Por cierto, adviértale al cartelista que ESTATES se letrea STATES desde hace muchos, muchísimos años, salvo en una acepción que no es la que aquí conviene. ESTATES es del siglo XVIII.
Gran pena que su «malaise» periódica coincida con el 14 de abril hasta en los años bisiestos. Si, como yo, estuviera Ud. mitridatizado contra los males «de humano origine» no le aquejarían tales dolencias.
A buen seguro no habrá pasado por sus mientes que voy a leer esas buenas diez onzas de legajo que me envía. Aunque maniático e indiscriminador coleccionista de libros, me horroriza todo lo impreso, restrinjo mis lecturas al Kempis y al Sermón de la Montaña.
Muy recomendable para el hígado y para preservar ilusiones. Seguro remedio de perenne juventud. Más seguro que el caldero de Medea.
Le envío por fin el «Duden» inglés. Ya me dirá, cuando nos veamos, que le parece. De algo así me imagino haberle oído hablar, hace muchos años. Bastante antes de que el primer «Duden» alemán (1935) se publicara; pero creo más bien que U. pensaba en algo más completo, que equivaldría a la combinación de éste y el J. Casares. ¿Me equivoco?
El único libro por Gómez Pereira que tengo es: Novae veraeque Medicinae, experimentis et evidentibus rationibus comprobate. Prima pars (Dícese que la única publicada) Franciscus a Canto, Methymnae Duelli, Anno 1588 [sic, por 1558].
No quisiera desprenderme de él; ni creo que sea esto lo que busca. Es un tratado exclusivamente médico. El primer capítulo se epigrafía: «Calorem febrilem et naturalem ejusdem esse speciei»; el último: «De morbillo et variolis»; los restantes 21 intercalados versan sobre fiebres, infecciones y contagios. Obra de controversia sobre la concepción galénica de fiebre e infecciones, su principal atractivo estriba, para mí, en que sienta como base que la observación y la experiencia personales, ilustradas por la razón, han de prevalecer en Ciencia y Filosofía, como fuente de adquisición del conocimiento, sobre el saber transmitido, la tradición y la autoridad consagrada. Se anticipó así –con otros– a poner en práctica el criterio que más tarde había de aplicar Galileo, y que muchos atribuyen a éste último. Por lo que indirectamente conozco, presumo que G. P. pudiera ser uno de los precursores –con Vives, entre otros–, de Fr. Bacon y R. Descartes. Como el «Novum Organum» y el «Discours de la Méthode» son, con «L’introduction à l’étude de la Medécine expérimentale» de Cl. Bernard, las obras clásicas de la Criteriología y Metodología de la investigación científica moderna, ando hace tiempo tras de la «Antoniana Margarita», para confirmar o desvanecer mis barruntos. Esta es sin duda la obra que U. también persigue. Si cayera en mis manos no la soltara por las razones que van y por las que vienen.
G. P. fue quizá uno de los médicos españoles del XVI que mejor conocían la Escuela Cordobesa, cuna –antes y más que Salerno– del renacimiento médico, escuela revolucionaria, no sólo en Medicina sino en Ciencia y Filosofía.
Porque sospecho que Pereira ha sido el primero, o uno de los primeros, en manejar en bruto, las nociones de «behaviourismo», «reflejo condicional» y «automatismo», tal y como han sido recreadas y estilizadas en la psicofisiología contemporánea.
Porque sospecho que él, con Vives, los dos Valdés, Servet, Valles, Huarte y algún otro, más o menos contemporáneo, son el exponente de lo que era la verdadera cultura española de la época, de la que –siempre en la cuerda floja de los presentimientos– presumo solo conocemos retazos y quizá los menos significativos e importantes. No creo que fuera estéril el encaminar en ese sentido los escudriños de manuscritos y obras no conocidas, no sólo en España, sino más que nada en las colecciones de Universidades, Sociedades sabias, etc., en los Países Bajos, Italia y el Vaticano. ¡Esencial para adquirir la noción exacta de lo que fue nuestra contribución a la Cultura desde fines del XV a mediados del XVI! ¡No me cabe duda!
También barrunto que G. P. –cronológicamente uno de los primeros alienistas– debió de informar en el caso del Príncipe Carlos, y que su informe, quizá con el de Basil –médico flamenco que hizo trepanar a D. Carlos, cuando este medio se desnucó al caer por las escaleras de Palacio– formaba parte del expediente abierto por Espinoza, siguiendo las órdenes de Felipe II; expediente archivado en Simancas, desaparecido de Simancas, y cuyos rastros mi olfato me llevaría a buscar en los antiguos Archivos Imperiales Privados (Secretos) de Viena. Si yo me dedicara a tales cosas.
Vea U. si hay motivos para que me interese el precitado gallego. Como infiero que a U. también le interesa, he hecho estas consideraciones, algunas de las cuales no creo encuentre en la bibliografía. Otros datos podrá encontrar en las Historias de la Medicina de Chinchilla y Hernández Morejón (que no tengo); en las «Abhand. z. Gesch. d. Med». de Max Neuburger; en los «Beitr». (¿) de Karl Sudhoff. Nada de esto tengo. Otros aspectos, no médicos, es probable los encuentre en el cajón de sastre de Cejador (en la London Library, si no se lo ha tragado el Blitz; un ejemplar, carísimo en Maggs) y en el estudio de Narciso Alonso Cortés. Si no recuerdo mal algo publicó la Junta, el Centro de Estudios Históricos, o alguna de esas Instituciones Norteamericanas de Investigaciones Hispánicas. No recuerdo cual.
¿Quién es ese Braunthal que U. me regala como amigo? y ¿a qué libro alude?
De proyectos para cuando volvamos a España ¿a qué hablar? Yo que sigo siendo un optimista impenitente confío ciegamente en el porvenir de nuestro país y por eso espero que el pueblo nos colgará a todos el día ya próximo que en España volvamos a sentar pie. Caerá algún justo que otro entre muchos contumaces, pero qué se le va a hacer si esa es la noria de la Historia. Yo me resigno a mi suerte, aunque no paso de la categoría de aquellos a quienes se desahucia del limbo para, cuando las cosas van mal, descargar en ellos el mochuelo. Lástima que el empavesado de cabezas en perspectiva no se haya hecho antes de empezar nuestra guerra, limitándola a los profesionales de la política. No la hubiéramos perdido y yo no correría riesgos.
Se me acaba el papel y veo, con espanto, que se me acaba también la cuota de escritura que me había asignado para el decenio en curso.
Un abrazo y el viejo afecto de su amigo
J. Negrín
[Fundación Juan Negrín, Archivo, Carpeta 29, número 26. Texto mecanografiado. En la parte superior izquierda: Copia a archivar. Carta a Araquistáin].
DOCUMENTO 3
Carta de Juan Negrín a Francisco Castillo Nájera, Ciudad de México, 19 de noviembre de 1945.
México, 19 de Noviembre de 1945
Excelentísimo Señor D. Francisco Castillo Nájera
Secretario de Relaciones Exteriores de México
Ciudad.
Mi distinguido amigo: Me permito solicitar su atención porqué en estos días, quienes tuvieron a su cargo cuidar la evacuación a través de la frontera franco-española, infórmanme que una parte de los libros que constituían mi biblioteca personal están depositados en un guardamuebles de Marsella, con el conocimiento y bajo la protección de los representantes diplomáticos de México en Francia.
El señor Arizmendi, oficial de Carabineros destacado en la frontera por aquel entonces, recabó la valiosa intervención de D. Gilberto Bosques, a la sazón Cónsul de México en Marsella, para poner a salvo varias cajas conteniendo lo más importante de la citada biblioteca. Antes de otorgar su conformidad, el señor Bosques hizo saber a nuestro representante, que dichas cajas no habrían de contener documentos ni efectos que pudieran conculcar ninguna de las disposiciones internacionales de las que su Nación era fiel observante.
Una vez que el señor Arizmendi dio al señor Bosques las seguridades exigidas, hízose el depósito en el lugar citado, cubriendo el funcionario español los gastos pertinentes hasta fines del año 1941.
Expuestos estos antecedentes, ruego a Vd., no sin cierta turbación por tratarse de un asunto que me concierne personalmente, se sirva girar las órdenes oportunas para que el actual señor Cónsul de México en París, Sr.