los Ángeles Pineda, cuyos hermanos y padres fueron líderes del cártel de Guerreros Unidos, ella misma identificada como una de las jefas de esa organización. El líder de Guerreros Unidos declaró, al ser detenido en Cuernavaca, que él no participó de los hechos pero que estuvo informado de ellos y que sus sicarios en Iguala lo que le dijeron es que había llegado un grupo de Los Rojos (un cártel enemigo de Guerreros Unidos, que tiene fuerte presencia en Chilpancingo y en toda la zona aledaña a Ayotzinapa) para matar adversarios.
La versión aparentemente era falsa: podría haber entre los estudiantes dos o tres personajes que tuvieran historias diferentes (los únicos que llevaban cabello largo y que eran responsables del grupo, existen testimonios al respecto también) pero la enorme mayoría eran jóvenes de primer ingreso, que acababan de comenzar en la Normal y que tenían la obligación de participar en marchas, eventos o manifestaciones como las que se suponía tendrían que hacer en Iguala. Alguien se encargó de decirle a Los Rojos que iban a atacarlos, por eso el nivel de violencia contra los jóvenes. ¿Quién los envió, quién hizo confundir a un grupo de estudiantes desmadrosos con un comando de sicarios, quién ordenó una muerte tan brutal? ¿Dónde están los líderes y directores de la Normal de Ayotzinapa que no han dado la cara ni proporcionado una explicación sobre su papel en estos hechos?
Lo cierto es que los secuestros y muertes de Iguala han servido para muchos de los objetivos de estos y otros grupos. El nivel de violencia y vandalismo es inaceptable: decenas de bienes públicos y negocios privados destruidos; carreteras bloqueadas y casetas de cobro tomadas para hacer negocio, tanto que hasta los manifestantes se pelean entre ellos para ver quién se queda con esos recursos; pérdidas por más de mil millones de pesos de empresas privadas, grandes y pequeñas, por el robo sistemático a sus transportes; centenares de autobuses de pasajeros secuestrados, en ocasiones quedándose con los equipajes.
La lista es muy amplia y la impunidad ante estos hechos es absoluta. Ese tipo de violencia es parte de una agenda política desestabilizadora donde participan desde grupos armados hasta organizaciones políticas extremadamente radicales (y los cacicazgos locales que muchas veces utilizan para su beneficio a unos y otros, como también lo hacen los grupos criminales, se llamen Rojos o Guerreros Unidos, o cualquiera de los que operan en el estado).
Esta investigación intenta mostrar cómo y por qué sucedieron los hechos de Iguala. Cómo funciona el narcotráfico en Guerrero, cómo se relaciona con estos grupos, por qué los jóvenes fueron muertos con tanta brutalidad y saña y quiénes son los verdaderos responsables. También explica por qué la labor en la investigación que realizaba el giei se terminó convirtiendo en un intento proselitista basado en dichos, rumores y simples falsedades. Pero, ante todo, con base exclusivamente en pruebas documentales, se narra lo que sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014, por qué sucedieron los hechos y quiénes fueron los responsables.
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